franckpalaciosgrimaldo Escritor activo
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| Tema: Por un momento soñamos (Capítulos del 22- 24) Vie Abr 17, 2020 5:07 am | |
| Capítulo 22: Lo que dura una llamada —Ha pasado una semana —me dijo Soledad, nos encontrábamos en la sala de enfermeras descansando unos minutos—. ¿Qué tal te va con Kevin? —preguntó cogiendo una taza. Me comía un pastelito, en el mueble. Ella se encontraba en la barra sirviéndose un chocolate caliente. —¿Y ese milagro? —dije con las cejar arqueadas—. Pensé que no te interesaba saber de nosotros —sonreí divertida. —Ay que graciosa eres… —me respondió con sarcasmo, pero sonriendo—. Deberías ir a la televisión. Ya déjate de esas cosas. —Avanzó hacia mí y se sentó a mi lado en el mueble de la sala—. ¿Cómo vas con eso? —Pues bien. No ha sido una semana tampoco. Han sido cinco días si contamos hoy. Me sorprende que preguntes, porque nos vemos todos los días y no me habías dicho nada desde que te conté. Y como pensé que te incomodaba el tema, pues no te he dicho nada. —No es que me incomode el tema. Eres mi amiga, me gusta saber que estás bien. Y bueno, es verdad que no es santo de mi devoción ese muchacho, pues se te ve feliz. —Bebió de tu taza—. Y si eres feliz, tus amigos lo somos. Me hizo sonreír. La verdad me agradaba que me preguntara, no tenía con quien hablar de estas cosas. Había estado conversando por mensajes con Fernando, pero no es igual que con una amiga. Mi voz de la razón. —Gracias. Pensé que estabas enfadada conmigo o algo así. —No. Claro que no, a lo mucho un poco confundida, pero nada más. Como entenderás no imaginé que comenzarías algo con ese muchacho, pensé que lo tendrías por ahí, ya sabes. —¿No es peor eso? —Bueno, puede que sí; pero, al menos no es tan definitivo como aceptar sus sentimientos. Aunque bueno, como dije: se te ve feliz y eso me gusta. ¿Qué tal como es? —preguntó. Sonreí. Ella se acomodó en el mueble. —Primero te diré que no es que me estoy enamorando, pero si es verdad que estos días he aprendido a abrirme un poco más a su cariño a su afecto, algo que me costaba un poco al comienzo; ya no me siento extraña. Como sabes al comienzo, el primer mes que salimos, no había abrazos, besos. Ahora pues sí, y los disfruto, aunque al comienzo fue como: ¿Qué es esto? ¿No? —Sonreí, ella asintió—. Es una sensación rara. —Pero ustedes… Habían… —Sugirió. —Lo sé, lo sé. Pero es como un comenzar de cero. Ya sabes, dejando atrás esas cosas. Incluso besarlo fue como besarlo por primera vez. Aunque ahora que recuerdo, solo lo besé aquella vez. La cosa es que se sintió extraño. Pero fue lindo. —Mordí mi pastelillo. —¿Y qué hay de aquello? —dijo con insinuación. —¿Sexo? —No. Me refiero al primo. No me has dicho nada de él un par de días. Desde la última vez que hablamos casi. Será que ya lo estas dejando atrás. —Pues tal vez —dije suspirando—. No hemos hablado mucho últimamente. Y eso que no le dije nada sobre este tema. —Pensé que lo harías. —También yo. Quería hacerlo en estos días. Tal vez esperar un poco más. Ya sabes, que lo que tengo con Kevin madure un poco más. Quizá no funcione finalmente. Entonces… —Hice una pausa. —¿Entonces qué? ¿Aunque piensas en el primo como…? —No. Claro que no. Pero pues, quizá si le cuento el sí lo tome demasiado en serio. Lo conozco, es muy sensible. Se que hasta el último momento que me fui estuvo enamorado, y cuando me vine a la ciudad seguro siguió pensando en mí, así como yo. Estoy segura que debe haber una razón por la que ya no me escriba o me hable seguido. La verdad he tenido el impulso de hacerlo, pero luego me pregunto: ¿Tiene sentido? —¿Ya no lo extrañas, Adriana? —preguntó Soledad. Suspiré e hice una mueca, pensativa. —Me cuesta mucho responderlo. Pienso en él, cada vez menos, pero cuando recuerdo lo que sucedió, lo sigo recordando con mucho