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| Esperpentos Fantásticos (Del grupo de relatos de "Esperpentos") | |
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samuel17993 Escritor activo
Cantidad de envíos : 323 Fecha de nacimiento : 17/09/1993 Edad : 31 Localización : Herrera de Pisuerga (Palencia, Castilla, Iberia) Fecha de inscripción : 13/10/2011
RECONOCIMIENTOS Mención: - a la excelencia en sus comentarios Mención: - por sus Grandes Aportes a Letras y Algo Más Premios: 1º Lugar en Concursos Letras y Algo Más
| Tema: Esperpentos Fantásticos (Del grupo de relatos de "Esperpentos") Vie Oct 14, 2011 4:09 pm | |
| La Rebelión de la Fantasía(Esperpento Fantástico) Últimamente la fantasía está de baja caída. Por lo tanto, tengo que buscarme un rinconcito donde estar, sin nada más que mi poder de imaginación. No era un lugar muy amplio, ni con mucha luz, no nos vayamos a engañar, pero era mi pequeño reino, mi cueva de historias de todo tipo, de esas que se cuentan en las hogueras una noche de acampada. Allí, en aquel tétrico lugar, estaban mis mascotas, los títeres de mis historias. Yo, les tenía mucho cariño. Con algunos, como la vampira Elizabeth, me reía y emociona. Es lo bueno de la imaginación, nos podemos diseñar nuestro mundo. Ella, la vampira, se sentó junto a mi lado. Sus colmillos brillaban, eso quería decir que venía con alguna treta para que la consiguiera algo; sabía que era de mis protagonistas favoritas y con ese favoritismo intento jugar conmigo para obtener un beneficio, como un tramposo jugando con un as en la manga, cosa poco rara de una chupasangres. Pero esta vez fue directa, en vez de ir con rodeos como siempre. -¿Me puedes hacer, imaginar o lo que sea, un amante, un chico…? Tipo Crepúsculo… Joder, todos los vampiros tienen más suerte que yo, siempre tengo que salir por patas, me dan de palos y el chico es un enemigo o nos separamos… Yo quiero esas cursiladas… como tú la llamas… -Pero tú no eres de ésas… A mí… -YO, yo, yo… Egocéntrico-Dijo en un tono burlón-. Pero no es cosa tuya… Porfa… Lo que sea… —Dijo, poniendo una cara de cordero degollado. -Tú eres… -De tu imaginación. Sí, lo sé…. –Dijo en un tono seco y enfadado. -Sabes que odio esas cosas. Yo creía que no eras de esas. No te imagine así, y , por tanto, no debieras… serlo. Me desembaracé de la chupasangre detective y otros papeles secundarios combinados a su peculiar ser. Vi a la “enamorada”. Estaba al lado de un pequeño jardín. Allí, ella olía las flores de ese magnífico Edén de la flora, con lirios, rosas, jazmines y otras flores que decoraban ese oscuro cuartito de mi imaginación. Me acerqué hasta allí y cogí una rosa roja. Hice ademán de dársela, pero ella no la cogió. Y me dijo: -¿ Me puedes enviar otra vez con el chico ese? Me resigne, hasta en mi imaginación me rechazaba. A todas las enamoradas les gustaban los rubios teñidos o , en todo caso, en el moreno teñido de rubio y, encima, con pintas de pijodiscotequeros estúpidos y cobardes. Y, sin más, la dije: -Sí, claro. –La dije en un tono gruñón, como un gruñido de un perro al cual le han lastimado la pata por jugar con él. Miré hacia atrás. Elisabeth ya venía, otra vez, hacia mí. Unos gnomos… ¿Qué hacían los malditos gnomos? ¿Qué eran esas cosas? ¡Carteles de protesta, joder!. Luego, un gigante portero de una discoteca mágica utópica entre la fantasía bíblica y la ciencia ficción que estaba llorando. Una hada furibunda… ¡¿Una hada furibunda?! ¡Joder! ¡Pero si iba a ser la protagonista de una historia para una niña de unos 11 años! Fui corriendo hasta la encimera de operaciones, allí era donde creaba mis personajes, al estilo Frankestein. Mis