De las historias surgidas en una de las clases de primaria de mi querida escuela El Palmar, allá por Miramar de Montes de Oro, rescato esta por ser una de las más curiosas contadas por mis estudiantes, especialmente las niñas que después de que puse en el tapete el tema de las leyendas, dejaron volar la imaginación y desataron de ese mundo pletórico de fantasía, el testimonio enigmático de un tal Tiliano, caballero perteneciente , según me dijeron a la familia Chaves, oriunda de la "Calle del Arreo". .
Personaje de vida tranquila, pero amador del estilo bohemio, Tiliano, no le temía para nada a la densa oscuridad del camino de entrada o de salida al caserío, o al embravecido sol de la bajura, cuando decidía aventurarse en uno de sus tantos viajes errantes, siempre fijaba su mirada firme en divisar el famoso arco blanco de cemento que daba la bienvenida a los que ingresaban al ingenio de los cubanos. Aquello era para él su insignia, ya que al recibirlo o al despedirlo, le hacía recordar que iba en buena dirección y eso llenaba siempre su corazón de esperanza y de valor.
Un día cualquiera en una de sus travesías, Tiliano, perdió para siempre su acostumbrado rumbo y sin encontrar su mentor, allí, al lado del camino y bajo la fragua incandescente de febrero, solo cobijado por los despiadados polvazales, espiró, abandonado por todas sus fuerzas, dejando repentinamente el mundo de los vivos, sin advertencia, sin preparación.
La noticia llegó al pueblo y no fue sorpresa para muchos, ya que se consideraba a Tiliano (y más de alguna lugareña se lo había dicho) como el judío errante, o como el "viejo de monte" que salía de pronto por las tardes oscuras o las frías madrugadas, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia.
Los días fueron pasando y para ser exactos al noveno día, se empezaron a notar algunas situaciones extrañas en la Calle principal que conduce al Arreo o Barrio El Palmar como muy recientemente se le bautizó al pueblecito.
Viajeros que durante la "zafra" del ingenio transitaban a altas horas de la noche por aquel paraje, aseguraban ver una figura con silueta de hombre tirado a la orilla de la calle, ¡Exactamente! en el lugar donde habían encontrado a Tiliano el día que feneció. Otros, mientras caminaban por allí aún durante el día, sentían fuertes escalofríos al pasar por el sitio. No faltó quien, inspirado tal ves por el elixir de la caña, aseguraba que la cruz que se le había levantado en el lugar para perpetua memoria, lucía a veces teñida por un pigmento o clase de pintura roja muy parecida a la sangre, por supuesto nadie quiso constatar nunca de que se trataba aquel fenómeno.
El asunto de los escalofríos y las visiones continuó por mucho tiempo, sin embargo la muerte de Tiliano pronto se olvidó y las rutinas de las continuas labores de los pobladores del Arreo absorbieron el evento guardándolo para siempre en el cofre del tiempo, donde sucumben y se pierden en la espiral del pasado, tanto los hechos memorables como los insignificantes.
Cierto día, Doña Rosa, una conocida aldeana del lugar, decidió salir bien temprano, a comprar los víveres del mes, había pensado dejar la lista en el almacén, y viajar hasta Puntarenas centro, para hacer otros mandados.
Surgieron sin embargo algunos contratiempos en el viaje al puerto, que hicieron que a Doña Rosa le agarrara bastante tarde, no pudo ni retirar los víveres que había encargado y cuando el reloj marcaba pasadas las 8 de la noche, nuestra hidalga, se hacía apresurada al camino de regreso al pueblo, sola, cansada y con muchos deseos de ver a los suyos.
