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 La Posada de los Brujos. Capítulo 10.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 10.   La Posada de los Brujos. Capítulo 10. Icon_minitimeLun Feb 06, 2012 11:25 pm

Capítulo 10

Una Sorprendente Historia Familiar.
Tomando con mucha fineza un sorbo de té, doña Matilda, se dirigió al joven pintor.
—Señor De los Ríos…, lo que queremos decirle es muy confidencial. Cuando escuchamos en la exposición de pinturas que usted había sido detective y que se había retirado de su institución, decidimos pedirle su ayuda después de llamar telefónicamente a nuestro abogado que lo conoce a usted como el mejor investigador…
—Perdón, señorita Carusso, creo haberle dicho que la mayoría de los funcionarios de la Policía de Investigaciones son muy capaces…
—No, no, no me ha entendido. No dudo de la capacidad de sus excolegas, pero queda el temor de una infidencia, de una indiscreción involuntaria. Con la fama que lo precede, queremos que usted se haga cargo de un problema que nos aflige y ponemos en sus manos la honra de la familia Carusso.
La elegante señorita, perdió algo su compostura, pues se restregó con suavidad sus dedos, mostrando la inquietud que sentía.
—Le ruego que nos excuse, pero fue necesario cometer la impertinencia de averiguar sobre usted para tener la certeza que es el detective que necesitamos.
—Bien, la escucho, señorita —suspiró resignado y agregó una gentil suavidad a su voz —. Cuéntennos, por favor, qué es lo que ensombrece sus hermosas vidas.
Ambas damas se miraron con una sonrisa de alivio. En la mente del joven había una enorme interrogante; estaba tan intrigado por la pregunta que golpeaba su intelecto: ¿Qué misterio ocultaba tan regia mansión? Cualquiera pensaría que en medio de tanta riqueza, gente culta, fina y de exquisito trato no podía haber problemas.
La matriarca iba a comenzar a hablar, cuando entró Lupita con una bandeja de fino cristal con cuatro copas del mismo material; tres contenían té verde, acompañadas de tres largas cucharillas y un azucarero de vidrio labrado. La cuarta copa contenía un líquido color ambarino, donde flotaban dos cubos de hielo.
La hermosa mucama se alejó contoneándose con la elegancia de una modelo en una pasarela, seguida por los ojos de Sergio. Una suave tos de su amigo le hizo murmurar un apresurado “salud” hacia las mujeres y tuvo la prudencia de solamente probar la bebida alcohólica.
—Quiero contarle la historia de esta familia, con detalles que, apelando a la caballerosidad de ambos, espero nunca salgan de sus labios —ante el asentimiento de ellos, la voz de doña Matilda sonó suave y agradable, pero hubo un cambio en su entonación—.
“Llegados desde Italia hace ya muchos años, nuestros padres nos trajeron cuando éramos niños; mi padre, don Giovanni Carusso, fue naviero en la tierra de nuestros ancestros y trajo una considerable fortuna. Tenía la esperanza que una terrible enfermedad de nuestra madre, doña Sofía, tuviera su sanación en esta tierra de clima templado, pero fue inútil y falleció al poco tiempo.
“Como nos criamos en las proximidades de Roma, pero siempre en ambiente campestre, decidió comprar esta propiedad rural donde construyó una casa muy parecida a la que dejamos en Europa. Se nos hacía difícil soportar el ruido de la ciudad y hemos pasado años felices con nuestro hermano menor Marcelo; nosotras, sus hermanas mayores, tratamos de ser la madrecita que nos faltó y nos dedicamos a criarlo, razón por la que continuamos solteras.
“A la muerte de nuestro amado padre, Marcelo que trabajaba con él en los diferentes negocios familiares, se hizo cargo al tiempo que se casó con Gina Rambaldi, una joven italiana que se enamoró de él. Tuvieron una hermosa niña, nuestra sobrina Gina, pero la desgracia nos volvió a golpear con la temprana muerte de nuestra cuñada y nosotras continuamos ahora haciendo las veces de madres de nuestra pequeña.
“Tal como les adelantara, para distraerla fuimos al sur de este hermoso país, compramos tierras en La Frontera que, como saben, sus campos abundan en nativos mapuches que nos quisieron mucho, pues los tratamos como a seres humanos iguales a nosotros. Quedamos admirados del orgullo que exhiben en su comportamiento y nos enteramos de su gloriosa historia; nuestra sobrina se sentía sola y acudimos a un orfanatorio araucano con el deseo de ayudar a las niñas abandonadas y quedamos sorprendidos cuando vimos que, además de agraciadas indígenas, abundaban las muchachitas blancas. Así supimos que eran una hermosa mezcla de mapuches con extranjeros avecindados igual que nosotros, italianos, alemanes, croatas, etc. Tuvimos una particular atracción por dos jovencitas: Lupita y Nalda, algo mayor que Gina, saludables, inteligentes y, sobre todo, muy hermosas que sacaron los rasgos de sus padres blancos y ojos azules como los nuestros. Marcelo, nuestro hermano, hizo los trámites para que quedaran bajo nuestra tuición para educarlas y que fueran compañeras de juego de Gina. Esa es la razón por la que las tratamos como de la familia y pese a nuestros deseos que continuaran estudiando para ser profesionales, ellas encontraron aquí el hogar que no tuvieron; nos pidieron actuar como mucamas nuestras y han hecho su felicidad con nosotras a quienes nos tratan de “tías” cuando estamos a solas.
“Junto con nuestro núcleo familiar, llegó desde Italia Carlo Carusso, un primo nuestro, con su hijo único de su mismo nombre, Carlo; pero nuestro primo no quiso trabajar con Marcelo e inició sus propios negocios que prosperaron rápidamente. Nuestro sobrinito Carlo, varios años mayor que Gina, tuvo una niñez feliz con nosotros y alegró a nuestra pequeña. Se hizo cargo de las actividades económicas, cuando mi primo falleció en un accidente…
Calló por algunos segundos, como para hilar mejor sus ideas. Su voz sonó extrañamente estrangulada.
“Igual como ocurrió con mi amado hermano Marcelo, quien, en una trágica coincidencia falleció en el mismo barranco donde había muerto mi primo Carlo, unos meses antes, conduciendo también un automóvil. En esta última ocasión Marcelo iba acompañado de nuestra pequeña sobrina Gina, quien salvó milagrosamente, al parecer lanzada por la puerta por propio su padre, antes de caer al precipicio.
“Gina se golpeó fuertemente la cabeza y, debido a la contusión, cuando logró recuperar el conocimiento en el hospital, cayó en un lamentable estado emocional que lloraba y reía, diciendo que su padre fue asesinado por un espíritu maligno que también la atacó. Con el correr de los meses la niña se transformó de una muchachita alegre en un estado parecido al catatónico; fue vista por médicos siquiatras y neurólogos de renombre, pero nadie pudo sacarla de su extraña postración.

(Continuará: “Un asesino Anda Suelto”)


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