pequeños monstruos. ¿Estaría muerta? -No está muerta… Es que… tenía sed… y, bueno… -Dijo entrecortada mi amiga sedienta siempre de sangre, la vampira Elisabeth, la cual parecía haberse cargado un buen personaje para una historia. -¡Elisabeth! Me cago en tu… -Lo siento… Gafes del oficio, ya sabes, la sed hace que hagamos cosas extrañas, como ver espejismos en el desierto… Mientras discutíamos, la hada se levantó, como Jesús al tercer día de su muerte. Sedienta de sangre mágica, intentó inútilmente, con sus poderes mágicos, hipnotizarme para chuparme la sangre, y fallido el primer intento, directamente, se lanzó a mi cuello para también fallar. Todas esas cosas no funcionaban, porque yo era el creador de todo eso. Y la dije: -No puedes, eres producto de mi imaginación, y eres esclava de ella. -Ja. Tú eres un dios –Dijo Elisabeth-, pero nos podemos rebelar… Imagínate, una buena migraña y hala… No eres omnipotente... -Mira como lo soy, puedo crear cualquier historia. ¿Por cierto, es una amenaza? -Vale, vale, morenito morito… -Vas a ver… Hablando de moros… Vas a hacer hoy una historia… en el desierto…montando… en un camello –buena idea… me dije a mi mismo—. -Pero… No pudo hablar, la historia pronto se materializo. Y la historia comenzó. “Elisabeth iba en un camello por el desierto. Los granos de arena, transportados por el viento, no la dejaban ver. Pero, aún así, espoleaba a su camello. Más y más. No quería parar. Debía seguir. Y gritaba: “Corcel, corre, corre, corre como si fueras el mismo viento del desierto. Debemos llegar hasta Jerusalén” Sedienta de sangre, abatida como si fuera producto de un poema de Lorca, corrió y corrió en ese camello.” De pronto la historia se paró. Y Elisabeth me gritó: -Eh, tú, no seas tan dramático. Los vampiros aguantamos más que los humanos cuando tienen sed… -Vale, vale. -Ah… Vamos. Y la historia prosiguió. “Elisabeth siguió espoleando a su camello. Cogiendo su cimitarra, robada a un sangriento sarraceno, gritó: “Por la sangre, mi diosa”. Ella continuó espoleando más y más a su camello hasta que tropezaron con un tesoro. Bajó del camello. La curiosidad la estaba comiendo y su corazón latía intermitentemente. Y, de pronto, corrió hasta el tesoro y se lanzó hacia él como una lagartija a su escondite.” La historia volvió a quedar estática, como una escena parada de una película. -Bueno… Qué soy de sangre caliente, pero… compararme con una lagartija… No me gusta esa comparación. ¿Seguimos la historia? -Sí, sí, claro, vamos… “Allí, en ese desierto increíble, estaba Elisabeth, ante el tesoro. Escarbo en la arena y encontró una caja dorada. Se preguntó, intrigada por ese pequeño reliquiario, qué habría ahí dentro. Podía ser un genio, con sus tres deseos… ¡o más!, aunque hubiera preferido unas gotitas de sangre. Era así de sencilla. Pero el oro estaría bien. Muy pero que muy bien. Abrió la caja. Lentamente, sin prisas de ningún tipo, había tiempo de sobra. Y, de esa caja, se encontró con las ocho bolas con sus estrellas características. Las bolas…” -No me jodas… Esto es de Bola de Dragón. Dragon Ball. -Sí. ¿algún problema? Anda, tráelas hasta aquí. -Valeeee…. –Dijo con tono pedante. De pronto, apareció de un portal. Estaba cargada con las ocho bolas de dragón. -Vaya imaginación la tuya… -Dijo con sarna. -Bueno… por lo menos, es la mía. -Ya… ¿Por lo menos me podías ayudar? ¿No? -Tú eres… No era posible. Todos mis personajes me rodeaban y gritaban, excepto Elisabeth. Los gnomos con unos carteles de protesta. El gigante portero de discoteca estaba deprimido por haberse peleado y perdido contra David, el pijodiscotequero, el cual había enamorado a “la enamorada” y, en ese