La
semana era el prolegómeno. Sumida en una rutinaria tarea previamente fijada,
cumplida a raja tabla. Todo para el domingo.
Los
lunes a la casa de Rosa, se cansaba de sacar tanta mugre pero…fue una de las
pocas que le conservó el trabajo cuando aquello pasó, el martes a las oficinas,
ahí nadie la molestaba y le convenía, siempre cobraba algunas horas de más que
a fin de mes se notaban, los miércoles planchado en lo de la Mary, un piojo resucitado que
la tenía casi siete horas sin darle siquiera un vaso de agua, los jueves…preparativos,
el viernes a la peluquería, los sábados aguantar el peso de ese infeliz encima
y…por fin llegaba el anhelado día.
Desde
tempranito se preparaba como una novia ante su primera cita. El canasto
atiborrado de alimentos y si bien abrían a las cinco, ella desde las tres ya
estaba allí.
Los primeros tiempos el infeliz la
acompañaba, pero fue un rotundo fracaso.
-Te dije hijo, por una mina,
encima que no valía dos guitas –
Luego
se quedaba mudo chupando el mate, encendía la radio por el partido y se dormitaba en un banco. Al tercer domingo
se cansó.
- Vieja andá vos, a mí me hace
mal –
Su
hija con los tres pibes no podía ir, mejor así. Tomaba el 124 que la dejaba en
la esquina, ya superado el primer impacto de la revisión, exhaustiva y molesta,
pasaban a un enorme patio. Y allí estaba él, la abrazaba como cuando era niño,
casi ni hablaban, tomado de su mano, devoraba los manjares preparados con tanto
amor. Ella, fascinada lo miraba comer.
- ¿El viejo? –
- Como siempre-
- ¿La Dolly?-
- Bien, me parece que en
cualquier momento nos hace abuelos otra vez-
La
presentaba a los compañeros con orgullo, se despedían como amantes clandestinos
hasta la próxima semana.
Todos
los domingos, como a misa, para ver al hijo del Hombre, al hijo preso pero
suyo.
Como
nunca antes.
Lili Frezza