cariño. Me hace sonreír recordar su carita, sus abrazos, ya sabes. Aun cuando veo la foto que guarde en mi computadora… Sonrío como una tonta. —Así como ahora —me dijo sonriendo. —Así precisamente. Pero creo que sí dejó de escribirme debió ser por algo. Seguro me escribe en estos días, ya verás. Yo creo que no puedo, creo que será mejor así. —¿Kevin sabe que te escribes aun con él? ¿No le incomoda? Me encogí de hombros. —Pues no. Al menos hasta cuando me escribió por ultima ves, no me dijo nada. Llegó un mensaje de Daniel cuando estábamos en el centro comercial, y le comenté a Kevin que era él y me dijo ¿no vas a responder? Y le dije que no. Se encogió de hombros y seguimos hablando. Creo que no le importa. Es demasiado seguro para ponerse en ese plan. Sabe que no podría pasar nada. —Pues eso es algo positivo. —¿Qué decía su mensaje? —Decía: “Mamá te envía saludos, espera que estés muy bien. Te extrañamos. Te llamo más tarde, Adri”. Pero no me llamó, hasta ahorita. —Debe estar ocupado. Me dijiste que eran fechas importantes para sus entregas. —Es verdad, debe ser eso. Pero también puede que esté haciendo otras cosas. —¿A qué te refieres? —La chica que trabaja con él, ese día que los vi juntos noté un poco de afinidad en ellos. Ella es muy atractiva y parecía muy cercana con él, como lo miraba, lo tocaba. Aparte es su confidente, seguro le ha contado de nosotros. Seguro le ha aconsejado lo más evidente. ¿Tú que le aconsejarías? —Eso mismo que te imaginas. Que no se ilusione contigo. —Lo vez. —O sea que te da celos esa chica. —Soledad soltó una risa. —En su momento sí. Ahora ya no. Pero si esta soltero, y le gusta, quizá a ella no le importe acercarse más. —Me encogí de hombros—. Ya no importa de todas maneras. Yo ya estoy comenzando algo con Kevin. Me daría gusto saber que Daniel también; pero no sé si me lo diría. Esa es la cuestión. Por eso esperaré un poco para contarle lo mío con Kevin. —Lo importa aquí es que estas feliz —dijo y bebió un sorbo de su chocolate—. Y si tu estas feliz, yo tengo que preocuparme menos —sonrió. —No te rías. —La empujé juguetona—. ¿Qué fue del hombre de la morfina? —Pues nada. Sobrevivió gracias a mí. De no haberme percatado de tu error, estarías presa. Y hasta hoy no has pagado tu deuda conmigo. —Sonrió—. Te tengo en mis manos —dijo divertida. —Estoy muy agradecida contigo. Menos mal no se dio cuenta, ¿verdad? —pregunté. —Era un doctor, Adriana. —¿Un doctor? —Si. Bueno, interno. Estoy segura que se dio cuenta. Pero bueno, igual no lo he vuelto a ver. Era muy guapo, es una lástima. —No me asustes. ¿En serio anda por aquí? —Tranquila, aquí rotan a cada rato. Lo más probable es que ya no este por aquí. Además, nena, de haber querido denuncia lo hubiera hecho hace mucho. —No parecía un médico. —Estaba saliendo del hospital cuando tuvo el accidente en el estacionamiento, por eso estaba en emergencias. Me contó que se tropezó con una botella y se dobló el pie y bueno, quien diría que casi muere ese día —sonrió. —Ya, no digas eso. Mala. Reímos juntas. Se que no estaba bien, pero era bueno que ese recuerdo ahora se vuelva una anécdota, entre comillas, divertida. Me alegraba mucho poder confiar en Soledad. Es una excelente profesional. Me alegraba también saber que ya no estaba tan reticente con el tema de Kevin. No esperaba salir un día los tres, pero al menos poder contarle mis cosas sin que me ponga mala cara. Cambiamos de tema hasta que nuestro descanso terminó. Regresamos a nuestras labores. Estos días con Kevin habían sido lindos. Lo veía en las noches, luego del trabajo. Salía a las 6 de trabajar y llegaba a casa. Él llegaba a verme cerca de las 7:30pm por su trabajo. Luego de eso íbamos a cenar fuera, o comprábamos algo y comíamos en mi apartamento viendo televisión. Bebíamos un café y conversábamos. También fuimos a dar una vuelta por