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ImageShack.usAclaración para el lector:
Con el cambio a primera persona de los dos últimos apar-
tados, pretendo dar más cercanía, más intimidad al final
de la historia.
Espero la comprensión de los lectores.
AMORES ENFRENTADOS
ÉL.-
La noche de luna negra inspiraba misterio, silencio sepulcral. El corazón, sin luz que iluminara los recovecos donde se esconden los sentimientos amorosos, aplastaba su pecho con una sensación de ahogo inexplicable. No podía comprender los sentidos que lo sojuzgaban. Todo aquel afecto irreflexivo desbordaba cualquier intento de sensatez. La amaba profundamente y no admitía ninguna otra consideración. Estaba dispuesto a conseguirla como fuera, a pesar de todo, pero no sabía cómo actuar. Las palabras habían sido inútil verborrea que no hizo claudicar su propósito. Le dijo simplemente: "¡No! Todo acabó", y se alejó sin admitir un momento de reflexión.
La carta le quemaba en su bolsillo. De vez en cuando introducía la mano para tocar el papel, acariciarla como si fuera un objeto amado. Ella, pronto, la tendría entre sus manos blancas, entre sus manos bellas. Leería sus letras, pensaría en sus palabras. Y, tal vez, vertería alguna lágrima al comprender su error. Eso quería creer. Debía saber que no podía vivir sin ella, sin tenerla a su lado, sin oír su risa, sin oler el perfume de su cuerpo. Y acariciaba la carta con avaricia de amante celoso. No, no permitiría que se alejara de su lado. Sin ella le faltaba el aire, la respiración. Era su vida, su tierra, su cielo y su infierno, su todo. Se había entregado desde el primer momento en que la conoció. Se apoderó de él, lo absorbió por completo fusionados en un único ser y ahora lo abandonaba como si fuera un juguete viejo. "¡No! Todo acabó" le dijo, dio la vuelta y se marchó. Con aquellas palabras su corazón desapareció del pecho dejando un vacío inmenso, una negrura incapaz de iluminar con ningún razonamiento lógico, sólo dolor.
Salió del camino a las luces del paseo solitario. La fría noche invitaba al recogimiento y paseó lentamente bajo las farolas que iluminaban los bancos del bulevar, el suelo se veía cuajado de las amarillentas hojas de los árboles que iban desnudando su verde atavío. De vez en cuando, el ruido de un coche, raudo, con los faros deslumbrantes, le sobrepasaba. En la esquina, divisó el receptáculo amarillo de correos. Sacó la carta de su bolsillo y con mano temblorosa, la introdujo en el buzón. Cuando retrocedió, las lágrimas rodaban por sus mejillas. Se sintió confundido, humillado hasta cierto punto y se arrepintió pero ya no podía recuperar la carta. Ella, pronto, leería aquellas dolorosas palabras que mendigaban amor.
ELLA.-
La luna estaba en creciente el día que lo conoció. Sus ojos se cruzaron en una mirada oblicua que él mantuvo obligándola a ser la primera en cambiar la vista. Sus ojos grandes, oscuros; una figura atractiva, medianamente alta, con una cierta altivez que, más tarde descubrió era una superación de timidez, la llenaron de admiración.
Así comenzaron las palabras, el trato, las llamadas, los encuentros fortuitos que no lo eran y al fin la declaración. Te quiero -le dijo-, y repitió: -Yo te quiero, Paula-. Aquella segunda afirmación fue la que descompensó la balanza del cariño. Ganó su corazón por puntuación alta. No sabía por qué. Cuando lo analizaba, era consciente de que la sola pronunciación de su nombre añadida a la frase amorosa, fue lo que originó la aserción. Luego, se dejó querer. Era joven, había descubierto el amor, un amor que la halagaba; se consideraba la reina del mundo, podía con todo. No había lágrimas en sus ojos, si acaso, únicamente de alegría; la vida era bella, el sol brillaba hasta en los rincones más oscuros, todo era exultante... Y se dejó llevar por unos sentimientos engañosos hasta que llegó el otro.
Nunca pudo explicar por qué cambió todo su ser. El otro no la miraba con adoración, sólo con atención, la estudiaba... pero aquella atención dejaba sus sentimientos al desnudo, cual si desgarraran su ropa haciéndola sentir vulnerable. Era todo lo contrario de él. Serio, comedido... no absorbía su tiempo, lo dejaba pasar lentamente, esperando el momento adecuado que abandonaba en manos del azar. Y poco a poco, ganó su amor. Un profundo amor nunca antes experimentado.
