Era temprano, y el sol todavía no se dejaba ver; pero alcanzó con su brillo para darle en el ojo a Esteban, y despertarlo. (¿Por qué no escuché al gallo?) pensó levantándose preocupado y así, sin matear ni nada, descalzo pisando la helada fue donde el gallinero y lo vio, y de que manera lo vio, trepado encima de la gallina. Ahí no más lo patea y saltan algunas plumas, el gallo rebota contra la malla cuadriculada y cae seco al piso. La gallina conmocionada lo mira perpleja, él, se le acerca al gallo, lo toca con la punta del pie y nada, el gallo ni se mueve. Recién ahí se da cuenta de que lo había matado:
-¿Pero qué decís?
-¿Qué hacé pelotudo?
-Que no fue así como pasó, lo estas contando mal
-¡Acá el narrador soy yo y lo cuento como quiero!
-Pero no me jodas macho, hacelo bien
-Así que el tipo tiene complejo de narrador… querés que me calle y lo contás vos ¡eh!, lo contás vos
-Bueno… pero no te pongás así…
-Entonces callate y volvé a tu lugar
(Estos dos son unos principiantes) –Juzgé-.
Al principio, quedó apenado por la muerte del gallo; miró a la gallina, la había dejado viuda; volvió la vista al gallo y… ¡Que diablos!, al menos tengo la cena y mañana me compro un despertador.
-¡Ah no! yo no soy así
-¿Otra vez…?
-Que me estás dejando como el culo
-Hay Dio…
-Pero si acá Dios sos vos, que hacés lo que queres
-Momentito que yo también sigo las reglas, y soy más profesional que vos
-¿Pero qué vas a ser…?
-¡Basta!, se callan los dos y me terminan el cuento, que para eso los creé -Me impuse-.
-Tá bien… tá bien, no te calentés –respondieron al unísono.
La gallina cacareó como si viera el futuro que se le avecina; mientras Esteban, volvía al rancho aferrando al desdichado por el cuello, con su mano derecha.
-¿Qué decís…? si yo soy zurdo
-¡Pero si ese dato me lo dio el escritor!
-¡Suficiente, se terminó acá!, se van los dos para la papelera –Sentencié-.
-¡No…¡
-Nada nada, nada, ¡a la papelera! –Castigé-.
(Nunca más vuelvo a escribir un cuento con estos dos insufribles) –Me equivoqué-.