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El nacimiento de un niño siempre nos trae una sonrisa en el corazón, luces de esperanzas, de versos que nos engrandecen el alma y un clima de paz nos sobrecoge. La Navidad es esto: un acontecimiento histórico que crece por un misterio de amor, que aumenta cada año. Los pequeños más pequeños, los pobres más pobres, son los que protagonizan la Navidad.
En el silencio de Belén, nació Jesús, rodeado de adoradores. Más allá de lo sentimental, Navidad no tiene que ver con el consumismo sino que viene a iluminar a todos los humanos, con el consuelo de la palabra simple como queriendo invitarnos a otros modos de vivir, de ser y de actuar. Hay que transformar el mundo y para ello debemos transformarnos también y ver más allá de las falsas luces que nos asaltan, más en estos días.
Es tiempo de pensar. Es tiempo de compartir. Dios no está lejano, vive con nosotros, no es un anónimo, tiene semblante y un nombre: Jesús. Que es todo amor. Los que se abren a ese amor, entenderán el verdadero espíritu navideño, Como quiera que la Navidad es deseo, pues todo lo que se ama se desea, sabedor de que el amor es la única fuerza y la única verdad que hay en la vida, me invade algo interior para decir que el nacimiento del Niño Dios abre perspectivas de por sí duraderas y progreso auténtico en un mundo que es de todos. Que el amor de Dios con nosotros nos dé fuerzas y perseverancia para ayudarnos unos a otros e inspirar a los líderes a que se comprometan a ese cambio en el mundo. Seguramente tengamos que redescubrir una nueva Navidad más autentica, que nos haga resplandecer como hijos del amor. Que el amor que nos da Jesús, nos ilumine nuestras conciencias.
Entremos con los pastores en Belén o lo que es lo mismo, entremos en las soledades humanas y escuchémonos los unos a los otros.
Recordemos entonces: La Navidad es amor, solo amor. Todo lo demás sobra.
Jaime Araya De la Rivera
Diciembre de 2011
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