“Los altos bosques habían sido siempre una muralla natural contra los seres que habitaban las tierras ralas del sur. Pero la aparición de las sombras hicieron que una brecha se abriera y por ella se filtrara el silencioso aroma a muerte.”Hacía mucho tiempo que en sus sueños volvía a visitar esa hermosa espesura. Aquella que solía ser su hogar. Las grandes casas tejidas entre los altos árboles, donde desde muy chico era su eterna aventura, recorrer sus pasillos colgantes. Historias de grandes guerreros que defendían con sus hachas las raíces de su tierra. Siempre el mismo sueño, convertido en baño de sangre. Siempre las mismas caras, los mismos gestos y el miedo de su gente perseguida por las huestes de esas mujeres envueltas en mantos negros, aparecidas de la nada.
Una visión que siempre terminaba igual, despertando como si se tratara de una pesadilla ajena.
De pequeño había sido adoptado por una familia de hacheros, provenientes de una tierra que ya no existía. Donde nada había quedado en píe. Ahora establecido entre los elfos al pie de las montañas blancas, bajo la protección de su señor Urien.
Ese mismo, que hacía pocos momentos le había entregado en sus propias manos el emblema del pueblo al que alguna vez perteneció y, que ahora debía guiar y gobernar con esperanza.
Los preparativos en la plaza de armas del castillo, se hacían sentir conforme el paso de la gran bola roja que surcaba el cielo, se deslizaba hacia su cotidiano final. Los hombres, estaban terminando de preparar sus alforjas y otros bultos. Amivia, junto a él, traspasaban la puerta que unía el ala Thailard al resto del castillo. Cuando la voz de su amada, disipo sus pensamientos volviendo completamente a la realidad.
-“Nunca me dijiste como se llama”
-“¿Quién?”, pregunto él desconcertado. Estaban ya en el patio de armas del castillo, los dragones de fuego habían convocado a sus monturas y cada una respondía al llamado, surgiendo de entre las sombras del bosque de los menhires a gran velocidad.
-“Tu dragón”
Anriq sonrió, cuando sintió la voz de su dragón. Había aparecido como por arte de magia, salvándolo de tener que explicar su distracción.
-“Ymyl, es mi nombre, que significa filo, Lady Thailard.”, respondió el dragón que se encontraba a espaldas de Anriq. Amivia sorprendida, simplemente saludo al dragón con la palma abierta sobre su corazón, sin quitarle los ojos.
Los dragones eran criaturas muy cautas a la hora de hablar con un extraño, que no fuera su jinete o el maestro de dragones. Amivia, se sentía muy honrada por esto.
-“Si mi señora, pertenezco a una línea de sangre muy antigua, proveniente de los mismos bosques de las tierras de mi señor Efrec.”, hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo y agregó, -“Pronto seréis, la Dama Blanca de las tierras del sur. Sera mi deber como custodio de la línea de sangre, protegeros también”
-“Agradezco tus palabras, Ymyl.”, Amivia se había adelantado hacia el dragón y con la palma extendida rozo la cabeza de la criatura.
-“Así se hará, Lady Thailard Dunee Efrec”, el título sonó un poco pomposo, pero era real, Amivia ahora pertenecía a dos mundos y era su deber protegerlos y mantenerlos unidos para siempre. Al final de cuentas, si su hermana no se unía en matrimonio. Sus hijos, serían también los herederos de la casa Thailard. En ese momento, en su cabeza resonó la voz de su propio dragón, haciéndole saber que estaba listo.
En otro lugar de aquel castillo, precisamente en la biblioteca, Hermes se encontraba sentado ante una ancha mesa repleta de mapas y otros papeles, escuchando con sumo interés lo que aquel mensajero, recién llegado contaba casi sin respirar. La noticia había llegado antes a sus oídos gracias a las patrullas de dragones, pero sin detalles y este mensajero ya decía mucho con su cara.
-“Dominus, he cabalgado desde el linde de lo que queda de los altos bosques. Las aldeas que allí estaban han sido quemadas y sus habitantes cruelmente asesinados por las huestes de las furias.
Han tomado prisioneros solo a los más chicos y a las mujeres masacrando cuanto hombre armado o con posibilidad de pelear existiera, ahorcando y quemando vivos de acuerdo a sus caprichos. No queda nada en pie, salvo alguna que otra columna chamuscada.”, el mensajero estaba cansado, se lo notaba en su aspecto y vestimenta raída por tanto trajín arriba de su caballo.
-“¿han seguido avanzando?”, preguntó Lorien
-“Si Capitán, han cruzado el puente de piedra y siguen camino a las aldeas que llevan hacia las montañas blancas, pero aún deben pasar por las tierras de los grifos señora. “
-“¿pero cómo has llegado tan rápido desde la tierra de los altos bosques?, si todavía no ha n llegado a los áridos cañones de los grifos”, Hermes parecía desconcertado.
-“Dominus, llevo conmigo los salvoconductos de los elfos y gracias a ellos he podido lograr la ayuda de los grifos que me han traído por los cielos hasta una posada al límite con el dominio elfico, allí, pude conseguir caballo y galopar hasta aquí”
-“Si los grifos no te han traído hasta aquí, es porque los tienen prácticamente encima”, pensó Hermes en vos alta.
-“Bien”, dijo Hermes, -“has hecho un largo viaje con esas importantes noticias”, y dirigiéndose a su asistente personal agregó, -“Llevadlo a las cocinas y que le den de comer y, luego un buen colchón donde dormir”
Thoriel, hizo la venia del dragón y se retiró con el mensajero caminando detrás de él.
-“Las noticias del sur no son nada alentadoras. Es más, empeoran las que ya teníamos antes de que llegara este mensajero”, dijo Hermes.
-“Cierto”, la voz de Lorien sonaba preocupada, -“y lo peor de todo es que no nos queda mucho tiempo, debemos partir hoy mismo mi señor, si es que pretendemos caerles por sorpresa.”
-“Ya saben que los dragones han sido restaurados”, dijo Hermes, -“ya no hay sorpresa, lo único que nos queda es dar el primer golpe y que sea lo suficientemente duro, para poder debilitarlos y entrar en las tierras de los altos bosques”
En ese instante, la voz de Helios, se dejó sentir en la mente de Hermes, “esta todo listo, Maestro de Dragones”
Hermes, tomó de la mesa el mapa que estaban mirando y se lo entrego a su capitán de la guardia.
-“Capitán, es hora de partir”
Esa misma tarde, se elevaron del torreón un grupo de Dragones de fuego, decididos y armados para hacer morder el polvo a las huestes de las furias en aquella tierra usurpada.
El rojo Aldebarán, estaba dejando sus últimas luces sobre la faz de los campos, dejando entre penumbras a las grandes alas que surcaban el cielo cada vez más oscuro.
Anriq Dunee Efrec, al frente de los dragones de fuego y bajo las órdenes del Dominus Hermes Aldebarán, comenzaba a recordar, cada uno de los instantes de aquella noche en que su madre lo había llevado hasta el refugio del puente de piedra. Herida de muerte, a duras penas habían podido escapar de las garras de aquellas bestias inhumanas que habían trepado a sus casas, sin ser vistos.
Sabía que había odio en su interior y sed de venganza por lo que había sucedido con su pueblo. Pero también sabía, que poco le serviría luchar con esos sentimientos, pues aquellas inmundas alimañas, no tenían la menor preocupación por sus congéneres. Daba igual si estaban vivos.
Debía luchar por la causa, ya habría tiempo para reconstruir su dominio.
La noche avanzaba y, el vuelo silencioso de las tropas también.
(Fin Libro Uno)