COMO UN REY
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Cerca del atardecer, cuando el sol ya había ocultado su figura entre el caserío, me encontré caminando en dirección al centro de la ciudad. El declive de la vereda iba ofreciéndome, a modo de telón abierto, un escenario decorado donde las luces recién encendidas anunciaban el final de aquel día. Uno más y otra noche pronta a recibirnos...
¿Cuántos jóvenes como yo se volcarían a esa misma hora, sobre ese mismo asfalto y buscando los mismos rostros, que me obsesionaban desde hacía ya un tiempo indefinido?
Hubo un período en que intenté evadirme de mi mundo citadino introduciéndome por un impulso desesperado, junto al enramaje de la naturaleza circundante. La serranía me vio ingresar sola, con las manos abiertas. Sin escudo. Los habitantes con el mismo desamor que contemplan al soberbio paisaje que los ha cobijado desde siempre. Derribando sus bosques. Picoteando sus praderas y arrancando de sus arroyos, sus cantos rodados.
Una mañana, entre los crespones violetas ce copa corpulenta, que se alineaban desde mi puerta hacia el camino, comprendí que ya no palpitaba la vida y que mi tiempo propio, habíase detenido.
Pero ahora hallábame nuevamente en mi ciudad de siempre, en el solar natal, en Córdoba, de pie y ansiosa sobre una de las esquinas de sus alrededores. En el Barrio Clínicas de los estudiantes observando con encanto, a ese mundo de la noche bohemia donde comenzaba mi vida. La auténtica. Nuevas luces se anunciaron debajo de mis ojos inundando la hondonada donde reposa el centro citadino, como una cuna gigante que bañase de vida al antiguo lecho del lago prehistórico, terciario y desecado, en cuyo centro se erigió esta ciudad.
La brisa vespertina recorrió el ambiente y un ómnibus se detuvo a mi lado sobre Avenida Colón y yo ascendí a él, ocupando uno de los asientos centrales. Desde la ventanilla iba contemplando las calles obscurecidas, el silencio de las ventanas, los automóviles donde centenares de viajantes se entremezclaban en direcciones opuestas. Luego, a los escolares en su regreso al hogar. Finalmente descendí en una de las calles principales donde la multitud se agolpa según las horas. Y estaba ya por fin en una nueva noche, junto al remanso de peregrinos, cuyos rostros me son casi todos familiares.
La calle continuaba en su tráfico y una multitud efervescente huía del atardecer para cobijarse trémula entre paredes...¡Como si aquel límite del día fuese a impedirles las continuidad de su existencia y un instante de indecisión pudiese convertirlos en estatuas de sal!.
Un reclamo de la calle me hizo dirigir la mirada de inmediato. En la vereda opuesta reconocía un viejo rostro, un anciano ya, un antiguo conductor de ómnibus ¿Qué haría en aquella calle? ¿Qué haría en aquel anochecer? ¿Me reconocería? ¿Podría entrever en mí a la pequeña escolar que él llevaba hacia el Colegio Carbó de delantal blanco, con mis rubias trenzas tiesas y el guardapolvo almidonado.
Los niños nos colocábamos en la parte delantera del vehículo bajo su mirada protectora. El ómnibus deslizábase a toda velocidad por el centro ciudadano y una sensación de aventura y arrojo atraía a las criaturas apiñadas que gritábamos en delirio eufórico ...¡Vivaaaa!... El tráfico abríase en abanico como un hechizo mágico cediéndonos el paso, en rauda carrera desde la parte alta de la ciudad hacia la más baja :
Dueño de toda la calle ¡Como un Rey!
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