El día que le confesó sus sentimientos, ella lo estaba deseando y su cuerpo tembló como los pétalos de una rosa recién cortada. Y desde aquel instante le perteneció para siempre.
EL OTRO.-
La luna llena iluminaba el cielo y la tierra con la luz robada al sol. La noche era día, las tinieblas no existían. El brillo hacía resplandecer mi alma solitaria. Nunca había sentido aquella impresión. La vi sentada, con las manos cruzadas sobre el regazo, rubia, delicada. Parecía una damita decimonónica rescatada de un cuadro de Pierre Auguste Renoir, con su melena sobre los hombros y la mirada huida en no se sabe qué sueños. La amé desde el primer momento en que la vi. Quieta, ligeramente triste. Suave... No sabía cómo acercarme a ella, el temor a ser rechazado, coartaba mi decisión, sin embargo, sabía que debía hablarle si no quería perder la ocasión.
Me dijeron que tenía un novio pero al introducirme en lo más profundo de su mirada, descubrí una tristeza soterrada que ella no dejaba salir a la superficie de sus pensamientos. No le amaba. Lo supe en cuanto leí en sus ojos claros el sentimiento de confusión y un amago de dolor cuando vio mi mirada en la suya. Algo sobrenatural nos dijo a ambos que estábamos unidos de por vida, para siempre...
Aquella tarde lluviosa, me acerqué por detrás y agarré su paraguas para guarecernos los dos del torrente de agua que golpeaba sobre la tela extendida. La sujeté por el codo, ella me miró y sonrió. Mi alma se inundó de una satisfacción jamás antes conocida. Era una sensación maravillosa, de plenitud, de ser yo al completo. Como si antes de haberla conocido, me faltara algo, estuviera sólo a medias, incompleto... esa era la palabra adecuada... antes estaba incompleto. Ahora, con ella a mi lado, éramos uno entero, ella y yo. Almas gemelas, amor recíproco. Unión total.
Y la amé.
EL HIJO.-
-Luna menguante-dijo ella, mientras miraba el trozo de luna dibujada en el cielo azul marino de la noche.
En aquel momento conocí la disminución de su amor. El hijo estaba en la cuna, dormía tranquilo. Era una prolongación de mi mismo ¿Qué era para ella? -me pregunté-. Desde su nacimiento..., no.., antes, desde que tuvo el conocimiento de que vivía dentro de su vientre, lo amó con un amor imposible de describir. Un amor que robó parte del mío, esa parte que me había pertenecido siempre y que, ahora, debía compartir con aquel vástago de nuestro árbol frondoso, siempre verde, florecido...o así lo había creído yo.
Miraba la cuna con aquel trocito de carne nuestra durmiendo plácidamente y me llené de una ternura que no sabía si era amor o simple entrega hacia aquel ser indefenso que precisaba de todos nuestros cuidados, y cuando fui a buscar la comprensión, la comunión en sus ojos, encontré un amor que no sabía si se extinguía o bien se repartía, sí, pero inclinando el platillo de la balanza hacia el hijo recién llegado. Y sufrí.
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Yo lo había tenido conmigo durante nueve meses. Le amé antes de que se formara, cuando era todavía una gota de sangre, cuando su corazón era sólo un punto que comenzaba a latir. Era mío, mi carne, mi ser, mi pensamiento, mis ideas... Luego, poco a poco, comprendí que también formaba parte de él. También le pertenecía, pero cuando lo tuve entre mis brazos, mi carne entera se conmovió por aquel ser perfecto en su estructura al cual yo, le había dado vida, y sentí un amor tan profundo que me dolió en los pulsos, en el alma. En aquel momento, conocí el sentimiento del verdadero amor.
Él me observaba, la frustración en sus ojos. Sonreí, yo le amaba ¿por qué temía? Había descubierto que mi amor por el hijo era más fuerte y profundo que cualquier otro amor. Me apenó. Dejé el niño dormido en la cuna, luego me acerqué hasta él. Le abracé, percibí su fuerza de hombre, su pasión contenida. Comprendí. Para mí ya no era el amante... era el padre; mi amor había cambiado, lo compartía con aquel hijo que se apoderaba del fragmento más grande de mi corazón, del más profundo, del más eterno. Se lo dije..: “Te amo, te amaré siempre, pero mi amor por ti es susceptible de cambio, debes comprenderlo. Has de saber que nunca te olvidaré pero él es mi propia carne, la vida de mi vida y ese amor sobrepasa cualquier emoción. Tú, formas parte de él y así te seguiré amando, en él, en su parecido contigo, en esa mitad tuya”
Me miró con lágrimas en los ojos, me acarició la mejilla y se apartó de mi lado. – MAGDA.