¡SALUD VIEJITA QUERIDA Y FELIZ NAVIDAD!

Es noche, afuera los villancicos cantados a doquier, es navidad, las sonrisas vienen y van, los abrazos, los regalos y la luz mágica en los ojitos de esos niños que tienen la gloria de recibirlos.¡Que algarabía de felicidad!
Ya es la una de la madrugada, solo mi hijo menor me ha hecho compañía, con sus dieciséis años, él no pidió la pelota de fútbol, la bicicleta de mil velocidades, un nintendo, ni un celular, él solamente pidió y si es que se podía, una polera, un traje de baño y una toalla, lo que fue cumplido, pues es un excelente alumno, responsable, participativo, hogareño, respetuoso, sé que él merece mucho más, pero dice bastarle, con que estemos juntos, que yo lo ame y mime, esa es su felicidad. Está cubierto de solidaridad y generosidad. No ha olvidado nuestro quehacer de años, siempre el día antes de la Navidad, visitamos un hogar de niños, llevamos dulces, golosinas, refrescos y algunos juguetes que hemos reunido durante el año. Acompañada de mi fiel y castaña guitarra, a la cual desgarro sus cuerdas con sutileza y armonía para cantar y dar alegría a estos niños que sonríen alegres por nuestra compañía, el corazón se siente jubiloso por este pequeño, pero significativo gesto que logré cultivar en mis hijos. Cuatro varones hermosos, los dos mayores con sus mujeres e hijos y suegros…y pienso, si tenía razón mi abuela cuando decía: “Cuando el hombre se casa debe seguir a la mujer y las fiestas que antes en soltería eran con su madre, casado, cambian y se van a la casa de esa mujer que ha ganado un hijo más…”. Creo es verdad, porque en los últimos años, la Navidad se celebra en casa de los suegros y para Año Nuevo, acá en mi hogar, el antiguo hogar de ellos. Pero, el otro de mis hijos, el que tiene veinte años, tampoco está, no porque este casado, si no por los estudios, quiso adelantar un ramo, que lo ve medio complicado para el otro año, así que, como está a más de quinientos kilómetros no pudo venir y tiene clases el veintiséis, más encima con un test. Solamente, pasé, entonces, está Navidad con mi hijo menor, que ahora está dormido, porque mañana iremos a la playa, a estrenar sus regalos.
Ahora, en la soledad de esta habitación, tendida en mi plácido sofá, con una copa de champagne en mis manos y el humo de un cigarrillo que se pierde más allá... Pienso, sumida en los recuerdos, cuanto tiempo hace a que ella no está. Se marchó de la mano del invierno, llevándose la risa y el canto mío, dejándome desprotegida ante la maldad, cuánto no le reclamé entonces, pidiéndole explicaciones del por qué se había ido… más ella, de sus labios no emitía sonido, de sus ojos no me brindaba la mirada que era mía, inerte y fría yacía, marchándose a la feliz eternidad. Mamá, cuanta falta me has hecho, cada día ha sido sin ti de nubes y en estas fechas, pareciera todo no estar en normalidad sin ti… pero, tú me enseñaste a ser no egoísta, por lo tanto, respeto y asumo tu partida, porque sé que desde el cielo, estás bendiciendo mi camino y tapizándolo de la ansiada felicidad. Gracias madre santa, por lo que me diste, por lo que me entregaste con tanto cariño y lealtad. ¡Salud viejita querida y feliz Navidad!