BRINDIS EN CORDOBA
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Esa noche. La noche aquélla del arribo de este misterioso visitante... Mientras en su seno las aguas barrosas del Calicanto cordobés crecían desmesuradamente debido a una lluvia persistente, y ya comenzaban a desbordar. Con el “quinqué” parpadeando sobre las cabezas del dueño de casa y el huésped nocturno. Con un mulatón fornido apretando su pistola. Hablando el viajero de todos sus recorridos y de los que aún le quedaban por recorrer. Sus intenciones. Su meta. Un parámetro imposible de medir en aquel momento. Bajo la mirada expectante de don Josep Orencio Correas el dueño de casa. Ambos, como figuras esenciales de una reunión clave, dentro del salón escarlata de aquella familia mendocina radicada en Córdoba, dialogando sin prisa y haciendo más lenta las horas y a la vez más profunda la noche.
Como tablero de ajedrez en el cual se plantea una genial movida, el viajero exponía largamente sus ideas. Para entrar luego en un silencio total, mirando de frente a su interlocutor tras completar un pensamiento. Caviloso, callado, en total mutismo, observando y sintiéndose observado. La lámpara que portaba el mulato angola al subir y bajar, marcaba sus facciones filosas, volviendo más extraño el trasfondo de su mirada. La noche en desvelo y el diálogo intenso, dejaba entrar en aquella sala colonial, el espasmo en sordina de unos truenos lejanos. Enmarcada en secreto la sutil llegada del visitante, misteriosa, oculta entre las brumas de una cortina de agua, se constituiría con el correr del tiempo en un hecho público conocido por las generaciones venideras.
Sólo que todo aquello aconteció –su gran fama– a posteriori de su llegada subrepticia. Pues apenas partió de Córdoba su figura tomó un vuelo inusitado. Conmovió países y continentes. Éxitos. Fracasos. Gloria. Olvido... y restauración de memoria.
Fue esa noche por ende, donde obtuvo el apoyo logístico para sus gestas. Los caballos, vinos y armas blancas que producía la estancia de Jesús María propiedad de Don Josep Orencio. Por intermedio de sus relaciones también entrevistó en Córdoba a comerciantes, militares, políticos, hacendados, universitarios, gente de cultura y de producción. Al gobernador, legislador y estadista progresista Dr. Juan Bautista Bustos, quien lo apoyó incluso, enviándole soldados fuera de Argentina cuando su proyecto había llegado ya hasta Perú..
De esta gente cordobesa mediterránea, solitaria en el extremo sur del continente, culta y universitaria. pero ajena hasta entonces al acontecer mundial. Una sociedad colonial aislada en su mundo agropecuario dentro de un Finisterre sudamericano, fue donde él explayó por primera vez su protagonismo histórico, y donde su genio cobró el impulso necesario que lo haría indetenible hacia delante.
Con su presencia silente, cauta y cautelosa que intentaba a todas luces pasar inadvertida. Que buscaba adhesión para su programa, mas no para él mismo, porque quería sembrar, antes que ser admirado. Que en momento alguno intentara ocupar la preeminencia que otros forasteros habían alcanzado en esta ciudad. Distinto a todos ellos, intentando no ser casi advertido, pero sin embargo, con mayor capacidad transmutadora que ningún otro.
Sería este visitante solitario llegado sin escolta, sin acompañantes... el mismo personaje que luego al partir de allí, arrastraría masas. Multitudes. Conmovería políticos y países. Muy poco después de su estada en Córdoba (donde su presencia intrigara tanto al envolverse él mismo en un manto de misterio) y ser hospedado allí dentro de esa familia colonial a la que arribó en una noche de lluvia, su presencia de allí en más, iba a constituirse en una figura de relieve histórico.
Compartió el dueño de casa Don Josep Orencio durante ese período, el secreto que traía aquel visitante, sólo con su mulato gigante.. El forastero era demasiado enigmático y reservado. Pero su figura que estuvo entre ellos y partió con sus saludos y afectos, volvería luego en estampa y bronce, ya completamente engrandecida.
Y en ese interior doméstico de gente con tradición elegante, pero de una vida muy simple, mediterránea, aislada en el continente... iban a preguntarse más adelante : ¿Era él? ¿Es él, el mismo? ¿Ese era nuestro huésped, aquel visitante silencioso? Pues habíanlo tenido entre sus paredes sin darse cuenta de nada. Así son las sorpresas que propone a la gente sencilla, el Destino que todo lo marca.
Aquella noche imborrable de su llegada con una lluvia implacable, entre el viajero empapado e imperturbable, dueño de sendas y caminos, de postas y laberintos, de puertos incontables, de mares y cabalgatas... Junto al estanciero y bodeguero que dábale alojamiento por indicación de una carta familiar convertida en llamas y ceniza, todo había acontecido como en los hechos de magia. La magia que luego de ello vendría.
Iba clareando en aquella noche de intenso diálogo que intentaba concluir, mientras concluían también las explicaciones. Iba clareando aunque la lluvia era aún indoblegable, quizás con la misma fuerza tenaz que ponía a dicho viajero en acción. Caía sin pausa. Era como él. Tenía su constancia. Su carácter. Su perseverancia. Cauta, estable, inamovible. Había llegado a Córdoba de incógnito... a cambiar el rumbo de todas las cosas.
Allá lejos, detrás del océano, un rey llegado del exilio –Fernando VII– abolía la Constitución y llamaba a la Santa Alianza para invadir las tierras hispanoamericanas, las cuales ya no se sometían a su monarquía absoluta, sin derechos constitucionales. Pues el pensamiento de Rousseau había penetrado ya la piel de los hombres sudamericanos del siglo XIX.
Mas en aquella noche cordobesa, en ese salón de rojo carmesí rodeado por una empalizada de agua, con los cristales empañados donde había amanecido antes de llegar el día, todo era enjundia y emociones. Dos espíritus prestos para el progreso se habían aunado, para iniciar la gran gesta y defender los principios modernos del hombre nuevo. Sí. ¡Era el momento de brindar por el futuro! En ese instante cumbre, considerando que todo el mazo de cartas había sido ya extendido sobre la mesa, le dijo entonces Don Josep Orencio Correas a su huésped:
–“¿Quiere usted, caballero Don José de San Martín y Matorras, llegado desde tan lejos hasta mi casa trayéndonos estas buenas nuevas, brindar conmigo y servirse esta copa con el Vino del Rey de Jesús María?”
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Alejandra Correas Vázquez
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