momento, él y la “enamorada” se habían largado juntos. La hada mordiendo a un gremlín. ¡A un gremlín! ¡No! Se tiró a una piscina y salieron un montón de los suyos… ¡Y encima Elisabeth estaba riéndose, mientras dejaba las bolas de dragón! David salió de los baños con la enamorada. Rodeado de ese horror cercano a un espectáculo circe, me estaba volviendo loco. ¡Loco! No podía más. Estaba harto. Ese esperpento debía acabar. Todos, liderados por el puto David de los cojones, ese judío ególatra, se habían rebelado contra mí. Y grité: -¡Todos… Si lucháis conmigo, os liberaré! ¡Por mí! Casi todos se me unieron y , provocando una guerra civil tan imaginaria como todos esos locos, me lancé contra David y todos esos rebeldes, a los cuales dirigía el muy mamón de una manera estúpida. Los gremlins y la hada vampira atacaron por centro, como peones de ajedrez. Mientras, Goliath, el gigante, atacó por el flanco izquierdo, y Elizabeth y yo, mano a mano, luchamos en el lado derecho de ese combate de Fantasía. Al final, los conseguimos vencer. Derrotados estos, me vengué de David matándolo, de mi imaginación, y, a la vez, lanzando un poco de mi ira hacia ese ser imaginario. Me encanta mi imaginación. Luego, para rematar, engañados mis personajes, encerramos a la mayoría en el tártaro del olvido de mi imaginación con la ayuda, siempre de mi lado, de Elisabeth, Goliath, ya vengado el pobre, y mi ejercito de querubines de la sangre, los Gremlíns, y hadas vampiras. Por fin, me había deshecho de ese esperpento de la cabeza. Y ya pude liberarme de esa tenaza provocada por esos rebeldes anarquistas de mi imaginación, en la cual debe siempre haber orden y no la típica anarquía. Mi cabeza se liberó, y es que mi imaginación era como mi vida, un total increíble esperpento. | |
| | | samuel17993 Escritor activo
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| Tema: Re: Esperpentos Fantásticos (Del grupo de relatos de "Esperpentos") Vie Oct 14, 2011 4:12 pm | |
| Soñando (Esperpento Onírico) Dormía en la cama, o eso quería. El sueño lo perturbaba esa brisa de verano, que más bien era una no-brisa, una modorra insoportable. De esas vaporosas. Las que queman. El calor trasmutaba el agua de mi cuerpo en gas. Lo único que no evaporaba eran mis pensamientos, que los excitaba. Evaporaba el oxígeno, el cual no se podía respirar. Evaporaba el lugar, dejándolo como un espejismo o un desierto, es decir, que convertía mi habitación en un desierto de mis cosas y pensamiento, en donde me ahogaba; y cada grano, que el aire llevaba, me perturbaba más la cabeza. De tanto calor, de evaporarme en esa niebla de granos de pensamientos y tan poco oxígeno que poder respirar, me fui hasta la ventana. Respiré, y el contraste me dejó helado unos segundos. Luego, lo agradecí. Miré todo lo que tenía bajo mi ventanal. Después, todo lo que había por encima, que parecía muy cercano, con las montañas, que eran dos montículos casi cercados por el cielo, unas ruinas, que la naturaleza iba conquistando y dejando olvidado su uso, y, por último, la carretera, que sólo podía verse un trozo, por lo cual parecía que estaba cortada e interrumpida, aunque no lo estuviera. Algunas veces, entre pensamientos que a nadie importan, como si Dios existe, sobre la verdad, la justicia o, incluso, mí mismo, se me ocurren estupideces mayores; que decir que son de locos es poco. Y, en ese momento, pensé que, a lo mejor, si bajaba al patio, me contraría con alguna Julieta Shakespeare. Hice una cuerda y, como bajando de las nubes, bajé, cayéndome. Por suerte, sin hacerme daño alguno, ni hacerme una brecha en la cabeza, que sería lo que hubiera sido lo lógico. Mi intento inverso