Esperaba el tren. El banco donde sentaba era un de esos de metal frío, el ambiente helado. Cada tanto venían esos vientos del sur que empujaban las basuritas y le agitaban todo su sistema nervioso.
Su vista en la lejanía, se posicionaba en un punto ciego, donde debían, supuestamente, aparecer las primeras luces del tren.
Lo previsto no sucedió, luego de una hora el tren no llegaba aun, ella no solamente tenia frío, si no que, literalmente, estaba muriendo de frío.
Era una forastera en aquella ciudad, sus escasos recursos ya ni siquiera daban una noche más en un hotel, en las calles paresia doblegar el frío, y su poco equipaje de viaje había sido arrebatada por un hombre desconocido.
Entre la rabieta y estornudos, se acurrucaba en un intento de generar calor, su figura actual rayaba en lo sensible y lastimoso.
Paresia un maniquí. Estática y petrificada se mantenía. Una fina capa de polvo de hielo comenzó a cubrirla, tanto así pasaron las horas que, cuando intento mover un brazo, sus nervios se habían congelado sin poder formular movimiento.
A lo dos días, cuando el tren se había recuperado de su percance, Y así normalizado su recorrido, en el momento en que los pasajeros de Hopper pasaron por una estación vacía, pudieron contemplar por sus ventanas, a una increíble escultura de hielo femenina, en la cual reflejaba un rostro de desesperación mortificada, como si hubiese querido moverse. Esto afecto a los viajeros, dejando por unos momento, unos instantes de alucinada felicidad.