ahí, y luego volvíamos a mi apartamento. Nos quedábamos conversando en su auto, fuera de él o en las escaleras del pórtico de mi edificio. Me escribía en las mañanas y en la tarde. Preguntándome si ya había desayunado o comido. Él sabe que el trabajo en el hospital es complicado y muy exigente. Siempre se iba un a las diez y media de la noche, porque sabía que debía descansar, poco a poco deseaba que se quedara más tiempo, pero él vive lejos. Me ha dicho que ha pensado en mudarse más cerca, así ahorrar en gasolina y estar más cerca de mí. Me pareció lindo, sé que lo hace por mí. De verdad se preocupa por mí, es un buen chico. Poco a poco me acostumbro más a verlo y tenerlo cerca. Sus besos siempre están llenos de mucha dulzura y esa pequeña dosis de pasión que te hacen sentir maripositas. Pienso que no me va a costar mucho enamorarme de él. Aun no le he dicho ni a mamá ni a papá, menos a mi hermana. Le dije a Kevin que mantendré esto en secreto un tiempo. Él no tiene problema con esto, su familia vive en Catalina del mar. Él me entendió, no puso ningún, pero, es bastante comprensivo. Equilibra muy bien el brindarme atención, darme cariño y preocuparse por mí. Cada día me sentía más feliz y satisfecha en haber tomado la decisión de darme una oportunidad con él. Fernando fue al primero que le conté. Cuando llegué a casa aquella noche le escribí, le dije que había tomado la decisión de darle una oportunidad a Kevin. Le dije que efectivamente el no solo me veía como amiga y había estado esperando el momento para revelarme lo que sentía. Me dijo que no le sorprendía, que era más que evidente. Y se alegró de que me haya atrevido a aceptar darme esta oportunidad, pero me dijo que tuviera mucho cuidado esta vez. Que utilizara toda la experiencia que he adquirido para saber cuándo abrir realmente el corazón y que sobre todo no cometa los mismos errores del pasado. Me dijo que un no se fiaba de Kevin, pero que esperaba que todo me saliera bien. sus palabras fueron claras y concisas, y un muy buen consejo. Al día siguiente despedía a Kevin desde la entrada a mi edificio; eran cerca de las once, se había quedado un poco más, el tiempo se nos fue volando. Entonces recibí la llamada de Daniel. Me había escrito horas antes, cuando estaba con Kevin, me preguntó si podía llamarme, obviamente tuve que decirle que no, pues estaba con Kevin y no quería incomodarlo, a pesar que él me dijo que respondiera, que no haría ruido. Kevin sabía que aún no le había dicho nada a Daniel, y que lo haría después. Yo decidí escribirle y decirle que me llamara cerca de las once, por que saldría un momento a buscar algo que necesitaba. Y así lo hizo. Subía las escaleras a mi apartamento. —Hola, Daniel. ¿Cómo estás? Perdona que no haya podido responder antes. —No. No te preocupes. Aproveché para seguir leyendo un poco —me dijo—. Ya en unos días lo acabo. Esta muy bueno. ¿A dónde fuiste? —Fui a comprar… Unas medicinas. —¿Medicinas? Estas mal… —No. No. Son cosas… De mujeres. Tu entiendes. —¡Oh! Disculpa. —No pasa nada. —Llamaba porque quería hablarte, quería escucharte. Estos días no pude, he estado llegando muy tarde del trabajo. —Te entiendo, no te disculpes, Daniel. —Estalló uno de los depósitos de fermentación, esos enormes barriles plateados conectados con tuberías. —¡Ay Dios! Los recuerdo. ¿Alguien salió herido? —No, no. Tranquila. Fue durante el descanso de los trabajadores. El supervisor del área olvidó cerrar unas válvulas y se ocasión una sobre tensión, algo así. La cuestión es que perdimos mucho dinero en producción y tiempo. hemos estado trabajando día y noche para poder alcanzar la meta del mes. —Espero puedan lograrlo, Daniel. —Si, eso mismo espero. No queremos quedar mal con la empresa extranjera. Tu tranquila, yo lo resuelvo. Pero he tenido que estar ahí y pues no tuve tiempo para escribirte