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 El Terremoto en Chile en 1960 ( 1/3 )

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Jaime Olate
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Jaime Olate


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El Terremoto  en Chile en 1960  ( 1/3 ) Empty
MensajeTema: El Terremoto en Chile en 1960 ( 1/3 )   El Terremoto  en Chile en 1960  ( 1/3 ) Icon_minitimeJue Mayo 26, 2022 8:54 pm

Ante los sismos que está sufriendo Perú, Bolivia y el norte de Chile, me preocupan mis amigos que nos escribimos.
Me pregunto cómo lo ha pasado mi estimada amiga peruana Ingrid Zetterberg, quien quedó impresionada con el relato de mi experiencia vivida a los 19 años (1960) con el terremoto en el sur de mi país.
Aunque provoque risa en personas de corta inteligencia, en este país suceden cosas extraordinarias y a veces difícil de creer. En una oportunidad hice un listado de fenómenos que envié para que alguien se riera del extraño país llamado Chile. Pero a medida que pasaban los día recordé otras tantas diferencias; por ejemplo ¿Sabían que sólo en Chile y África  existe una piedra semipreciosa llamada Lapislázuli ? Agreguemos  la Piedra de La Cruz, también se ha encontrado únicamente en Chile y un país de África; es posible que pasado el tiempo descubramos que hay algún otro lugar del planeta donde también existen estas piedras semipreciosas.

A continuación agrego de nuevo mi experiencia durante LOS terremotos del 22 de mayo de 1960 ( nadie recuerda el sismo grado 8.1 y otros similares el 21 de mayo de 1960  pocos días después.....). NUNCA hay que descartar fenómenos que hemos visto en nuestra vida  y que, seguramente, seguiremos viendo.


El Gran Terremoto y sus Largos Días  

Sabido es que el terremoto del 22 de mayo de 1960 en Valdivia, Chile, ( hoy 22 de mayo de 2017 hace 57 años todo el centro de mi país fue sacudido en forma espectacular), es el más fuerte registrado por aparatos tecnológicos desde que se inventaron y fueron capaces de medir la intensidad.
En la mañana desperté y al encender el TV me encontré a boca de jarro con un programa que recordaba el aniversario de tan trágico acontecimiento.
Mientras veía la enorme catástrofe, con el maremoto que arrasó con gran parte de nuestra costa en el océano Pacífico y que llegó hasta Japón donde sorprendió y hubo cientos de muertos, por mi mente comenzaron a desfilar los recuerdos de mi adolescencia como si hubiera tenido una pesadilla. He visto películas que logran una cierta similitud con aquellos hechos que nunca olvidaré; he tenido la mala costumbre de describir en episodios separados tan dura, espeluznante y triste experiencia. Hoy me siento con valor para describir los largos días de horror de ese entonces.


Vida Fijada Ante la Furia de la Naturaleza.

El día viernes 20 ( sí, sí como el fin de semana recién pasado) nos pusimos de acuerdo en el Liceo con una hermosa compañera de estudios que nos había invitado a su casa para el día siguiente y hacer un “malón”, es decir una fiesta en su hogar, con autorización de sus padres.
Teníamos todo el día sábado 21 para comprar cada uno de nosotros los invitados lo necesario para divertirnos sanamente desde las 18 horas hasta la medianoche, bailando, riendo y bebiendo refrescos con tortas, galletas y un ponche (frutas envasadas, MUY poco vino y, harta agua y azúcar); era costumbre que los muchachos o chicas dueños de casa nos dieran un listado para aportar a la fiesta. Todo bajo la atenta mirada de la mamá de nuestra amiga. Nada de borrachos, menos aún de drogados, cuya existencia apenas las conocíamos en las películas o de algún pobre que “se volaba” con jarabe para la tos, pues contiene codeína, papaverina u otros derivados de las plantas opiáceas y que, como es sabido, quedan prisioneros o adictos por sus efectos. En fin, toda una vida normal en la vida de los chilenos.

