RETRATO De Un BEBITO
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Mariluz paseaba abstraída en sí misma por las calles después del mediodía, y luego, como si saliese de un letargo, fue caminando lentamente hacia su casa... cuando en el borde de la vereda divisó un objeto alargado y brillante. Lo levantó por curiosidad. Era una llave. En el extremo circular de arriba podía distinguirse un pequeño retrato, la luminosidad siestera definía con claridad sus facciones, y durante algunos minutos lo contempló detenidamente. Luego extrajo de allí esa pequeña fotografía con cuidado. Era la imagen de una criatura. Un bebito. Y abrió la puerta de calle de su casa llevándola en la mano.
–¿Qué es?– le preguntó la Abuela
–Una fotografía pequeñita. La encontré junto al borde de la vereda, en la cabeza de una llave. Alguien quizás la esté buscando atentamente en sus bolsillos– contestóle Mariluz
–¿Por la llave?
–No... Es una llave más, pero la foto no es lo mismo. Me ha impresionado mucho, con algo de tristeza.
–¿A ver?– le pidió la pequeña primita Marina –¡Es un nene!
–Sí. No me la rompas.
Mariluz la tomó nuevamente con sus manos y fue en dirección a su cuarto. Cerca de él en un extremo del pasillo, se encontraba un cuadro representando a una imagen religiosa, un rincón ineludible dentro de las viejas casonas. Se detuvo frente a ella. Luego adhirió el pequeño retrato en una de las esquinas del marco, cuidadosamente. Su primo Ramiro la observaba.
–¿Qué estás haciendo con eso?– preguntóle, ambos jóvenes eran de edades semejantes
–Lo guardo para que no se pierda.
–¿Quién es?– le dijo el muchacho acercándose
–Sin duda es o fue un dulce bebé de cabecita redonda. Alguien lo perdió en la calle.
–No lo conoces ¿Entonces por qué lo guardas aquí?
–Por instinto. Debe haber un motivo para que lo llevaran sujeto en el extremo de una llave a la que se usa diariamente.
–Pues, simplemente, cariño– opinó Ramiro
–Eso ya sería suficiente para lamentar su pérdida.
–¿Y qué estás buscando al guardarlo?
–Yo nada ... solamente me nació un respeto instintivo hacia los sentimientos del que lo llevaba consigo– contestóle ella
–¡Pero si no lo conoces!
–Me da igual. Sentí una especie de voz interna.
Ramiro miraba con intriga a Mariluz y ella miraba con ternura al minúsculo retrato del bebito. Ambos dialogaban consigo mismos en silencio.
–¿Acaso te has puesto a pensar en que este pequeño retrato perteneció a un niño que dejó nuestro mundo?– insistió el muchacho
–Casi, en parte, pero no con certeza. Lo que más me revela es un sentimiento de amor– Mariluz levantó la vista y miró con fijeza a Ramiro
–Bueno, no te contradigo, podría ser ...
El comenzó a caminar hacia la sala. Luego volvió la cabeza.
–¿En qué se pueden diferenciar las fotografías de uno y otro?– insistióle él
–Mira, es una percepción muy sutil y de la que no tengo una seguridad plena. Sin embargo creo que la imagen recogida por un instrumento derivado de la técnica, la fotografía, se debe más a algo mágico que concreto.
–Supones...
–Es posible, sin embargo la propia historia de su iniciador. Nieps, nos habla de hechos sorprendentes rayanos en la leyenda. Increíbles.
–¿Cuáles?
–Como el visitante que un día le entregara ciertas tintas para alejarse sin dejar su nombre a la historia...
–¡Oh!... Has escuchado junto a la Abuela demasiadas anécdotas misteriosas que pasan por Radio Nacional, cada día menos creíbles y que se dan por ciertas. Eso se llama la búsqueda de audiencia.
–No basta con poner todo en tela de juicio, Ramiro. Para ser realista también hay que escuchar a los testigos. Quizás Nieps escondió a su pedido el nombre del químico que le acercó aquello que buscaba. Pero apareció en su puerta como un milagro y sin que él lo estuviese llamando.
–Muy bien, hay elementos extraños en toda historia que no hemos vivido. Porque la miramos desde afuera.
–Así lo pienso– asintióle Mariluz
–Soy incrédulo, a pesar de eso te aceptaría una sola sugerencia : los retratos del abuelo ausente me parecen distintos a los de la abuela aún presente, con edades parecidas. En algunas oportunidades he pensado que el rayo que animaba a esa persona, se apartó de su vestidura terrestre y con él, una pequeña chispa se fue apartando de cada placa fotográfica que retuvo sus líneas como humano.
–Es muy complejo lo que dices, Ramiro.
–No importa. Mi mente navega demasiado. Es mejor que lo dejes allí y volvamos hacia nosotros.
Ramiro se alejó. Mariluz abrió la puerta de su dormitorio cerrándolo detrás de ella. El pequeño retrato del bebito se mantuvo en aquel lugar por un espacio indefinido de dos años o más, hasta que el tiempo lo apartó de él. Un día la niña observó que ya no estaba allí... Como un visitante que había dado por concluída su permanencia dentro de aquella familia anfitriona, que le abriera la puerta cuando se perdió en una calle durante una siesta de sol.
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Alejandra Correas Vázquez
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