o llamarte. Discúlpame, Adri. Sonreí. —Está bien, Daniel. Yo también he estado muy ocupada en el hospital. —Si. Como sé que duermes temprano y he estado llegando a casa alrededor de las doce, pues ya no quise llamarte. No he podido ir a ver a mamá tampoco, juro que este fin de semana todo tendré todo listo y podre ir a verla. —¿Cómo está mi tía? —Mucho mejor, Adri. Esta caminando ya como nueva. Tus ejercicios le ayudaron muchísimo. Te envía muchos saludos, ella sabe que estas ocupada, pero espera que le llames pronto. —Es verdad, no he podido comunicarme como en los primeros días. Te juro que le llamo mañana en mi descanso. —Eso le alegrará muchísimo. Llegué a piso y me dirigí a mi apartamento. —¿Y cómo has estado estos días? —me preguntó. —Bien. Ocupada con el trabajo. Acostumbrándome a mi nuevo apartamento. —Es verdad, te habías mudado. Lo olvidé completamente. —No hay problema. La primera semana a mí también se me olvidaba —sonreí. —¿Cómo es eso? —rio del otro lado de la línea. —Tomé un taxi en dirección a mi antiguo edificio. Nos soltamos a reír, fue una anécdota real. —¿Dónde vives ahora? Quizá pueda ir a visitarte cuando vaya a la ciudad. —Eso sería fabuloso. No estoy muy lejos de mi trabajo. Estoy Calle San Rubén #165, apartamento 4-B, en el distro de Marrones, lado este, catalina central. No es un lujoso edificio, pero es cómodo. —Abrí la puerta a mi apartamento, ingresé y dejé la llave en el colgador—. Y vaya que estoy sacando piernas aquí. Reímos nuevamente. —¿Y tú como estas, Daniel? Aparte claro del trabajo y los problemas. Me refiero… A ti. —Oh, pues bien. —Hizo una pausa—. Si, estoy bien. Me llamó hace poco. Me detuve en medio de mi sala. —¿Ah sí? ¿Qué quería? —pregunté. —Preguntó por mamá. Quería saber si ya le había contado. Le dije la verdad, que aún no había podido hacerlo. Luego me preguntó por mí. Quería saber cómo estaba y así. —¿Y cómo te sentiste? —pregunté. —Pues que te diré. Fue difícil escucharla nuevamente. —Me imagino. ¿Qué le dijiste? —Le dije que estaba bien. Le dije que trabajaba y pues… Que le deseaba lo mejor y que pronto le diré a mamá. No hablamos mucho realmente, habrá sido unos minutos. Fue raro, juro que pensé que no me llamaría. —Suele pasar, han pasado solo unas cuantas semanas, Daniel. Solo no dejes que esto te afecte, ya sabes, aún está fresco. Debes mantener los ánimos arriba. No quiero verte mal —le dije sonriendo. Pude escuchar una risita tras el teléfono. —Estoy bien. Tengo mucho que pensar, aparte… Ella está en mi pasado ya. Si bien sabes que no se puede sacar a alguien del corazón tan pronto, a veces te das cuenta de que en realidad ya no estaba hace mucho. He pensado bastante estas semanas, acerca de todo, Adri. Creo que en realidad lo que ella me dijo era cierto. —¿Qué cosa? —Que falle mucho como esposo. —Eso no es verdad. —Lo es, Adri. Este tiempo sin ella ha sido una especie de experimento de introspección. Pude ver dentro de mí, dentro de mi hogar. Pensar un instante en ella, en cómo se pudo sentir. Y la verdad es que, como me dijo, no basta a veces solo ser romántico alguna vez al mes, o mostrar el amor cuando uno se acuerda o el tiempo nos da. Creo que fallé en estar ahí, estar presente. —Tu trabajas mucho, justamente para darle lo mejor… —No culpo al trabajo —agregó—, el trabajo no tiene la culpa. He podido salir antes, organizarme mejor. Creo que lo que ha sucedido con mi matrimonio fue algo que era inevitable, pues descuidé a la mujer que, sin duda, se casó conmigo muy enamorada. Mamá me lo dijo incluso alguna vez. Que cometía el mismo error de papá. Creo que, si hubiéramos tenido hijos, quizá ella no se hubiera sentido tan sola. —No sé qué decirte, Daniel. Ciertamente no podía decirle nada. Seguía pensando que Cecilia era una desgraciada por hacerle eso a Daniel, pero pues algo de razón tenía el. En este especial