ENTONCES ÉRAMOS FELICES Y NO LO SABÍAMOS
En mi opinión, y salvo trágicas y dolorosas excepciones, todos tenemos en el almacén de la memoria vivencias que al rememorarlas se nos presentan con una explosión de nostalgia, o con una lagrimilla muy amable y agradable, o manifestándose en una sonrisa innegable acompañada de un brillo casi acuoso en los ojos.
Casi todos hemos vivido momentos de felicidad, de plenitud, de emociones maravillosas casi mágicas; todos hemos jugado a solas, absortos e inocentemente, o hemos coqueteado y sentido los escalofríos apacibles de algo que parecía amor, o nos hemos dormido en los brazos de nuestra madre sin darnos cuenta acunados suavemente al compás de una nana apacible.
Todos hemos tenido algún momento en nuestro pasado –sobre todo en el pasado más lejano- que vivimos casi sin darnos cuenta porque en aquella escasa edad uno no reflexionaba, no era consciente de evaluar las experiencias, sino que se dedicaba, sabiamente, a vivirlas.
Ahora, a veces se nos presenta la añoranza y suele venir con un fondo de tristeza, por eso de que acumulamos mucho tiempo ya pasado, y si tenemos un día triste, un día melancólico, somos presa fácil de los sentimientos.
Recordamos lo que ha sobrevivido al olvido, y nos vemos a nosotros mismos con pocos años en muchos de los momentos que vivimos y nos damos cuenta –con una leve aflicción- que éramos felices y no lo sabíamos. Era el estado natural antes de que le pusiéramos obligaciones y responsabilidades a la vida, antes de que nos hiciéramos mayores y renunciásemos –erróneamente- a una parte de la inocencia de la vida.
Éramos inocentemente felices, como tiene que ser; naturalmente felices, sin artificios, y ahora nos parece que no lo supimos disfrutar más y mejor, que no estuvimos atentos siempre, que no aprovechamos aquella oportunidad del todo.
Y si somos un poco inteligentes, en vez de quedarnos en la desazón, en lo negativo de la nostalgia, podremos dar un paso más y admitir sin pena que aquello es irrepetible, que no podemos volver a aquellos años, pero…sí podemos ser totalmente conscientes ahora de los momentos en que somos felices; en esos momentos ahora podemos poner toda la atención, estar íntegramente, ser del todo conscientes y exprimir la experiencia y los momentos estando plenamente presentes.
Pensamos, a veces, que no tenemos muchos momentos de felicidad, pero no siempre es cierto. Lo que pasa a veces es que tenemos un nivel alto de exigencia para que las cosas nos hagan felices. Se impone revisar nuestros criterios en ese terreno de la felicidad y rebajar nivel de exigencia. Cuando éramos niños, una muñeca que no hablaba ni se movía o una pelota o nuestra fantasía nos hacían felices. Tal vez nuestro nivel de exigencia era más adecuado.
¿Qué es la felicidad para mí?, ¿pongo demasiadas condiciones?, ¿exijo que tiene que aportarme algo concreto para que yo califique como feliz?
Uno puede amplificar el valor de esa leve sonrisa y paz que siente al ver el mar, o el campo, o la sonrisa de un niño, o la cara de su madre, o el gatear errante de su bebé, y elevar el grado de jerarquía de esas cosas hasta situarlas en el nivel de maravilla que les corresponde.
Uno puede cambiar la tasación de las cosas y hacer que aquellas que le provocan aunque sea una leve emoción agradable sean sus proveedoras constantes de felicidad. Hoy podemos ser felices con las cosas más simples y sencillas si nos damos permiso para apreciarlas.
Hoy podemos y debemos ser felices, muy conscientemente, para que dentro de unos años no tengamos que arrepentirnos de no haber apreciado y aprovechado la oportunidad que se nos brinda hoy.
Y esa es tu tarea y tu responsabilidad, así que…
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales