FABULAS DE LOS ESTUDIANTES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA SEIS
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CENA DE ESTUDIANTES
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La noche cubría la casa. Unas pequeñas lámparas que asomaban entre los caireles colgantes del techo, como bujías escondidas tras cristales, fueron encendidas por la dueña de casa. La suave iluminación del ambiente en esa sala citadina, imitaba al entreluz característico de las viejas casonas camperas.
—“En mi cuarto hay luces blancas”– le dijo Diego a su amiga Luz —“Puedes leer bien allí. Yo falto muchas veces de noche, cuando estoy de guardia como practicante en el Hospital de Clínicas. Mi puerta queda siempre cerrada. Pero te ofrezco mi biblioteca y aquí tienes una llave, todo lo que encierro allí es mi bien propio, individual, lo que poseo en verdad dentro de esta casa de mi Abuela. Mis otros primos lo comprenden poco, aunque compartamos por ahora un mismo techo”
—“¿Y compartirás conmigo tu biblioteca?”— preguntóle ella sorprendida
—“Compartiría muchas cosas”— sonrió él —“Pero por ahora me interesa compartir los libros. Cuando ambos hablamos, Luz, me parece posible un diálogo completo entre ambos”
—“Gracias. No sé aún con claridad por cual lectura inclinar mi interés”— respondióle ella —“Por el momento elijo la que puede ser recitada. La que se agranda y crece cuando es escuchada en boca de las personas. Ello se debe sin duda a que papá siempre lo hizo para mí. Me leía. Ahora con mi cuerda rota, sin él y lejos de su casa, tendré que elegir yo sola mis temas y recitarme a mí misma”
—“Pues sí, te ha llegado el momento. Es muy valioso que comiences pronto a hacerlo y llego justo a tiempo con mi oferta”— opinó Diego
Los caireles de la sala parecían tintinear al compás de la brisa nocturna, la cual entraba a esa hora vespertina por el ventanal decorado con vidrios multicolores. La niña observaba a su nuevo amigo, uno más entre los muchos nietos de la dueña de casa. Motivada le contestó:
—“Me servirá para ubicarme, pues la escuela secundaria me ha impuesto siempre una lectura obligatoria. Llevo ese peso. Al comprar los textos en marzo cuando comienzan las clases, hay algunos que me interesan de inmediato. Pero a medida que transcurre la rutina lenta del año lectivo, ya han perdido para mí todo su encanto”— comentóle ella casi con desgano
—“También yo he vivido ese fastidio”— acotó él
Y quedaron en ese momento silenciosos, como si ambos estudiantes tuvieran secretos íntimos que desearan compartir. O buscar sus afinidades para admitir vivencias a veces escondidas.
—“Pocas veces tengo en mis manos en la escuela un tubo de química”— continuó diciendo Luz —“Las moléculas pasan delante mío como una ilusión imaginaria y absurda. Los teoremas de matemáticas eclipsan su misterio, su incógnita del futuro, en tediosas operaciones aritméticas y luego las notas de los profesores responden sólo al resultado final de estos cálculos. La comprensión de la fórmula no importa”— quejóse Luz
—“Es la falla de nuestros profesores, alargar los temas sin necesidad. Pero superemos ese obstáculo. Tenemos todo el tiempo del mundo por delante nuestro”
—“Entonces me pregunto : ¿Hay máquinas que superan este problema? Sí, las veo en todos los negocios de venta. Además de ello los empleados de supermercados con pocos estudios, las manejan siempre fácilmente. Los estudiantes del secundario, en cambio, no tenemos ese mismo derecho a vivir nuestra era. Y al revés, por otro lado, las materias prácticas se dan en forma abstracta. Se las teoriza. Llevo cinco años de rutina inútil ¿A dónde voy?”— insistió ella
—“Bueno, niña... mira ahora hacia un rincón diferente, quedan residuos en la cuerda que te une. Yo apenas aleteo por la mía. No puedo darte nada. Me hago caridad. Pero veo que tu familia fue muy absorbente y has girado siempre dentro de ella, sin mirar hacia afuera. Ahora debes hacerlo. Córdoba te invita a que la conozcas”
La Abuela habíase incorporado de su sillón y llamaba a la cena, luego de apagar su radio donde ella estuvo escuchando las últimas noticias. La mucama Micaela apareció llevando al comedor una fuente bien cargada y humeante. Los nietos estudiantes rodearon ansiosos la mesa.
