LA CAPILLA

Alejandra Correas Vázquez escribió:

LA  CAPILLA

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En la Estancia vecina y colindante a la nuestra, que hallábase a muchas leguas de distancia adonde el paisaje cambiaba tomando formas y colores diferentes —de largas praderas y escasas alturas sobre un solitario espacio— en esa extensa longitud casi plana que contenía a la sierra sólo en el marco final … Allí, sobre ese solitario espacio, se encontraba la Capilla que había tocado en herencia  a mi madre.

No nos atraía su paisaje vacío. Su silencio con amenaza de pampa. Ni comprendíamos tampoco las remembranzas de nuestra madre, quien en aquel arisco paisaje identificaba su esencia. Nosotros éramos parte del monte serrano, con su irregularidad, su variedad y su oropel. Niños crecidos en un entorno colorido, con su barroquismo hecho de natura serrana, adonde estábamos identificados.

Eras mi hermano mayor y yo la pequeña gurisa que seguíate por los senderos de pircas, entre talas espinosos, berros aromáticos y aromos amarillos.

Pero la exótica Capilla de la estancia materna —como un templo de juguete— producíame la fascinación del torreón en medio del páramo. Era en mi infancia, la casa de juegos llena de muñecos, más mágicos,  porque eran intocables.

Nuestra madre la abría con una llave áspera e inmensa que aumentaba el misterio. Y a medida que descorríamos las fallebas de las ventanitas sin vidrio, la luz exterior deslizábase como un incendio y su Santoral, colgante o apostado en nichos de adobe, cobraba vida y jugaba mentalmente conmigo. Toda una infancia deseé arrullarlos en mis brazos y te pedí que los bajaras para mí … ¡ante la asombrada oposición de nuestra madre!.

Fue lo único que me negaste.

Como juguetes preciosos e inalcanzables pasaron en desfile por nuestros juegos, y cuando éstos concluyeron, admiré a tu lado la espléndida hermosura de las imágenes talladas en los templos jesuíticos de Córdoba, Charcas y Potosí, con el artesonado pulido impreso por manos indias. Me conmovieron por su serenidad, su drama o su alegría. Como alegorías de un mundo propio en su sentimiento, y latente en estas obras de arte.

Pero nunca olvidé la Capilla de nuestra madre, que como templo de juguete, era más grandiosa en su emoción, más intensa en sus reflejos vivos, más cautivadora en su misterio ...
Porque éramos precisamente,  más pequeños nosotros.

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Alejandra , emotivo tema compartido cargado de misteriosos encantos . Es un placer de leer y comentar. Desde este rinconcito del sur, va un fraternal abrazo.

Bella remembranza del natural refugio, que por herencia hace renacer el concepto de antiguos arquitectos, pero que llena el corazon por ser, la presencia siempre viva, de la madre.

Rafael.

Siempre nos deleitas con el contenido de tus textos, lo haces de una manera tan límpida y precisa que permite que el lector penetre en los espacios y entienda la condición humana.

Gracias por compartir.