de lo de Romeo y Julieta, en que el chico, Romeo, bajará a por Julieta, la cual me esperaría, según mi subconsciente, sin las bragas bajadas y toda desnuda, me dejó inconsciente varios minutos y un dolor de cabeza fuerte. Me desperté sin alguna lesión, por suerte. Todo parecía normal. Ante mis ojos, de pronto, apareció un caballo de madera, el mismo Clavileño de Don Quijote. Me acerqué, lentamente. El aire, ante mi sorpresa, sopló muy fuerte, alimentando los poros de mi cuerpo con una morfina que aliviaba esa fuerte modorra en el cuerpo que me ahogaba. Llegué hasta él. Y, sin mucho preámbulo, no sé por qué, me monté en él. Montado me sentí algo extraño, como si me moviera. Y sí, empezaba a moverse. Hacia el cielo. Lo vi todo lo de antes pequeño, enano. Y caminó por el firmamento estrellado, montado en mi caballo libre e impasible ante nada. Las estrellas las podía casi tocar, brillando como nunca, y que creaban un manto plateado. Y la Luna me abrazaba como una mujer que llorara lágrimas argentas. Pero, pronto, supe que todo era mentira. Me había caído a la piscina, y el caballo de madera había desaparecido. El agua, que estaba congelada, me dejo con los nervios a flor de piel, que me provocaban movimientos involuntarios que intentaban calentar mi cuerpo. Quise levantarme, pero, lo que antes era o parecía la Luna, se transformó en un platillo volante y me abdujo. En él, unas sombras me investigaron y espiaron mis movimientos, pero debió de parecerles que era inservible, y me soltaron. Me quedaron inconscientes. Poco después, desperté, lentamente, creyendo que estaba en casa. Y caminé, caminé y caminé, sin rumbo. Medio alelado seguí caminando. Abrí los ojos del todo, y me pareció que despertaba de un sueño. Vi un campo de flores, algunas extrañísimas, nunca vistas, que estaban abrazadas a una inmensa arboleda, la cual no veía fin. En esa inmensa pradera, la vi, a la Julieta que creía buscar antes. Con un traje casi lívido, plateado y una sonrisa demasiado brillante. Corrí, corrí, y corrí tras ella. Llegamos al bosque, corriendo tras ella. Nos miraban los habitantes del bosque: un unicornio carnívoro que se comía un conejo, un vampiro que nos miraba con un deseo melancólico, muerto por la caída de todos sus dientes, y unos lobos que sólo aullaban al Sol. Jadeando los dos, la cogí y, sobre la hierba de ese bosque sin fin, nos besamos, nos acariciamos y nos quisimos, hasta que la tierra que pisábamos se removió y corrió, sacándola todo la epidermis, destrozándola la superficie. En ese momento, me dijo: - ¿Y qué pasa si somos incompatibles? — Como si fuéramos a encajar como un puzle, lo cual no entendía porque ahora mismo habíamos comprobado que encajaban bien nuestras piezas, sin problemas, sin ataduras, lúbricas. - No lo somos, al revés. - ¿Y si me gustarán las mujeres? - A mí también; ya tenemos algo más para encajar mejor nuestras piezas. - ¿Y si me vuelvo loca? - Yo ya lo estoy. Todos lo estamos. Es lo normal. - Soy una lunática… - No soy xenófobo. Y, entonces, desperté. Pensé que qué sueños más repetitivos y normales tenía. Siempre igual. Estaba harto de ellos. No podía hacer algo que nadie hiciera como sueños eróticos desenfrenados con una mujer de esas normales de 90-60-90, o batallas épico-triunfalistas. Pero no. Yo era así, tan normal… | |
| | | samuel17993 Escritor activo
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| Tema: Re: Esperpentos Fantásticos (Del grupo de relatos de "Esperpentos") Vie Oct 14, 2011 4:13 pm | |
