CAPÍTULO 90 - JUGAR A SER ADIVINOS
– EQUIVOCACIONES HABITUALES -
Este es el capítulo 90 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Yo no sé si es una costumbre muy generalizada, pero esto se repite una y otra vez, y lo repite, sobre todo, la mujer que tiene una Autoestima baja o que es patológicamente celosa.
Si un día él llega serio, cansado y callado, o incluso con un poco de mal humor, la actitud correcta es preguntarle si quiere hablar de lo que le pasa, y así saberlo de primera mano, antes que comenzar a elucubrar acerca de lo que le puede estar pasando –que es posible que no le esté pasando algo concreto-. La mente de estas mujeres empieza con cosas leves, del estilo de “habrá tenido algún problema en el trabajo, con ese jefe que tanto le amarga la vida, o con el tráfico”, pero la mente, que en algunos casos es terrible y pesimista, es posible que derive hacia “o tal vez esté enfadado conmigo y no me quiere hablar”; después puede venir algo semejante a “¿qué le habré hecho yo para que se haya puesto así conmigo?”; para seguir con “¿a ver si va a ser que tiene un lio con otra y no sabe cómo decírmelo?”; incluso el pensamiento puede tomar un tinte más dramático “¿será que me quiere dejar?”; y puede concluir con un “será eso, que ¡ya no me quiere!”
Si él no quiere aceptar la invitación a hablar, como mucho se le puede insistir una vez más: “¿estás seguro que no me lo quieres contar?, porque no me gusta verte así y me gustará saber qué te pasa”. Si insiste en su mutismo, es mejor hacerle ver que una está dispuesta a hablarlo cuando él quiera y se le deja solo. Este es el modo correcto. También es aplicable cuando es ella quien está taciturna.
Cualquier otra cosa, como transmitirle los pensamientos disparatados que le están pasando por la cabeza, o recriminarle que “parece mentira que no tengas confianza como para contármelo”, o llegar a reprocharle que “no tendría que haber secretos entre nosotros”, y “ya sabes que yo soy muy comprensiva, cuéntame lo que sea”, o derivar a la demencia de que “algo oscuro y gordo tiene que ser cuando no me lo quieres contar”, lo único que se va a conseguir es enojarle. Está a punto de comenzar una discusión innecesaria que va a poner distancia por medio y los próximos días no van a ser nada agradables.
¿Para qué anticiparse a suponer los hechos?, ¿por qué no esperar hasta que esté en condiciones de hablar de ello?
Es evidente que él no tiene un buen día –o ella-, y tal vez no es el mejor momento de hablar. Y si una se pone en el lugar del otro se dará cuenta de que tal vez es un asunto personal, que le ronda o que le preocupa, y no quiere hablar de ello hasta tenerlo claro.
Insistir en preguntarle cuando no quiere contestar hace que una aparezca como la acusación en un juicio, como una inquisidora, o como una investigadora de la policía que busca pistas para poder iniciar una denuncia por ser un criminal.
¿Acaso tú no has pasado por un momento de esos en los que no te apetece que te pregunten, sino que prefieres que te dejen en paz y seguir en tu estado de interiorización? Pues si te pones en el lugar del otro, podrás comprobar que tal vez sea eso mismo lo que el otro quiere.
Mientras llega el momento en que quiera contarlo, que tu mente descanse de sus creaciones, que casi siempre acaban siendo desproporcionadas y pesimistas, y muy lejanas de la realidad.
SUGERENCIA PARA ESTE CASO:
- Intentar hablar, pero respetando que el otro marque sus tiempos.
- “Si quieres saber, pregunta”. Cuidado con las suposiciones, y más aún si se convierten en catastrofistas sin tener una razón clara para ello.
- Hay veces, en los hombres sobre todo, en que no pasa nada y no se piensa en nada, pero se necesita el silencio. Por lo general, son menos habladores que las mujeres.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
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