CAPÍTULO 9 – LA PAREJA
Este es el capítulo 9 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Aunque cada Ser Humano nace solo –aunque esté su madre durante el parto- y morirá solo –aunque alguien le acompañe en ese momento-, y aunque toda la vida en realidad no es más que una acto de soledad que se comparte con otros, la tendencia habitual es formar pareja.
Por una parte actúa inconscientemente, pero con fuerza, el instinto animal, que empuja a buscar a otro congénere que sea del sexo opuesto con el que poder concebir descendencia para que la especie se perpetúe; por otra parte, desde un punto de vista espiritual y psicológico, parece ser que también los del sexo opuesto aportan una complementariedad enriquecedora.
Cuando dos se emparejan están construyendo algo que no existía: una relación en la que participan ambos. Y eso es muy grande y, de algún modo, trascendental.
Al ser los creadores tienen –en teoría- todo el control sobre lo que crean. También tienen la responsabilidad de hacerlo bien, ya que el objetivo final es el de unirse dos personas con el propósito de estar ambos mejor que estando solas.
Como se parte de cero y es una construcción personal, se deben tener muy claros los ingredientes que se van a utilizar, los elementos que van a ser básicos, las leyes propias y las normativas, lo irrenunciable o innegociable, las prohibiciones y lo que no se quiere, lo que cada uno va a aportar obligatoriamente y todos los principios y criterios que van a componer su personal Constitución.
Como ha sido una decisión autónoma, libre y consciente, no se debe eludir el compromiso y la obligatoriedad de llevarla a buen término.
Se han unido para engendrar una criatura a quien han puesto por nombre Relación, y lo han hecho con amor y con deseo; la han visto nacer y no pueden rechazarla sino que han de alimentarla todos los días, darle los buenos días por la mañana y las buenas noches al acostarse, y han de disfrutar viéndola crecer cada día aportando todo lo que se sabe que va a hacerla crecer feliz, y ambos miembros han de cogerse muchas veces de la mano, sonriendo, al mismo tiempo que apuntan sus miradas hacia su creación.
En esa creación han de poner todo su empeño, su voluntad, su saber, su ilusión y su cuidado, para que cada vez que la contemplen sientan un hermoso orgullo que recorra felizmente todas sus emociones.
Pero, eso sí, que ninguno de los dos la desatienda, que ninguno eluda su parte de la obligación, porque la pareja, como entidad, es el amor que se tienen dos personas añadido a sus asuntos cotidianos. “Te amo”, sí, pero tenemos que pagar las facturas. “Te amo”, te lo repito, pero aparecen entre nosotros las pequeñas o las graves desavenencias que surgen de la convivencia entre dos que aún no se conocen en todas las facetas.
De vez en cuando se cuela una pequeña o mediana desavenencia –por falta de acoplamiento o por diferencias de criterio, y no tienen por qué convertirse obligatoriamente en un desencuentro, en una alteración, o en una polémica- pero después se tiene una relación sexual –en la que cada uno se entrega entero- con esa misma persona. Se viven todo tipo de momentos, algunos felices y algunos contradictorios o muy dispares.
Se ha constituido una relación de pareja, y es en ella en la que se ha de depositar toda la confianza personal, porque es el sitio más íntimo y privado que se puede llegar a construir y por tanto ha de ser el más protegido, el que nadie de fuera –ni de dentro- puede mancillar, porque cada miembro de la pareja va a saber del otro lo que tal vez nadie más sepa, y va a depositar en el otro su plena confidencialidad, así que conviene que esa confianza sea sólida e inquebrantable, que se base en el diálogo, que esté protegida de ataques o vaivenes externos, que sea inexpugnable para los otros, y que ambos se defiendan y respeten mutuamente para conseguir su plena consolidación.
Para que una pareja tenga muchas posibilidades de perdurar en el tiempo es bueno que, en diferentes proporciones según el caso de cada pareja, haya algún tipo sólido de atracción, bien sea física, espiritual, o intelectual, y, por lo menos, un proyecto común. Que haya habilidad y paciencia para negociar los conflictos que vayan surgiendo –a los que habrá que buscar una solución que sea satisfactoria para ambos- y que haya mucho amor y generosidad hacia el otro –para ceder un poco, si fuera necesario, sin que eso deje una sensación de derrota-.
No hay que olvidar que la pareja es una entidad viva, creada voluntariamente por dos asociados que son responsables de que se desarrolle del modo más óptimo posible.
Las parejas, en general y hasta ahora, no han sido muy conscientes de su importancia ejemplarizante de cara a las parejas que formarán sus hijos y no han considerado seriamente que pueden marcar un hito a partir del cual la educación que se va a transmitir a los hijos, en general y con respecto a la pareja, hará que estos sean felices o infelices. Hay que saber que los hijos, durante el tiempo de educación con sus padres, se fijan en ellos y les toman como modelos para ser, cuando crezcan, hombres/mujeres, esposos/esposas, padres/madres.
A esta generación a la que hice referencia no se le ha enseñado bien, pero han adquirido la consciencia suficiente como para darse cuenta de lo que quieren y de lo que no quieren, y disponen de una conciencia que les hace ver la importancia de una buena educación en la que se encuentren reflejados los valores y las responsabilidades. Sus progenitores no les enseñaron bien –porque tal vez tampoco les enseñaron a ellos-, pero la generación actual sí quiere enseñar y quiere hacerlo bien.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
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