EL CABALLO DE ABEL

Con su bostezo estridente, Abel encabritó a “morocho” que lamía distraído las hojas de plátano esparcidas en el patio.
Era una tarde soleada; una de esas en que el sol sonríe hasta que su encanto envuelto en nubes rojas y amarillas desaparece como por arte de magia sobre la línea infinita que marca el horizonte…

Hacia poco había regresado al rancho. Antes de desmontar de su viejo caballo, con un brusco movimiento empinó la bota para exprimir lo que aun quedaba de aguardiente.
Aun estaba en sus cabales pero acusaba cansancio y quería dormirse lo más pronto.

Suavemente, le quitó las riendas mientras acariciaba su crin.
Finalmente lo dejó atado al cocotero.
Este animal tiene alma humana…solía decir a sus amigos cuando departía en la cantina que reunía los domingos a todos los campesinos de la región.

Amaba a su “morocho” y no era para menos…Fue un regalo del abuelo Marcos: un viejo ducho aserrador de oficio que a pulso había logrado ser el dueño de la mayoría de las tierras de la alta montaña.

El viejo Marcos siempre sabía lo que debía hacer.

Una mañana de domingo, llegó al rancho de Abel montado en una hermosa mula color canela y cabresteando al potro.

Fue al grano.

Te delego la responsabilidad de este animal; si se salva, es tuyo.

Terminado su breve discurso, arreó y se perdió entre los matorrales.

Así era él…

Abel fijó la mirada en la alta montaña y pensó por un momento en Dios.

¡Qué bueno has sido conmigo amigo!

De la dinastía Urueta, el era el más desposeído.

Por ser hijo extramatrimonial y además huérfano, no había recibido herencia; así que se las ingenió desde temprana edad para hacerse a su rancho en una pequeña explanada cerca a donde pasaba un riachuelo de aguas cristalinas.

El único que lo apoyaba en todo era su abuelo. Parte del terreno donde ahora cultivaba era suyo gracias a él.

Por eso el día que lo acompañó hasta su última morada supo que jamás tendría con qué pagarle su generosidad.



Era otra razón para amar tanto a su “morocho”
Además media vida junto a él, pesaba…

Despertó.

Fue un extraño despertar…

Sintió como si algo le faltara.

Su catre olía a aguardiente y algo más…

Había soñado tantas cosas…

Soñó un mar acariciando la arena y entregando al sol sus blancas espumas…
El rio cantándole a su rivera.
Soñó una noche poblada de luceros.

Se soñó cabalgando sobre las blancas arenas de un mar azul que saludaba la mañana con el canto de sus encrespadas olas rompiendo en los malecones.

Saltó del catre y salió al patio.

Jamás imaginó ver a su “morocho” así…

Le miraba fijamente como fingiendo una sonrisa. La luna clara se dibujaba en sus pupilas y su crin sedosa se movía mansa con la brisa…

Abel lloró y la noche cobijó su pena llevándolo silenciosa hasta el alba.

Es lo que debe ser…Pensó al despertar bajo la luz intensa de un sol que nacía sobre las colinas que limitaban su terruño.

Vida y muerte…paradoja incomprensible





Jorge/2010

Bellas imágenes plasmadas, se transmite la pena; un escrito con mucho sentimiento.
Gracias por compartir, un abrazo desde Chile...

un escrito con las pautas precisas para llegar a un gran final... imágenes bien logradas... un buen apetito por seguir leyendo...
.saludos corteses.

Buen relato Jorge, una historia de tyernura, de compañía, de amor entre hombre y caballo, entre amigos de una vida juntos, de tantos momentos vividos y compartidos, que conmueve. Final que me pareció un tanto ambiguo, creo presentir la muerte del animal y la tristeza de Abel, aunque no sé si esto es asi. las ultimas palabrs, revelan , justamente ese amor, pero tambien la conviccion de ese seguir siempre adelante. Excelente relato.

Un abrazo,

Ignacio

El animal y el hombre inseparables compañeros después de media vida.La muerte del animal es motivo de honda tristeza en su amo.
Tu relato está repleto de una suave y delicada ternura que conmueve.

¡¡Abrazos de flores de colores!!

Me ha gustado mucho tu relato, lleno de ternura, de nostalgia, de amor. Escrito con frases cortas pero muy profundas, a pinceladas, como el cuadro de un recuerdo. Muy bonito.