caso el sí pudo hacer algo más por su matrimonio. Lástima que ella decidió hacer algo mucho antes. —No hay mucho que decir, Adri. Ella sabe que la amaba, sabe que soy un idiota también. Pero pues se acabó, y ya no hay marcha atrás. Estoy seguro que ella será feliz, y yo pues no volveré a cometer esos errores. Creo que de algo sirven estas experiencias. Y Estoy seguro, Adri, que, de no haber sido por ti, esto hubiera sido mucho más difícil para mí. —No lo creo. —Si. Así es, estuviste ahí conmigo en una de las etapas más duras de mi vida. Eso jamás lo olvidaré. Gracias por eso. Pude haberme hundido en la tristeza, en la soledad, pero estuviste ahí. Me hizo sonreír, me hizo sentir tan especial. Quería decirle la verdad, que él había sido quien me ayudó a mí, pero… No pude. No quería parecer débil, quizá; o simplemente no quería que pensara que fue mutuo. Dos locos sufriendo dándose soporte emocional. No es tan romántico. No quería que pensara que lo que pasó puso estar guiado por problemas afectivos, soledad o inestabilidad. Aunque la verdad es que para ese momento yo ya no pensaba en Andrés. Solo pensaba en él, en Daniel. —Para eso están las personas que nos quieren. ¿Verdad? —Así es. Y tú sabes cuánto te quiero, Adri. —Lo sé. Y tú lo sabes también, sabes cuánto eres para mí. Pude sentir su sonrisa tonta tras el celular. Seguimos hablando unos minutos más, mientras recogía los platos de comida de mi sala y los levaba a la cocina. Me contaba sobre el libro, le conté un poco sobre mi trabajo, cosas así. —¿Y has salido estos días? —me preguntó. —¿Salido a dónde? —repuse, como evadiendo la pregunta. —Ya sabes, me dijiste que habías estado saliendo con un amigo. —Ah, pues sí. Si, salimos unas veces. Es un buen chico. —Ya veo… ¿Y qué tal? —¿Qué tal… cómo? —Sonreí. —Ya sabes. ¿Es algo serio? —preguntó. —Serio… Bueno… —Hubiera sido una buena oportunidad para decirle, pero preferí no decirle nada por el momento—. Solo salimos, ya sabes. Es soltero, es divertido. —Entiendo. Debes gustarle seguramente. Reí. —¿Por qué ríes? Eres una mujer muy bella, Adri. —Hasta por teléfono lograba hacerme sentir calor en el rostro este tonto—. Es probable que le gustes. —Bueno, es posible. Pero en estos momentos no… No estoy considerando esas cosas. Ya sabes. Estoy concentrada en mi trabajo —¡Tonta, tonta, tonta de mí! Era una buena oportunidad—. Pero, quien sabe. Tal vez después. Eh… ¿Y tú? ¿No has salido con nadie en este tiempo? —pregunté. —Pues no he tenido mucho tiempo para salir o conocer gente nueva. Recuerda que aquí en provincia no es tan sencillo cruzarse con gente diferente, casi siempre es la misma. Aunque algunos amigos de aquí fuimos a casa de Dalia, la ingeniera, fue su cumpleaños la semana pasada. Fue divertido. Hacía mucho que no me reunía con amigos a bailar, beber unas cervezas, comer, ya sabes. —Ah, tu amiga del trabajo. Si, la recuerdo. Es muy linda. Me alegra que salieras a divertirte. —La sensación de vació en el estómago ora vez. Aun me provocaba un poco de celos aquella chica. Que locura—. Dalia es una chica muy linda… ¿Has pensado en salir con ella? —pregunté, presionando los labios. El río. —La veo todos los días. Almorzamos juntos, algunas veces la llevó a su casa. ¿Salir no sería redundante? —Rio. —Ya sabes a que me refiero. Salir como… —¿Cómo pareja? —completó. —¿Por qué no? Seguro le gustas. —No lo sé. No estoy pensando en eso ahora —me respondió—. Aún tengo algunas cosas en mi mente, en mi corazón. Creo que primero tengo que analizar muy bien eso. Antes de hacer cualquier otra cosa, Adri. Nos quedamos en silencio unos segundos. —Tienes toda la razón, Daniel. —Te extraño mucho, Adri. No sabes cuánto me gustaría verte —me dijo de repente. Me dejó fría. Me sorprendió, me enterneció. —Ay, Daniel. —Me senté en mi mueble—. Yo igual, Daniel. Ya nos veremos pronto. Prometí