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 Gauna, el Previsible III

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León Caballo
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Localización : Hollywood, Florida, USA
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RECONOCIMIENTOS
Mención Mención: Por sus aportes a Letras
Mención Mención: Por sus comentarios a los compañeros
Premios Premios: 3º Lugar en Concurso "Honrando la Poesía" 2012

Gauna, el Previsible III Empty
MensajeTema: Gauna, el Previsible III   Gauna, el Previsible III Icon_minitimeLun Abr 16, 2012 10:13 pm

La celebración de las fiestas de fin de diciembre no escapaban a un calco sin variantes año tras año. Siempre de la misma forma, con el mismo grupito familiar que incluía a la tía Vicenta, y casi los mismos presentes insulsos que se intercambiaban a medianoche, antes de irse a dormir. Porque así eran las fiestas, y así debían festejarse, sin locas alteraciones improcedentes.

La vacaciones veraniegas, en cambio, eran la única oportunidad en que, trasponiendo las fronteras de su ciudad, Gauna osaba manejar sobre una ruta por varias horas (su mujer nunca había aprendido a conducir, pués Rodolfo había sentenciado, largo tiempo atrás, que las mujeres no tenían cabeza, habilidad ni templanza para ello).

Siempre elegían la costa atlántica, y la misma playa de la misma modesta ciudad, con el amplio panorama del océano y la brisa fresca del mar. La montaña era aburrida, decía él. Puro pasto verde y árboles, que ya veía repetidamente en la casita de los domingos, durante el resto del año.

Nunca veraneaban una quincena completa, principalmente por dos motivos. Primero, era renuente a hacer lo que casi todos hacían, en el misma fecha en que los demás lo hacían, y le disgustaba sufrir las inconveniencias del nutrido tráfico en la ruta. Segundo, porque de ocho a diez días era la cantidad perfecta de tiempo. Y cumplían con el doble objetivo de cortar saludablemente con la rutina hogareña, pero sin llegar tampoco al punto de extrañarla.

Y cada jornada de esas vacaciones, salvo la rara ocurrencia de mal tiempo, era idéntica a las demás. Se levantaban a media mañana. Desayunaban frugalmente, mirando por fuerza del hábito las noticias por televisión con el sonido apenas audible. Iban hacia la playa con sillas plegables y una enorme sombrilla, para evitar el contacto directo con el sol, por todo aquello que se decía respecto del daño que causaban sus rayos, sin filtrar por el enorme agujero en la capa de ozono, y rara vez se metían en las frías aguas del mar. Allí permanecían hasta pasado el mediodía, cuando recogían todo y se encaminaban de vuelta al departamento a preparar algo rápido y sencillo para almorzar. Dormían la siesta, y más tarde, perezosamente, bajaban nuevamente hasta la costa con los mismos bártulos y el equipo matero.

Cuando promediaba esa segunda visita diaria a la playa era cuando se producía el cuasi milagro. Gauna le hacía señas al vendedor ambulante de tortas fritas, comprando y pagando en efectivo, sin regatear el precio, dos de las más grandotas en la canasta. Una para él y otra para su esposa, para acompañar el mate.

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