L A F U E N T E
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La arena cubrió todo.
Vino el alud desde el horizonte para quebrar la vida,
las vertientes y el afecto.
Yo me detuve.
Invoqué a mis Duendes y no llegaron. Caminé un poco más...
bajo el sol implacable... Invoqué a mi Genio y no me respondió.
Seguí caminando sobre la misma arena. El cielo estaba azul ultramar, prusia
y con centelleos de cobalto, pero siempre un solo color.
Yo seguí.
La arena unió los caminos en un mismo desierto. Y más adelante, solo, cubierto
y vestido de lana...lloraba un niño.
Le quité el abrigo.
El calor me quemaba las manos. la lana estaba húmeda,
el llanto del niño era un mar... Y una vez desnudo, su cuerpito con transparencia de cristal, se convirtió en una ánfora luminosa, por donde brotó un manantial de agua.
Y el agua rodó.
Numerosos ríos surcaron el escenario. Se irguieron los brotes, regresó el afecto
y multitudes de amantes navegaron en su rumbo.
La esfinge milagrosa no tenía rostro, pero sí armonía... era El... No reconocí en él a ningún otro caminante. Era alguien distinto, nuevo, sorprendente.
Me coloqué a su lado, dispuesta a continuar siempre junto a aquel foco de energía, cuando
uno de sus brazos señalóme el extremo del horizonte. Brotó de él una nueva burbuja y mi arroyo se extendió hacia ese límite.
Me opuse a embarcarme.
Quise continuar en su entorno, junto a aquel cristal de la vida.
-¡No!- grité
-¡No!
-¡No!
Sobrevino el silencio.
El cielo se tiñó de ocre sobre mi cabeza, y serenamente, sin ninguna queja...tomé mi barca. ... Desde lejos el me saludó, diciéndome :
-"A tu hora regresarás a mi centro."
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Alejandra Correas Vázquez
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