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  El Hombre Felino

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Ricardo Cesar Garay
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Ricardo Cesar Garay


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MensajeTema: El Hombre Felino    El Hombre Felino Icon_minitimeLun Feb 14, 2011 6:51 pm




El típico sonido del barco anunciando la partida invadía el puerto colmado de gente. Pañuelos sacudían el aire embriagado de esperanzas. Un destino a otras tierras prometía un futuro prospero, lejos el horror de la post guerra en España.
Elvira y su pequeño hijo de tan sólo dos años saludaban desde la cubierta y miraban quizás por última vez su tierra natal.
José, los esperaba en Buenos Aires, el había viajado un año antes.


Una vez instalado les envió los pasajes junto con unos pesos y una nota que daba cuenta de las novedades.
José había conseguido en Munrro, una habitación con baño y cocina compartida y un trabajo en la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires.
Munrro si bien no estaba en la ciudad, lindaba con ella, lo que hacia menos costoso el pasaje diario.


El viaje desde España era largo y novedoso para Elvira y el pequeño Pedro que, sólo recordaría de aquel viaje el pánico que le produjo el momento que uno de los pasajeros lo tomó por la cintura y sacándolo por la borda le mostraba la turbulencia que el barco producía en el mar.


José amaba con locura a Elvira, por casarse con ella, una humilde campesina, consiguió el castigo de su madre que lo negó como hijo.
Para José lo más importante era Elvira a tal punto que su hijo se convirtió en su rival. Sentía que lo desplazaba, que le quitaba su amor. Era tan fuerte lo que le pasaba, que descargo toda su ira en el niño castigándolo cada vez que podía.
Pedro, crecía sufriendo castigos corporales salvajes, era azotado, obligado a permanecer de rodillas sobre granos de sal gruesa hasta sangrar. Esa era la forma de castigo a sus travesuras
Ella peleaba defendiéndolo sin embargo, era poco lo que podía conseguir, sólo disponiendo más tiempo para José lograba atenuar esa locura.
Su mujer era su obsesión y su hijo sólo debía cumplir con obligaciones. Obedecer en silencio. El deber estaba por encima de todo.
Cuando Pedro cumplió siete años, lo llevó a trabajar con él, un reparto de diarios que hacia después de terminar con el trabajo en la municipalidad.


Mientras tanto, un embarazo de Elvira auguraba el nacimiento de Juan su segundo hijo y al año próximo el de Manolo el tercero y último.
Juan y Manolo crecieron viendo como su padre castigaba a su hermano mayor, y aunque ligaban en rigor algo, nunca era comparado con lo de Pedro.

Para aquella época ya estaba en Campana (Pueblo cercano a Buenos Aires la abuela de los tres, madre de Elvira y persona no deseable para José, que seguía viendo al entorno de su mujer como una amenaza a su pareja.


Cuando Pedro cumplió diez años, José cesó con los castigos corporales. Elvira no soportaba esa situación, entonces decidió ignorar a su hijo y no le dirigió la palabra durante diez largos años. La misma cantidad de tiempo que el niño se interpuso entre Elvira y él.

José, tenía el instinto felino de los gatos machos que matan a sus crías para que las hembras entren más rápido en celo.

Pasaron los años, el niño ya hombre cumple veinte años y trabaja en un pequeño laboratorio.
A dejado trunco sus estudios, decisión que comunicó sólo a su madre, su padre lo ignora a tal punto que no creyó necesario comunicárselo.
A Pesar de su mayoría de edad no tiene llave de la casa, varias veces duerme a fuera porque a las nueve de la noche se cierra la puerta y el que incumple las reglas debe atenerse a las consecuencias, sin derecho a ningún descargo.

Como en un sistema carcelario, debe fugarse mientras todos duermen para poder salir con sus amigos el sábado por la noche y regresar por los techos, a la madrugada antes que despierte su padre.


Es el medio día, la familia almuerza en silencio. De pronto… algo molesta a José, mira a Elvira con fastidio y vocifera dejando salir de su boca improperios. Ella reacciona, se pone de pie y con energía golpea la mesa con el puño. La sopa del plato de José se derrama en parte sobre la mesa. El, la insulta. Las cosa suben de tono hasta que Pedro ya hombre y harto de tanta violencia sale en defensa de su madre.
José no soporta la rebelión de su hijo, salta de la mesa como un gato enfurecido y lo golpea en el mentón. Algunas cosas caen de la mesa entre ellas la botella de vino que se hace añicos contra el piso.
Juan y Manolo están atónitos, parados contra la pared.
Pedro, cae y se levanta como un resorte, toma un cuchillo de la mesa y clava sus ojos con fiereza en José.
Es la última vez que me golpeas. (Grita.) Sus músculos están tensos y su corazón galopa a punto de estallar.
José queda paralizado y Elvira desesperada les pide que no se agredieran.
Pedro, sin mirar a nadie más que a José deja el cuchillo sobre la mesa, gira sobre sus pasos y en ese instante… sabe que ha llegado el momento de marcharse de la casa.


Saldrá al mundo en busca de aire fresco, descansar de tanta penuria y sentirse libre de tomar sus propias decisiones.
Su casa, es el lugar en el mundo donde menos quiere estar, sin embargo, tiene tatuado en el alma el deber, el sufrimiento, el soportar todo para cumplir con las reglas.


Y allí va, a pelearle a la vida palmo a palmo cada logro, sin importar el precio a pesar de haber sido victima de un hombre felino que destrozó el derecho que tienen los niños a ser protegidos, contenidos y amados.


Sin otra arma más que su propia hombría de bien, sabe ser exitoso, compra una casa en uno de los lugares más caros de Buenos Aires, se casa con una bella mujer a quien trata como una reina y con la que tiene dos hijos.

La marca a fuego la llevaba en el alma, aquella niñez lo atormenta y lo enfrenta a un mundo donde no encuentra el alimento para su espíritu y el calmante para tanto dolor.
Su mujer es hermosa, buena madre pero… nunca fue su hembra.
Jamás lo acompaña en sus proyectos, vive sólo para los niños.
Siente que sus hijos lo separaban de ella y como una mueca burlona del destino su relación de pareja está carente de pasión.

El fantasma del hombre felino ronda su mente.


Lucha con todas sus fuerzas contra sus sentimientos, prefiere callar, cumplir con el deber de padre en silencio, protegerlos y cuidarlos permaneciendo al lado de su esposa.

Pasa el tiempo y aquel galleguito del barco envejece en silencio, sin pedir nada, poniéndole el pecho al destino y a una niñez que le enseñó siempre a cumplir sin reclamar, a sacrificase honrando “el deber”.




Última edición por Ricardo Cesar Garay el Mar Feb 15, 2011 2:34 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: El Hombre Felino    El Hombre Felino Icon_minitimeMar Feb 15, 2011 2:56 am

Nuevamente vuelvo a disfrutar éste,
uno de tus textos más largos.
Creo que hay historias que te motivan
y hacés bien en buscarlas.
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Xanino
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MensajeTema: Re: El Hombre Felino    El Hombre Felino Icon_minitimeMar Feb 15, 2011 4:17 am

Es una historia de profundos sentimientos muy densa. Creo que por eso escribes frases cortas para poder abarcar la historia en poco espacio. Una historia, por cierto, que, lamentablemente es bastante común. Pero, amigo Cesar, esta historia requiere mucho más espacio, de aquí sale una bonita novela ¿lo has pensado? Un abrazo y, como siempre "encandilada" con tus letras.
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MensajeTema: Re: El Hombre Felino    El Hombre Felino Icon_minitime

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