Esa noche de viernes dormí temprano. Desperté ante un rumor de la casa de madera, que poco a poco comenzó a crujir y a balancearse cada vez más fuerte; escuchamos con mis dos hermanos a nuestra madre que gritaba en su dormitorio “¡¡¡Terremoto, Dios mío ten misericordia!!!”. Les grité  que no se movieran de sus camas, que el sismo ya pasaría.
Quisimos encender luz, pero ya no había electricidad y el movimiento telúrico continuó por larguísimos segundos, supongo que más de un minuto. Mi hermano Juan Ramón se levantó y encendió una vela y angustiado decía “ Flaco, esto sigue”. Caminando como borrachos acudimos a abrazar a nuestra madrecita y la consolábamos, porque “el fuerte temblor ya iba a pasar”.
La verdad es que no se detuvo, pero su intensidad había bajado. La casa continuaba crujiendo y moviéndose suavemente. Mamá aún llorando, para nuestra tranquilidad se notaba más calmada; caminábamos tratando de equilibrarnos y acudimos a la cocina, donde las ollas y todo lo que era de metal producían un ruido infernal. Las tazas, platos y todo lo que era de loza, caían estrepitosamente al suelo para terminar destruidos en pedazos.
Desde ese terremoto que comenzó alrededor de las 6 de la mañana, la tierra no dejó de temblar, vagamente creo que hasta un mes después del gran terremoto de Valdivia que llegó EL DÍA SIGUIENTE. Media hora más tarde estábamos tomando desayuno y evitando que el té de las tazas nos quemara. Yo, en ausencia de mi padre que andaba trabajando en su turno de noche, tomé las riendas y mis hermanos me obedecían, debíamos evitar males mayores y contactarnos con nuestra familia. Por el momento, sacar lozas, muebles delicados y todo lo que pudiera quebrarse y dejarlos en el suelo, además de limpiar la casa de los pequeños destrozos y barrer el polvo que dejó el fuerte movimiento.

Salimos a ver a nuestros vecinos, tomando precauciones que no nos cayeran tejas del techo o alambres eléctricos ya sin energía. En mi barrio todas las viviendas eran de madera, de modo que no se derrumbó ninguna.

Un vecino encendió la radio de su automóvil, que se vio rodeado de gente y así supimos que el epicentro fue en Concepción, a 30 kilómetros de mi ciudad, Coronel, y que se calculaba había sido grado 8 en la escala Richter. Que el puente carretero que nos unía con la capital sureña había caído sobre el río Bío Bío de dos kilómetros de ancho.

Con serenidad comenzamos con ellos a revisar hasta donde pudimos y a ayudar a mujeres que vivían solas. Nos preocupamos de informar a todos que debíamos guardar agua potable que posiblemente se cortaría; acudimos a los negocios de comestibles para abastecernos, pues nuestro país tiene una enorme trayectoria en este tipo de desastres y la experiencia de las personas mayores nos sirvió mucho. Nos preguntábamos como estaría mi padre que trabajaba fuera de nuestra ciudad; por el estado de nuestro hermano Luis Alberto que andaba de vendedor en la Araucanía; y por nuestra hermana Eliana con su marido y la pequeña Orietta, mi sobrina y, naturalmente por mis tíos que nos ayudaban gracias a su holgada situación económica que Dios le dio al ganar un millón de dólares en la Lotería.

Ya de día, supongo que como a las 8 A.M. salimos los dos hermanos mayores a diferentes partes de la ciudad a visitar a nuestros familiares y amigos, con el acuerdo de estar de regreso al mediodía; en casa dejamos a nuestro hermano menor Vicente, que en ese entonces debe haber tenido unos 13 años de edad, pues debía cuidar de mamá. Fue impresionante nuestro caminar por las calles con una cantidad increíble de casas destruidas; en la plaza vi la iglesia católica con sus grandes murallas en el suelo y en pie su alto campanario que aparentemente resistió por haber sido construido con fierros. Sentí un escalofrío cuando comenzó a dar un tan tan que se me ocurrió era fúnebre; nadie estaba tirando de la cuerda, pues era el resultado de un suave vaivén producido por los continuos temblores.

Ignorábamos que esto sólo era un principio de dolores, pues no dejó de agitarse la tierra como esperando el Gran Terremoto del día siguiente a las 3 de la tarde.

( Continuará 2/3 )
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