NOS CONVIENE CONCILIAR NUESTRAS CONTRADICCIONES
En mi opinión, si nos observamos con atención, que es una labor que ha de ser continua y cotidiana –pero no monótona ni rutinaria-, nos podemos llevar una sorpresa: descubrir que somos un incesante vaivén de contradicciones, y que la tarea de la vida parece no ser otra que conciliarlas, ya que quedar a merced de ellas y sus vaivenes nos alejan del todo del centro en el que se haya el equilibrio. Nos convierte en nuestras propias víctimas.
Por motivos educacionales –aunque sería más correcto decir algo así como “des-educacionales”-, y porque nunca llegamos a tener algunas cosas claras del todo, y porque donde hoy digo “digo” es posible que mañana diga “Diego”, y porque cuando oigo una opinión ajena me parece más fiable que la mía y la cambio urgentemente, y porque mis variables estados de ánimo tienen más fuerza que mi tambaleante seguridad, y porque no sé nada de nada aunque pretenda aparentar lo contrario… por todo ello, somos una maraña de confusiones y desconciertos.
Así que vivir con uno mismo, que es tarea irrechazable, es un continuo tratar de armonizar impulsos con sabiduría, paciencia con desesperación, dudas con preguntas, y leves momentos de paz con guerras encarnizadas.
Es lo que nos ha tocado vivir.
Es lo que hay.
De momento.
De lo que se trata es de armonizar los desaguisados en los que vivimos, de ser un juez sensato y tener una conciencia limpia, de comprender y aceptar sin desesperación, de reconocer que la perfección convive con la imperfección, que todo puede ser posible, y se trata también de aplacar nuestra desesperación, de animar a la parte nuestra que se duerme en los laureles, de apaciguar al exaltado que también somos, de consolar al afligido, de estimular al pesimista, de reír con el que ríe cuando ríe, de animar al derrotado, de esperanzar al desesperanzado… porque estamos siendo, en diferentes momentos, e incluso al mismo tiempo, todos ellos.
Conviene ser con uno mismo la propia madre receptiva y pacificadora, la que tiene el amor incondicional por principios, y ama por igual a todos sus hijos –que son nuestros diferentes estados- de un modo ilimitado, comprensivo y sin pre-juicios.
No hay que desesperarse por nuestros altibajos, nuestros cambios de humor, nuestra inconstancia.
No hay que instalarse en el lamento y quedarse estancado.
No hay que aceptar una derrota de antemano.
Vivir, y la vida, nos exigen que nos relacionemos con nuestras contradicciones desde el amor a uno mismo, desde el respeto irrenunciable, desde la convicción de que esto es así y funciona de este modo: observar, comprender, aprender, aprehender… y corregir.
Pero desde el abrazo y no desde el enfrentamiento.
No han de extrañarnos y mortificarnos nuestros contrasentidos y contrariedades. Hemos sido educados de un modo confuso y aún actuamos así en muchos casos.
Sí han de servirnos para entender que eso forma parte de nuestra naturaleza personal, y a partir de la aceptación conviene ponerse a la noble tarea de crear un estado interior de armonía y comprensión que nos acepte, en principio, en nuestro modo de ser habitual, y nos ayude, al mismo tiempo, a tratar de que esas discrepancias sean cada vez menores, hasta que lleguen a desaparecer, hasta que lleguemos al equilibrio, la comprensión, la paz interna.
Y hasta que nos encontremos con nosotros mismos, hemos de aceptar que somos contradictorios, que en algunos casos podemos creer una cosa y la contraria, y que conciliarnos es una tarea que requiere amor y paciencia, pero a cambio ofrece el premio de un bienestar personal.
No somos perfectos, somos Humanos.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales