Dos Viejos Amigos en un Percance.

—¡Arréglale la suspensión a tu cacharro, Juanito por Dios! —exclamó un viejo que iba de copiloto en el camión; acababan de dar un barquinazo en uno de los grandes baches del camino de tierra—. Llevo los riñones en la mano con tanto salto.
—¡Cállate, viejo gruñón! Te saco a pasear por los caminos que recorríamos cuando éramos muchachos… y lo único que haces, en vez de agradecerme, es quejarte como una vieja.
En realidad el vehículo iba seguir de tumbo en tumbo, pues transitaban por un camino de tierra y piedras. Una vía muy solitario de la montaña.
—Oye, Aladino, si no te molesta ¿qué edad tienes? Cuando te fuiste a trabajar a la ciudad como policía y dejaste la “pega” de camionero, cargando troncos, parece que te volviste una señorita, poh.
—… Mmm, poco menos de unos setenta … ¡Al diablo, si estudiamos juntos tienes la misma edad mía y venís a dártelas de jovencito! ¡Y claro que estoy quedando adolorido con el paseíto, todo para ir a saludar a los amigos montañeses de nuestra juventud.
Rara vez veían pasar algún camión cargado con madera; andaban por las sendas de la cordillera de la costa.
—¡ Ayayay, qué mierda te pasó ahora, Juanito! —se quejó Aladino, sobándose la frente, pues una frenada brusca lo hizo golpearse contra el vidrio parabrisas.
—¡Mire, cumpa!, parece que hay un herido en medio del camino.
Efectivamente sentado sobre la tierra, impidiendo el paso, un joven desconocido se examinaba una rodilla que al parecer sangraba mucho. Levantó una mano y trató de levantarse, pero no pudo.
—¡Ave María, pobre gallo! ¡Hay que ayudarlo! —comenzó a abrir su puerta.
—¡¡¡Párale, párale!!! —gritó el ex policía y con disimulo se acomodó su revólver que llevaba en la cintura debajo de su pequeña chaqueta— Veo que ya olvidaste las historias de asaltos en estos lugares. Pobres campesinos, antes podías hasta acampar por aquí ... no había delincuencia.
Una vez que se aproximaron ambos al herido, comprobaron con susto que se estaba restregando maqui, una baya de color rojo oscuro que crece abundante en esos montes. Cuando los adultos mayores se detuvieron, el desconocido se levantó de un salto y les apuntó con un pequeño revólver.
—¡Ya, viejos de mierda, a sacar las billeteras! —casi de inmediato apareció otro delincuente con un enorme cuchillo que puso en la garganta a Aladino, quien maldecía por no haber bajado con su arma en la mano.
Viejo marrullero en la vida, sacó su gruesa cartera, mostrando la gran cantidad de dinero que tenía, mientras lloriqueaba: “¡Por favorcito, caballeros, no nos maten”. Se alejó del cuchillo de su cuello y lanzó al aire su dinero, que los bandidos quedaron mirando.
Sin pensarlo mucho, extrajo su arma y disparó contra el malandrín de la cuchilla, no podía fallar a tan corta distancia, alojándole una bala en pleno corazón.
En tanto su amigo gordo tomó el brazo con el revólver al otro, lo empujó, pues conocía a su compañero que en su juventud hacía demostraciones de su habilidad con las armas de fuego. Escuchó un segundo tiro y el otro delincuente que se aprestaba a atacar a Aladino se llevó la mano al pecho, herido de muerte.
Aladino apesadumbrado movía la cabeza. Nunca había matado a nadie.
—Eran ellos o nosotros —lo consolaba el chofer—. Tendremos que dar cuenta a la policía.

—¡Estás loco, nos van a dejar “en cana”! —dio un vistazo rápido a su alrededor y con decisión tomó con su pañuelo el revólver que casi lo mata y que había saltado varios metros; lo apretó contra la mano del cadáver y le dio un sacudón que lo dejó cerca. Al individuo del puñal le hizo un “tratamiento” similar con su arma blanca; luego recogió su billetera.

—Listo, compadre, sigamos camino. Tenía que dejar bien a la vista que fueron asaltantes a los que le salió el tiro por la culata.
—Pe … pero —tartamudeó el conductor del camión.
—Ni que pero, ni nada, ¿quieres ir a la cárcel? No, entonces echémonos a volar.
El camión, con su ronquido profundo se alejó. Detrás quedaron los cuerpos de dos desgraciados que murieron en su ley, mientras se alejaban dos viejos amigos que ahora los uniría un secreto más en sus largas vidas.

Buen texto, ameno y con un percance que por más que veamos, sucede. No entiendo el porqué si Aladino es un ex policia y todo fue en defensa propia, en el fondo, huyó. Quizás hayan otros motivos, que la historia, no cuenta. Historia de dos amigos, con toda la espontaneidad de un viaje en el que a veces, estas cosas suceden.

Un abrazo,

Ignacio

A mi, Jaime, me ha parecido una historieta para divertir, en humor negro,claro, con ese lenguaje coloquial que a mi me resulta un poco extraño pero que le da veracidad. Como siempre,un buen relato, amigo. MAGDA.

Una muy buena historia, Jaime. Y si creo que en alguna oportunidad pudo haber sucedido. Los ladrones utilizan trucos muy ladinos para sus asaltos, pero para estos dos, ya no habra treta que valga por los caminos de la cordillera... Saludos, amigo,
Jose