ir para año nuevo, ahí estaré. —O quizá pueda verte antes. —¿Piensas venir a la ciudad? —Depende de algunos negocios que tengo. No puedo prometer nada. Pero lo primero que hare será ir a visitarte. —Qué lindo. Eso me gustaría. Yo no pudo ir antes de año nuevo. Aunque sabes cuánto me gustaría. —Lo sé. Bueno… Te dejo descansar. Te estaré llamando o escribiendo en estos días, Adri. Descansa, te envío un fuerte beso, primita. —Y yo a ti, Daniel… Te quiero mucho, primo. Pude sentir su sonrisa. Cortamos. Esa sensación cálida que te deja hablar con alguien especial. Ese calor en el pecho. Pero a la vez esa sensación de angustia, esa inseguridad, ese vacío al recordar que luego de cortar la línea regresamos a nuestros mundos. Suspiros. Suspiros y más suspiros. Por un instante fue como estar nuevamente con él. El calor que transmite su voz, esa emoción de saber que piensa en mí, estos celos tontos de pensar que puede haber alguien más. Celos sin derechos. Celos estúpidos. Por un instante me hizo olvidar todo. ¿Kevin? También, se fue. Se fue de aquí. Pero solo lo que duró la conversación. Tendría que decirle tarde o temprano. Tendría que hablar con él, si quería que mi relación con Kevin funcione, que crezca; entonces, debía tener muy en claro que nada puede suceder en mí, con Daniel, ni en mis sueños ni en mi corazón ni en la realidad. Por qué no puedo evitar sentirme un poco culpable. Se que no he prometido nada, pero tampoco es justo. Daniel. Ay Daniel. Mientras no logre sacarte de mi corazón por completo, creo que no podre ser feliz con alguien. Y si no lograba dejar de sentir este… Calor… Este vacío al pensar que él puede estar con alguien más, amar a alguien más, enamorarse… no poder sacarlo de mi pecho. Me quedé pensando en él varios minutos más; luego, simplemente me quedé dormida. En mis manos, el libro que me regaló y entre sus páginas, aquella flor un poco seca. Ya no estoy enamorada, losé, pero lo que hay en el fondo, sigue siendo muy fuerte. Y es por eso que me cuesta decirle que estoy intentando enamorarme una vez más. Capítulo 23: Algunos cambios Decidí vivir al máximo mi relación con Kevin. Quitarme por un instante las dudas y los pensamientos que me atrapaban en un imposible. Decidí que, si comenzaba a disfrutar realmente de lo que estaba pasándome, podría dejar de pensar tanto en lo que sucedió, porque siendo sincera algunas comparaciones llegaban a mí de vez en cuando; principalmente cuando mi corazón comenzaba a latir cada vez más por Kevin. Fernando me dijo que era como una vela que antes de apagarse brillara fuerte y quemará la mecha para intentar mantenerse encendida. No quiere decir eso que dejara de querer a Daniel, a él siempre lo he querido y fui capaz de amar. Ahora debía regresar esos sentimientos a su lugar. Ayudó un poco que, en los días siguientes, luego de aquella llamada, dejara de escribirme tan seguido. Ignoro por qué, pero creo que fue algo bueno. Sus mensajes posteriores, durante las siguientes semanas, luego de algunos fueron de lo más simples y vacíos. Casi solo respondía los míos, hasta que dejé de escribirle. Al comienzo me pareció extraño, incluso me pregunté si le había pasado algo; esperé que pronto volviera a ser el mismo, pero luego simplemente dejé de esperar un nuevo mensaje cariñoso de su parte. Fue lo mejor. Era de esperarse, tarde o temprano sucedería. Por otra parte, mi relación con Kevin iba en mejora; bueno, no en mejora, porque no estuvo mal. Me refiero a que me dejé llevar por el cariño, el sentimiento. Me nacía cada vez más abrazarlo, besarlo. Jugar con él, comportarme como una niña boba. Jugarle bromas, ponernos apodos tontos. Mientras pasaban los días, me gustaba más recibir sus mensajes en las mañanas sus llamadas a la hora de almuerzo. Quedarnos horas en mi apartamento conversando, viendo la televisión. Sus