Metamorfosis social.

En el barrio me decían el gordo. Claro, mi figura daba cuenta del exceso de peso y este era suficiente como para no pasar desapercibido, sin embargo, este calificativo fue olvidado y no fue precisamente por adelgazar, si no debido a que me dejé crecer la barba de tal forma, que comenzaron a llamarme el barbudo.

Fui el barbudo algún tiempo y dejé de serlo no exactamente por que me afeité, sino porque el oculista me recetó unas gafas con tanta graduación que, para la gente, comencé a hacer el anteojudo.

Desde aquel gordo al anteojudo pasaron algunos años.
Siempre escuchando algún comentario sobre mi persona o el grito imprudente de los niños llamándome por el calificativo vigente cuando paseo a mis perros

El tiempo trajo arrugas y encaneció mis cabellos.
Ya no soy para mis vecinos el anteojudo, ahora soy… el viejo de los perros.

Tras el apodo se esconden cosas interesantes, por ejemplo, la certeza de que existimos a través del reconocimiento de los demás. Habrán otros perros y hombres que los paseen, pero si dicen "el viejo de los perros", sos vos. En realidad pasa lo mismo con los nombres. Existir significa tener el reconocimiento de los pares.

Hombre, pues en mi barrio eran mas cabrones y aunque les costase mas trabajo hubiesen dicho:
-Eah! El gordo-barbudo-cegaton que ahora anda con perros!-


Anda, va mi saludo fraterno hasta ti, compadre.

He sonreido y eso es muy bueno en las mañanas.... Gracias!

Felicidades.

Las personas se empeñan en dejar apodos cuando sería mejor preguntar el nombre de esa persona y decir ahí va Don...o Doña...o el Sr. o la Sra.

Creo que ninguno nos libramos de los apodos y muchas veces despiadados, sobre todo en las escuelas.

Para mi eres Ricardo el escritor y me alegra que pasees a tus perros, yo tengo cuatro, dos hembras y dos machos...pero cuando los paseo, ni se fijan en los perros, me dicen, adiós güera...quién fuera perro...jajaja

Un saludo amigo, un placer leerte.

Blanca.