Insólitamente comenzó a sentir, mientras caminaba, que aunque marchaba rápidamente por el empolvado sendero, tenía la sensación que no avanzaba mucho. A su lado, la oscuridad abrazaba con sus tentáculos sutiles toda la vegetación circundante, en donde los cuyeos no cesaban en sus míticos conciertos que por ratos se perdían en las lejanías ocultas de los potreros. Nadie aparecía en escena, ni para adentro ni para afuera, ni vehículo alguno. A Doña Rosa la empezaba a embargar la angustia? unos minutos después se sintió un poco más tranquila al divisar con mucha dificultad y a cierta distancia, la silueta de un hombre, le extrañó un poco que estuviera recostado a la orilla del camino, como descansando, al acercarse un poco más, pudo ver, hasta donde le alcanzaba la vista, que vestía camisa blanca y pantalón negro, permanecía recostado de espaldas a la calle y no cambió nunca su posición ni al pasar Doña Rosa bien cerca de él. La negrura de la noche le impidió ver más. Al avanzar varios metros, nuestra señora, quiso volver a ver para atrás, pero súbitamente la invadió un frió impresionante en su espalda, que hasta llegó a creer por un momento que cargaba una marqueta de hielo. Esto hizo que nuestra aludida apresurara el ritmo de su caminar hasta casi querer correr, sin embargo se había posado sobre sus hombros ese peso inexplicable que más bien la quería hacer retroceder. Cuando pudo avanzar, la sensación fue desapareciendo poco a poco, sin embargo Doña Rosa seguía caminando apresuradamente, poniendo en cada paso todo su esfuerzo por llegar lo antes posible al vecindario.
Al ir dando la vuelta cuando el camino hace una última curva para enrumbarse directamente hasta el famoso salón El Malinche, situado en la entrada del caserío, volvió a ser testigo de la misma visión, esta vez más clara, ya que pudo observar que una cruz acompañaba al durmiente, ubicada exactamente a la cabeza del mismo. Doña Rosa ya no aguantó más, soltó carrera y no pudo, el peso del helado yunque invisible volvió a cargar sobre su nuca, por momentos creyó que nunca llegaría, en su mente iba bajando a cuanta persona divina se le ocurría, San Jerónimo, Santa Cachucha, las tres divinas personas, su bloqueada mente no le daba para más y sus pies empezaba a sentirlos semejantes a los de un elefante.
Sin embargo pudo llegar con mucho esfuerzo, exhausta y casi petrificada hasta el salón antes mencionado, y al dar la vuelta para dirigirse hacia su casa, exactamente en la esquina de la escuela, sobre un pequeño cúmulo de tierra, ¡la misma aparición!, mostrando el cuerpo encorvado de un hombre anciano, inerte, de espaldas a la calle, con la misma cruz a la altura de la cabeza y esta vez con máculas de una tintura roja en la misma, que parecía la sangre humana, aparentemente fresca y recién derramada, deslizándose en forma lenta por el hierro hasta tocar el suelo.
Doña Rosa caminó después de aquel instante, sin tener conciencia de nada, su mente se nubló, se desconectó de su cuerpo como absorbida por un torbellino espeluznante que la condujo hasta la más densa oscuridad, volviendo a la realidad no sabe cuanto tiempo después, solo notó que estaba tirada en el corredor de su casa y su reloj apuntaba las 2 de la madrugada.
Muchos fueron los y las testigos de este hecho inexplicable, no quedó casi ninguna persona en el barrio que no se diera cuenta. Pero irremediablemente los días fueron pasando y no fue si no en una tarde de invierno en la casetilla de la parada de buses, donde acostumbraban a darse cita algunos personajes "famosos" de la comunidad, que alguien escuchó a "Sopa", una de esas figuras del pueblo, quien acostumbraba a veces a dormir en las rondas del camino, narrando que, junto con "Cuchumbo" y Bernabé Gutiérrez se habían levantado en aquellos días en una soberbia borrachera después de la cual los tres, se habían soñado en una de esas noches de disolución, con una mujer muy parecida a Doña Rosa la de Pedro, que se acercaba a ellos y que al querer pedirle ayuda, la veían que se quedaba muy seria y rápidamente daba media vuelta, caminando despacio, con un gran block de concreto sobre sus espaldas, con las manos en la cabeza y hablando a gritos pero muy enredado hasta perdérseles por completo de vista.
Nunca los actores de esta trama comentaron en grupo sus experiencias, ni nadie hasta hoy ha hecho ni hará una investigación exhaustiva del caso.
La indescifrable psiquis dirán algunos, ¡fantasmas! expresaran otros, o ¿el dolor de una muerte ignorada?..., solo Tiliano y Dios lo saben, en la realidad ingrata del acontecer humano hoy solo encuentro a muchos Tilianos que esperan una mano amiga que los levante y anime, un faro de esperanza que de verdad los guíe para caminar con absoluta seguridad en este sendero donde convivimos los supuestamente vivos.