Sopa y puchero en abundancia, para un día de final de invierno donde despuntaba la primavera, y buscando un buen dormir. Sopa de caracú, chiquizuela, zapallo, papas, batatas, choclo y vegetales... Y además una taza de leche tibia. La dama mayor solamente se sirvió esto último, mientras los jóvenes saboreaban gustosos aquel puchero criollo, a la vez que untaban en rodajas de pan el sebo del caracú salado y pimentado.
Desgranaban en sus platos con un cuchillo filoso los choclos blancos, mezclándolos con manteca y rociando las papas con queso derretido. Cortaban en trozos las carnes de caracú y de chiquizuela, adobándolas con chimichurri y aceite de oliva. El apetito juvenil de los estudiantes en aquella hora, luego de largas horas frente a los textos universitarios, era asombroso. Y contrastaba con la frugalidad de la Abuela.
Conversaban. Noticias políticas. Sucesos personales. El consomé restante fue bebido en tazones de loza. Cuando terminaron la cena cada uno se levantó dirigiéndose hacia un rumbo distinto, y la Abuela invitó a Luz con dulce batata y queso. Pero los muchachos no deseaban ningún postre. Algunos nietos buscaron sus dormitorios, y otros sus paseos. Jornada concluida. Diego preparábase para salir a la calle.
—“¿Me acompañarías al cine? Esta noche no tengo guardia hospitalaria”— preguntó él a la niña, antes de cerrar la puerta detrás suyo
—“Otro día te aceptaré muy contenta”— respondióle ella algo reticente
—“O te hago otra propuesta... Podríamos ir a una peña para escuchar folklore con buenas guitarras, ésta es la mejor hora para llegar allí”
—“Ahora estoy cansada”— justificóse ella pero Diego no le creyó
—“Has tenido poco movimiento en todos estos días desde tu llegada aquí. Sólo sales de mañana para tu escuela o hablas con nosotros ¿Por qué estás cansada?”
—“Por hábito de mi familia, acostarse temprano... Bueno, es verdad que el reloj no marca todavía las diez de la noche, parece que yo he adelantado el tiempo dentro mío”— respondióle Luz
—“Esperaré... a que cambies de hábitos. Córdoba es una ciudad con vida nocturna. Volveré a proponerte otra salida. Y ahora te dejo con mis libros. Creo que ellos lograrán readaptarte más rápido que nosotros. A esta casa todos llegamos unidos a un cordón umbilical que vamos dejando atrás. Esta es una ciudad universitaria llena de estudiantes, adonde llegamos todos como niños de algodón. Luego comenzamos a sentirnos seguros de nosotros mismos, a medida que aprendemos a elegir nuestros propios libros”
—“¿Propios?”
—“Sí... a pesar de las materias de estudio, es ahora cuando descubrimos los libros que nos identifican. No habrá otro momento mejor”
—“Con esta llave que me has dado, elegiré uno para mí, que me dé imágenes de colores durante el sueño”
—“Entonces significa que el amanecer te aguarda impaciente... ¡Hasta mañana! Voy a una peña universitaria para escuchar guitarras criollas con huaynos, bagualas, chacareras, zambas y chamamés. Un día me aceptarás esta invitación”
—“Cuando elija mi libro.
—“Sí, será ése el momento... Ahora no pongas el pestillo por dentro de la puerta, para que yo no tenga que llamar y despertar a quienes duermen. Mis primos también tienen cada uno su llave, y saldrán a la noche como yo, pues ya están cansados de repasar sus materias del día. Cierra, con eso basta. Si no oyes regresar a Martín para dormir, es normal en él. Muy buen estudiante pero con una vida privada llena de amores transitorios. Hasta luego”— y con un beso ligero en la mejilla de ella, Diego salió hacia la calle
—“Otra noche iremos juntos a escuchar folklore...”
Dijo Luz para sí, pues la puerta estaba ya cerrada y vacía.
La casa quedó en penumbras. Sólo el zaguán continuaba iluminado, como un faro, el camino que llama al regreso. Aquellos estudiantes eran allí, más que nietos, transitorios habitantes de la casa de su Abuela.
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