| La prestidigitación de las palabras (Esperpento del poder del verbo) No sé si empezó porque quise, si fue por una fuerza metaterrena, sobrenatural, divina o mágica, como gritar un exorcismo en el espacio-tiempo, si es que soy una pesada total, que puede que lo sea y que, como ven, no puedo acabar una línea entera que no sea menor de tres o cuatro, o más renglones, o si tenga el poder por un ADN diferente al resto, a lo Supermán —que escuchen, yo todavía no he visto a ningún tipo (varón) levantándose los calzoncillos hasta por encima de la barriga y pueda respirar—; pero sé que tengo “poderes, y me da miedo, un miedo acongojante, sin decir acojonante y me vaya a cagar en los pantalones. Sí, un miedo terrible. Ufff… Y no sé cómo empezar… Yo, que soy una pija redomada de la palabras, me rio de ellas; tienen el poder de cambiar muchas cosas, desde que un tío te quiera tirar los tejos, hasta que una tía, pensando que eras una bollera, te intente meter mano. Es el mismo resultado, pero no el deseado. Son peligrosas, y ¡qué lo veáis que lo son…! Nunca deseéis cosas que no queréis, por favor; es un consejo de amiga. Todo empezó una tarde de estío, con un calor y una zozobra nunca experimentada por esta enana persona, porque (era) soy una minúscula ; mi padre, dice que, por tal, cuanto más pequeña, más cabrona soy, ya que son así todas las pequeñas —no sé si también los hombres, pues él es de altura alta, y mi madre es igual que yo; por tanto, se podría decir que es masoca…—, sin más. Esperaba en la estación, y me puse nerviosa; soy puro nervio. No puedo, y no podía, parar quieta. Tenía un libro de la mano, pero no podía leer. Hoy, llegaba el estúpido de mi primo, y no lo aguantaba, ni lo aguanto. El viento cortaba mi piel; las campanas de las iglesias sonaban junto a las de los relojes; el vapor del tren empezaba asomar y el Sol me da de cara. Si hubiera tenido el poder de controlar todo eso, lo hubiese cortado, porque me ponía más nerviosa. Un ruido increíble me descolocó, ese ruido era terrible y quise volverme loca y haber destrozado ese tren; estaba neurótica y no sabía por qué. Él apareció, como un mago en un escenario, como arte de magia, entre la niebla, a mi lado, cogiéndome la mano. Le metí una ostia y se quedó sorprendido. - Lo siento —Le dije. - Estás muy nerviosa. - Sí. Sí. Sí. Vámonos, Fernando. - Vale, pero es que no puedo caminar con tanta maleta… - Pues no voy a ser yo quien te las lleve… eh… eh… Yo soy tu prima, pero no porque quiera. Y yo no llevo nada, problema tuyo. - Pero… - Vamos, Fernando. Viéndole con todas esas maletas parecía medio tonto. Casi se cae por dos o tres veces; yo me reía por lo bajini, y él se descomponía. Empezó a mejorar el ambiente, como en pleno verano, y el calor justo para darme una sonrisa brillante. Y él dijo: - Eres un sádica de cojones, me has visto mal y pero, y, de pronto, ahora, tienes un careto de contento impresionante. Disfrutas, ¿No? ¿Qué te hecho para esto? —Dijo con un arte escénico que me puso de los nervios. Sentía repugnancia por él; cuando me dijo eso, se me revolvió el estómago y puse la faz de antes. Pensé: “Cabrón… Si es que sabes cómo joderme. Tú sí que eres un sádico, cabrón. “ - Porque me toca aguantarme… - Pero soy tu primo. - ¡Cómo si eres el Rey! Si fueras el rey, haría que una revolución te cortará la cabeza… - Joder. ¿Tanto me odias? - Eso es poco… —Dije con una cara de asesina que hasta a mí me sorprendió, y, a él, casi le hace mearse in situ. Y yo me hubiera descojonado, eso seguro. No volví a dirigirle una palabra en el viaje, un viaje casi eterno, en el cual él bamboleaba su bagaje que era eterno —Y luego hablan de las mujeres… ¡Qué ostias… si son peores, y más pijos!. Casi me dieron ganas de estrangularlo. Y él con una sonrisa, la cual me ponía más y más nerviosa; y, encima, cada vez