En cuanto a Dedeé y las chicas nunca supe bien a que se dedicaban, al menos en ese entonces. Sólo que parecían estar más ocupadas desde el viernes hasta el domingo y casi siempre en horas de la noche. Muchas veces escuché a otras personas referirse a ellas como las “chicas de la vida”. Me divertía verlas por las tardes salir del baño envueltas en sus batas coloridas, con un toallón envuelto en la cabeza a modo de turbante y dejando a su paso una estela de olor a talco floral y agua de colonia.
Dedeé, algo mayor que sus compañeras, era algo así como la encargada del grupo y la que recibía y hablaba en primera instancia con los hombres que allí frecuentaban, quienes luego de una breve charla, eran acompañados a la pieza contigua, en la que nadie vivía realmente, por alguna de las tres chicas, aunque más a menudo se los veía entrar con Rita o Angela.
La relación de las chicas con los demás inquilinos era bastante ambígua. Eran vistas con cierta simpatía por algunos, y tratadas con frialdad por otros, especialmente las madres de los otros chicos. Pero en general, ellas hacían lo suyo con discreción, no se metían con nadie y se las respetaba. Además, gozaban del favor de Fermina, la vieja encargada.
En sus compañías fuí creciendo, siempre bien tratado y con el tiempo me fueron asignadas distintas tareas que siempre realicé sin quejas. En la escuela me iba muy bien y ellas siempre festejaron mis notas y me alentaban a seguir estudiando. Con mi capacidad y disciplina, me decían, un día no muy lejano las iba a hacer sentir muy orgullosas a todas.
Mamá había cambiado radicalmente su actitud inicial hacia ellas. Su agradecimiento hacia todas, pero especialmente Dedeé, era inmenso y su relación con ellas llegó a ser muy estrecha. Con ellas compartíamos todos nuestros buenos y malos momentos. Eran nuestra familia y nosotros llegamos a ser su familia. Pasábamos las fiestas de fin de año y festejábamos todos los cumpleaños juntos. Nunca nadie emparentado con nosotros, por parte de mi madre o padre, trató de ponerse en contacto o averiguar cómo estábamos.
De esa forma, juntos salimos adelante y cuando yo estaba por terminar la escuela secundaria con excelentes notas, me ofrecieron una beca para estudios terciarios en la ciudad de Córdoba. Mamá pudo conseguir con bastante facilidad, gracias a su amplia experiencia en el rubro, un empleo en una de las grandes tiendas del centro cordobés. Un pequeño departamento para los dos iba a ser nuestra casa. Por primera vez en mucho tiempo ibamos a estar solos, lejos de las chicas.
El despegue del conventillo fué doloroso y muy emocional. Hubo una cena de despedida y muchas promesas de seguir en contacto permanente. Las chicas me colmaron de besos y abrazos y me miraban de arriba a abajo con mucho orgullo. En cierta forma yo era también el resultado de sus acciones y cuidados.
Nos mudamos a la semana siguiente y por un tiempo estuvimos muy ocupados tratando de armar nuestro nuevo hogar y de adaptarnos a nuestro nuevo entorno. Los trámites de ingreso a la facultad se sumaron a mis quehaceres y pronto, quizás demasiado pronto, el recuerdo de Dedeé, Rita y Angela se fué esfumando de mi mente siempre tan ocupada con tantos cambios y nuevos desafios.
Continuará...SIGUIENTE