CUADRO COSTEÑO Una espesa y fría neblina llegaba desde la bahía atravesando los bosques.
La señora Primavera ya comenzaba a asomarse, pero el señor Invierno
se resistía a irse.
Cuando el mejor aliado de ellos, como un sirviente fiel, estaba en el cenit,
obligaba al viejo porfiado a quitarse el sobretodo gris y pesado.
La señora Primavera sonreía divertidamente cuando esto ocurría.
Lucho, el pescador, vivía al norte de la bahía tras unos bosques de espinillos, arrayanes y grandes eucaliptos.
Regresó temprano esa mañana.
La pesca había sido bastante buena: unos cuantos bagres amarillos, patíes,
sábalos y bogas de buen tamaño.
Caminaba lento, luchando con su preciosa carga. Detrás le seguía su perro, quien fielmente salía con él, en su canoa diariamente.
Lucho conocía de memoria el camino sinuoso que había heredado y que lo llevaba
y lo traía de regreso a su humilde choza.
¡Como para no...desde que era apenas un niño, iba y venía por él, acompañando
a su padre!
En el rancho, se dibujaba una silueta de mujer, su compañera, que desde hacía
unos cuantos años acostumbraba a esperarlo todos los días en la puerta.
Dentro, se escuchaba el hervor del agua en la pava.
La tapa tarareaba su canción preferida, cual si fuera el galope de algún pingo.
Apenas lo vió, movió la cabeza y sonriendo salió a recibirlo.
- Veo que te ha ido bien, viejo
- Sí, gracias a Dios y a la Virgen, después de tantos días –contestó fatigado.
Después le contó que la bahía artificial del Club de Yates, por primera vez había llenado de agua sus entrañas, después que bajara la creciente de tantos días.
Ahora el paisaje se había transformado totalmente.
El lugar era otro: lanchas y embarcaciones blancas, embellecían el paisaje,
aún visto a través de la niebla.
- Me detuve un momento mirando y continué mi camino hasta el club de pescadores – le contaba, mientras hacía sonar la bombilla del amargo.
Lucho era un apasionado amante de la naturaleza, de los paisajes, de las aves,
del río y sus islas.
No existía un lugar que no conociera y sabía muy bien qué lugar era el mejor para colocar los espineles y tirar las redes.
Para él, todo tenía la facultad de asombrarlo.
Para sus más puros y simples sentidos, todo tendía a convertirse en fantástico.
- Debe ser muy lindo de ver, no es cierto? –decía ella.
- Claro que sí mujer! Las embarcaciones, la bahía...ahora más tarde cuando
se disipe la niebla y alumbre el sol, iremos a verlas.
Ya el sol estaba levantándose tras los árboles plantados al este de la pequeña choza.
A medida que subía, iba disipándose mágicamente la niebla.
A mitad de la mañana, Lucho se hizo un tiempo para remar hasta la bahía y llevarla a ella.
Feliz, acomodóse en la canoa y aplaudiendo complacida, le dijo
-¡Muy bien, entonces llévame a verlas.