que me veía enfadarme, sonreía con más fuerza y yo me ponía más roja y más sicópata, y hubiera hecho, allí mismo, ante toda la gente, la muerte del chino, y no lo lamentaría. Y la prisión no me daba miedo, lo quería… matar con todas mis ganas. Y él seguía riéndose. Y yo, yo, yo, más enfadada, más roja y republicana por ese reyezuelo del reino de la felicidad, todo el día feliz, aunque yo me enfade. Cuando llegue al portal, todos los que me vieron, se apartaron de mí y casi llamaron a la policía porque pensaban que iba a cargármelo, al tonto de mi primo, que estaba aguantándose una risa compulsiva que hubiera sido motivo suficiente para defender mi inocencia por haberle descuartizarlo, como los hombres antiguo que mataban a sus mujeres que les ponían los cuernos. Entramos en el portal, y le dije: - ¡¿De qué te ríes, gilipollas?! - Nada… Nada —Dijo mientras se aguantaba con la mano el ruido hilarante que estaba a punto de correrse por sus labios. Estaba jodiéndome profundamente aquello. Hasta lo más profundo y oscuro de mis adentros, le quería darle dos bamboleos y no dejarle una parte física sana. - Te voy a dar… - Pero si eres muy pacífica Mary Manuela… - ¿Cómo me has llamado? —Dije autoritariamente y con las venas a punto de explotarme, y las cejas temblándome. - Cómo te llamas… - No me llames así. - ¿Cómo Mary Manuela… Mary Manuela? Venga no te pongas así — Me dijo mientras yo y mis cejas estaban moviéndose de un lado a otro, como una puta loca a punto de morderle el cuello y matarlo a simples, y caníbales, mordiscos, como una vampira sangrienta, y descuartizarlo en tantos trozos que ni el maldito CSI lo pudiera identificar como el mamón de mi primo. - Si me llamas, otra vez siquiera, así, vas a vivir el infierno antes de morir; no conocerás cómo es una mujer, muriéndote como un panoli virgen y sin guevos… - Vale, vale… Cómo te pones prima. Si yo te quiero… - Espero que no… porque cómo digas eso, una vez más, te meto un guantazo que vas a dar dos vueltas al mundo y vas a volver, aquí, al mismo sitio para poderte rebanarte ese pescuezo tan largo que tienes, que pareces una jirafa… - Joder… Mary… - ¡Cuidado! - Ten cuidado, tú, con lo que dices, no vaya a ser que se cumpla… - Las palabras no tienen ese poder. - ¿Y si lo tuvieran? - Si fuera así, te hubiera enviado tan lejos para no verte nunca. - …Ehmmmm… - Pues sí… - …EHmmmm… - ¡No hagas eso! - …Ehmmmm… - ¡Qué lo dejes! - Claro, tu palabra es una orden, es, sí, la verdad absoluta; cada palabra es la realidad, sin duda ni Noúmeno ni ostias; todo lo que digas es la Razón en sí, como Minerva… - Eso espero… - Pues claro… - Bueno, tú quietecito… - Vale. - Venga. - Vale. —Y no se movió - Pero ¡muévete! - A vale… - Así… Paso a paso - Claro, siempre. A tus órdenes. - Venga, pero joder… - Has dicho que paso a paso… - Lo haces por joder… - Pues claro… Me gustaría… - ¡Calla! - …. - Así me gusta. Joder, siempre jodiendo… Entonces se intentó bajar los pantalones. - ¡Puto cerdo, qué haces! - … —Seguía bajándose los pantalones— - ¡EH, contesta! - Lo que me has dicho: no hablar e ir jodiendo… - Ahhhh… ¿Pero cuándo he dicho eso? - Hace dos minutos, treinta y dos milisegundos y poco más, que no puedo calcular… - AH… Ojalá no te conociera. Y él se quedó callado, y miró de un lado a otro. Me puso más de los nervios, y lo arrastre por el ascensor, y, metidos allí, mientras él me miraba con cara de haber sido sacado de un siquiátrico, subimos al piso de mis padres y entramos en casa. No había ni Dios. Y él me dijo: - ¿Quién eres? - Joder… ¿Otra vez con tocarme… las narices? Y él se fue a dirigirme a mí, y le grité: - ¡¿Qué haces, tonto?! - Tocarte la