Vivió casi sin enterarse.
Para aquel hombre la vida había sido un fracaso total, cuantas actividades había emprendido había resultado fallidas. Pero a los que le conocíamos daba la impresión de ser un hombre feliz, y es que él no era consciente de que su vida siempre había ido de mal en peor. Y claro su semblante no delataba el malestar que le corroía por dentro; no es que fuera un hipócrita que engañaba con su apariencia de hombre feliz, es que él mismo no se veía un desgraciado.
Yo lo conocía desde el parvulario, aunque solo habíamos llegado a ser compañeros y no intimamos en absoluto. Como vivía en mi misma calle lo veía con poca frecuencia, pues mi calle es de las más largas de la ciudad y ambos vivimos casi en los extremos, pero por otras personas sabía cómo le iba en la vida.
Un día oí decir que le había tocado un gran premio en la lotería, la verdad es que me alegré porque sabía que su vida era muy ahogada económicamente. Un tiempo después me lo encontré en la calle y contra mi costumbre me paré con él, más que daba por felicitarlo por suerte. ¿Suerte? – me dijo – desde que me toco la lotería vivo en un constate desasosiego. ¿Y eso? – le pregunté.
- Mira tú sabes que a mí todo mi ha salido mal, hasta tal punto que he llegado a creerme un inútil; pero a mi manera soy feliz, tengo buen conformar y ya me he acostumbrado a ser un hombre gris que vive una vida gris. Estuve unos meses sin saber en qué invertir el dinero, como no tengo familia cercana no sabía a quién pedir consejo; tengo una pequeña vivienda, estoy tan habituado ella que no pasó por mi mente el cómprame una mejor. Así que lo metí en un banco a plazo fijo, los intereses eran buenos y me complementaban mi pequeño sueldo; pero procuro gastar lo mínimo pensando que las cosas pueden cambiar a peor. Como me jubilo dentro de poco, ya tendré entonces tiempo de pensarlo y prepararme para pasar una buena vejez – Todo esto me lo dijo de un tirón, se ve que tenía ganas de contárselo a alguien y ese fue este antiguo compañero de colegio.
Me despedí de el deseándole mucha suerte y ofreciéndome para lo que necesitara, advirtiéndole que yo de finanzas entiendo tampoco como él.
De esto hace unos dos meses. Pues bien el domingo pasado me dispuse a leer el periódico después del desayuno. Me quedé de piedra, venía su esquela mortuoria, había fallecido el sábado y esa misma tarde sería el funeral. En la esquela solo figuraban dos sobrinos, de los que yo no tenía ni idea de que existieran. Por la tarde fui al entierro, coincidí con un vecino al que conocía de vista, nos presentamos y fue él que me contó que había legado sus viene a sus sobrinos.
Cuando caminaba hacia mi casa, y pensando en los sobrinos, no se me podía quietar de la cabeza aquel refrán «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Este hombre se pasó la vida esperando y cuando acordó se quedó sin ella.
Nota: Este relato está inspirado en un hecho verídico, aunque amañado por mí.