De diáfanos orates, en mundo Inopia

Vivíamos como en un idílico amor de primavera. Arrullados en la exquisita melodía de violines evocando sueños de adolescencia; con la espontaneidad de la sonrisa pueril que se escurrió por entre las décadas, casi imperceptible, sin abandonarnos. Imbuidos en nuestra mirada franca y límpida. En esa complicidad, enigmática para la mayoría, cuya alianza era un secreto improfanable, casi místico que superaba los eones.
¿Dónde quedó todo eso tan espléndido, tan especial y amado? Como cuando éramos capaces de contemplar los días siempre claros, en medio de un torrencial aguacero y las noches resultaban cálidas, aún en el invierno más extremo. Esos momentos únicos, irrepetibles, en que todo era diáfano, todo era perfecto…, pero por sobre todas las cosas, todo era muy mío, muy nuestro.
Los entendidos, decían que vivíamos en la Inopia. Desmerecían su valor, pues no conocían nuestro mundo. Nosotros éramos felices, ellos no.
Sin embargo las cosas cambiaron y no fui capaz de percibir el aciago momento, ni el desafortunado motivo por el que nos desterraron, nos arrancaron de ese mundo. Nuestra fantasía que debía ser sempiterna, una mágica historia sin final, sin caducidad, sencillamente se diluyó como una acuarela en la acera.
Después de haber transitado esta existencia, ignorando el tiempo, dejándolo a nuestras espaldas (el paso del tiempo era imperceptible en Inopia), sin poder hacer nada para evitarlo nos arrastraron a este Reality show que, según dicen, es donde corresponde estar. Insistían en que nada de lo experimentado fue real, porque sencillamente… vivíamos en la inopia.
Ahora entiendo porque no percibíamos lo que llaman La realidad. Ese mundo es frío, oscuro, siniestro, tristemente real, hasta un punto en que la luz no puede penetrarlo. La ausencia de sueños, de ilusiones, forja un panorama con lóbregos tintes, calculado, carente de armonía y matices. De modo que mi mente se encargó de eliminar de mis dominios todo aquello que enturbiaba la belleza, desechó lo que no era deseable a los ojos, que lastimaba la inocencia y me instalé en Inopia, el sitio ideal, donde los soñadores como tú, como yo, nos movemos como pez en el agua.
Tardíamente me di cuenta, que nada pervive. Que el mismo mar que descubrí en tus ojos, en el que me adentraba con mis velas izadas al capricho de sus brisas, acabó secándose, quedando en su lugar una superficie quebrada e inerte. Coincidió con el momento en que abandonaste Inopia, cuando te volviste realista y en medio de esa dura soledad (en la cruel realidad), que empecé a percibir todo tal cual es y debo reconocer, no me gustó. Renegué de ti, de mí, de la felicidad. Renegué de Inopia y de mis locuras poéticas. Me prometí que no volvería a cerrar mis ojos para no atreverme a soñar.
Ya no estoy sola, o mejor dicho, ahora somos muchos ciudadanos adaptados en urbana compañía; una más que habita el mundo de cuerdos, sensatos y estructurados socialmente.
Ahora que he perdido la alegría, sueños y locuras quijotescas, me pinté una hermosa y falsa sonrisa en los labios, mientras ellos (los entendidos), muy orondos me han dado una pomposa bienvenida…

Por Zeltia G.