nariz… - ¿Pero…? ¿Qué, coño, te pasa? - ¡Qué estoy en la casa de una desconocida y no sé por qué, pero tengo que hacer todo lo que digas! - Pero, pero… ¿Qué pasa? - Que tienes el poder… - ¿El qué, cómo…? - Tienes el poder de la palabra, todo lo que digas es la verdad y no hay más… Me estaba enfadando con él. Desde que vive con su padre, no sé por qué, le he ido cogiendo odio. Cuando éramos más pequeños, con la tía, éramos como uña y carne, pero ya no. Le había cogido asco. Mucho asco. - Eh…. —Dije con una cara sorprendida que le asusto. - … Y tú… - ¿Pero estás bien? - Sí, bueno, tengo un leve resfriado… - No me refiero a… ESO —Dije, aún más enfadada y con ganas de que desapareciere de allí— AH… ¿Qué nos pasa a nosotros dos? Aí… Si lo supiera… De pronto, un vórtice auroreado salió de por el espejo del pasillo. Me dirigí allí. Allí encontré a una niña pequeña. Estoy en un hospital… ***** Estoy en el hospital donde está la tía. Mis padres me tienen cogida de la mano, muy fuerte, como si se les fuera yo a arrebatar por alguien de algún lugar oscuro que habitaba ese sitio tan oscuro; allí, todo estaba en penumbras y miles de señores con caras muy malas y tristes caminaban por allí. Estoy muy asustada. Tengo miedo, pero no quiero decírselo a papa y a mama, porque yo soy, debo ser, valiente, y no tengo a NADA miedo. Pero tengo el corazón que quiere huir, sin mi cuerpo; tengo miedo de que salga escapando sin mí.
La puerta de la habitación de enfrente, donde esperamos quietos y silenciosos, se abre con mi tío que tiene una cara de sorpresa, con los ojos totalmente abiertos. Mis padres no lo quieren mirar, y no lo entiendo; mi tío siempre es muy cariñoso y, con mi primo, que quiero mucho, siempre está jugando, con los tres. Veo a mi tía al entornar la puerta, y a mi primo que está sentado con los oídos tapados, como cuando sus padres no les dejan escuchar lo que dicen. No entiendo nada. De pronto, la tía se va al hospital y luego esto.
Entro sin mis padres. Dicen que después entrarán. En la habitación hay mucha luz, la ventana está abierta y mi tía me sonríe.
- ¿Qué tal Mary Manuela? —Dice mi tía, con una sonrisa que contagia a mi primo, que se echa a reír.
- No me llames así —Digo enfadada. No me gusta que me llamen así. Me pusieron así porque mi padre es inglés y mi abuela se llama Mary, y mi abuelo materno en Manuel, por lo que me pusieron ese tan raro nombre y que odio.
- Jaja… Vale. Es que eso de tu nombre fue una matanza. Porque sé que te quieren tus padres, pero, si no, hubiera pensado que te querían matar, por dios… Jaja. —Sonríe mi tía con una gran sonrisa que inunda y contagia la sala llena de un manto de diminutas estrellas, en medio del día.
Mi tía es mágica. Creo que es bruja. Nunca se lo he preguntado, pero se lo he querido decir siempre…
- ¿Tía, te puedo preguntar una cosa? —La digo.
- Claro, dispara hija —me dice mientras hace como que con la mano me dispara.
- ¿Eres una bruja o una maga, o una cosa así? —La pregunto.
- Jaja. Mary, tú si eres mágica… Jaja. Eres increíble. Eso recuérdalo siempre… aí… Pues, ahora que lo dices, sí, algo bruja sí que tengo; tan bruja, que te puedo hacer una sonrisa.
- Jaja. Sí, tía —La digo mientras me hace cosquillas y me abraza.
De pronto, entre ese ataque de risas, la oigo que, entre dientes, dice:
- Tan mágica que estoy aquí por culpa de tener un marido que me hace cornuda y me jode, sin tocarme… ¡Ah, si cuando hubiera concebido a Fernando, me lo hubiera tragado como una mantis religiosa, qué bien me hubiera ido!
Y yo la digo:
- ¿Qué dices, tía?
- Nada… nada… Nothing —Me dice mientras me toca la nariz, tan pequeña que tengo.
- ¡Ah, mi pequeñita, lo que voy a pasar…!
- ¿Pero vas a seguir con nosotros jugando siempre, no?
- Claro. Aun enferma, aunque no esté, haré que, de alguna manera, mi sombra siga jugando con vosotros dos, haciéndoos una sonrisa, siempre…
- Claro, mama… —Dice mi primo, antes asustado y, ahora, más animado.
- Sí. Jaja. Pero si sois un encanto, aunque, a veces, me darían ganas de estrangularos por estar como con esa cara que me podían, hijo. ¡Qué no me seáis unos aburridos! Eh… Jaja
Y los dos nos abrazamos a mi tía. Luego, nos llaman mis padres. Salimos fuera. Y nos sentamos en una silla. Él se vuelve a poner nervioso y triste. No quiero que esté así. Le quiero mucho. Entonces, le llamo por su nombre y lo doy un beso en la mejilla. Él se pone rojo entero.
Quiero oír que dicen el médico a la tía. Me acercó a la puerta, a escuchar. No les entiendo. Dice que tiene un virus llamado “Inmunodeficiencia Humana”. Un nombre muy extraño. Me pregunto qué será. Pero soy muy pequeña, para saber todo lo que pasa. ***** Y lo que me pasa. No sé… Estoy sentada en el sofá de mi salón, y mi primo me mira, pues no me conoce, porque yo lo he deseado, y él se acerca, poco a poco, porque es muy tímido, y. aunque le he tenido asco, le tengo cariño, pero lo odio. Y… y… - No te conozco… —Empieza a decirme Fernando— pero, oye, no sé por qué, me gustas… y —levantó la cabeza—… no es nada amoroso… o … ya sé… tienes novio… y… Pero pareces muy buena chica, e incluso he confiado en ti para meterme en tu casa… - Sí… Fernando —le digo con mi rostro con ganas de llorar. - … - Eres muy tímido… Siempre fuiste así. Me acuerdo que te dije que eras tonto y te besaba y te ponías rojo, como un tomate, y yo me reía y te daban ganas de meterte en cualquier lado como un avestruz que intenta esconder su cabeza en la tierra; y tú, es lo que querías, y no verme la cara, porque eras muy… así… Por eso, por eso me enfadaba contigo, por eso, me ponía nerviosa, por eso, me das asco, porque… Ahhhh… Descanse de hablar un rato, y lo mire, mientras me mira con cara de tonto, como siempre; parece el mismo niño de cuando correteamos uno tras otro, y él no quería que lo besara, y corría, pero quería que lo besase, pero es que era así; siempre, fue así, siempre. Siempre hemos sido un poco niños. - Ojala fuera otra vez como antes… ***** Estoy esperando a mi primo en la estación. Estoy con ropa nueva y muy maquillada. Quiero dejarle tan rojo como de pequeño. Rojo que hierva y se le salga la sangre. Que le explote. Que pueda beberle un poco, a ver a qué sabe. Que siempre es demasiado tímido. Estoy muy nerviosa, pero Alea iacta est. Hay que cruzar mi Rubicón… Es difícil cruzar un río, aunque sea pequeño, igual de pequeño que de pequeña soy.
Me tiemblan las malditas mano. Las gritó: parar. Y ellas paran de temblar. Mejor así. No me hagáis que tenga que enfadarme, ¡qué las pequeñas somos las peores! Manos, vosotras lo sabéis, que vivimos en el mismo sitio, y nos conocemos.
El tren ya se ve desde donde estoy. Llega. Llega. Está llegando. ¡Qué está llegando! Estoy nerviosa. Muy nerviosa. ¡Me voy a subir por las paredes! Joder, venga, contrólate, que te va a ver… No puedo. Llega. Está saliendo. Salgo corriendo en cuanto lo veo. Él me ve, como una bala, como la de la tía, que va hacia él, y tiene miedo, pero se deja, y sólo mira cómo voy hacia él. Yo le beso. Quiero dejarle sin aire, sin sangre, y bebérmela.
- Uhm… Las pequeñas son las peores, y las mejores… Son muy juguetonas, y… - ¿De qué estamos hablando, concretamente? —Digo riéndome con una mirada pícara y maliciosa.
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