besos, sus abrazos, comenzaban a despertar en mi la pasión, con esa dosis de ternura. Algunas noches me quedaba en su edificio, pasábamos la noche juntos, pero solo eso; algunas otras veces se quedaba conmigo en mi apartamento. Pronto me dejé llevar por la pasión de aquellos dulces besos. Al comienzo me sentía algo dudosa, pero poco a poco me fueron sobrando las dudas, las inseguridades, el prejuicio y la ropa. Él no me exigió nada, fue muy respetuoso a pesar de que… Bueno, aquello que sucedió en el pasado. Debo decir que, en esta ocasión, se dio natural entre los dos. Fue en mi apartamento, era tarde, se nos habían pasado las horas viendo unas películas que alquiló. Aunque más que verlas habíamos estado besándonos y jugueteando como cualquier pareja que comienza a explorarse poco a poco. —Bueno. Es tarde —recuerdo que me dijo, poniéndose de pie—. Tengo que irme. —¿Por qué no te quedas? —¿Quieres que me quede? —Preguntó con aire de sorpresa en la mirada—. ¿Estás segura? Me encogí de hombros y le sonreí. —Tenemos más de dos semanas saliendo como pareja. ¿Por qué no? —Le alargué el brazo, él tomó mi mano. Lo hice volver al sentarse en el mueble a mi lado—. Así puedes darme más besitos. —Rodee su cuello con mis brazos, atrayéndolo a mí. Le di un beso en los labios, uno muy apasionado—. ¿Qué dices? —¿Podría decir que no? —Me sonrió y me devolvió el beso. Esa noche hicimos el amor. Así lo sentí. Su pasión, su cariño, la delicadeza de sus caricias, me hizo flotar entre nubes mientras nos envolvía el calor de nuestros cuerpos, el sudor y la intimidad de un momento que sentí tan especial. No pensé en nadie, no pensé en nada, solo me entregué con libertad y con… No lo sé, no era capaz aun de decirlo. Lo que si diré es que aquella noche me sentí tan segura, tan libre y tan amada. En mi mente ya no había comparaciones. Se había ido de mi mente esa absurda manía de hacer comparaciones entre Kevin y Daniel, porque Andrés había desaparecido completamente de mi mente ya. Habíamos comenzado a formar una buena relación. Incluso en el transcurso de ese primer mes, habíamos ido a una reunión de amigos a un bar en la ciudad. Fuimos él y yo en pareja, así lo presenté. Soledad pensó que era muy pronto aun, pero que más daba ya. Me sentía feliz, tranquila. Había pensado incluso en presentarlo a mis padres, pero aún tenía cierta duda en eso, que prefería esperar un poco. Sabía que era a la vez una manera de que Daniel se enterara, pues mamá habla mucho con mi tía y ella, mi tía, siempre pregunta por mí. Había llamado a mi tía algunas veces este mes. Preguntando por ella, por Daniel incluso; pero siempre me decía lo mismo: “Está ocupado trabajando, está muy bien. Seguro te llamará en estos días”. Cuando me respondía eso no podía evitar pensar en que algo estaba pasando. Pero por otro lado no le daba muchas vueltas. Le enviaba mis saludos. Cuando le timbré un par de veces y no respondió, dejé de llamarle más. Le envié un último mensaje, literalmente le pregunté si le pasaba algo; no respondió. No lo volví a molestar. Fue menos doloroso alejar mis pensamientos de Daniel, realmente pensé que sería más difícil, pero esa distancia que se dio entre nosotros fue de mucha ayuda, como dije al comienzo. Poco a poco fue quedando atrás, un bonito recuerdo colocado en el lugar donde debe estar. Al igual que el libro, en lo alto de mi estante, con los demás libros. Suspiré fuerte el día que guardé el libro, el cual había siempre tenido al lado de mi cama, y seguí adelante con esto que estaba construyendo con Kevin. Si me preguntaban en ese momento, diría que fue lo mejor que me pudo pasar. Ese primer mes hicimos muchas cosas juntos. Fuimos a un pequeño viaje a las playas del este, a nadar, a solearnos, comer delicioso en los diferentes restaurantes. Nos quedamos en un hermoso hotel, todo el fin de semana fue muy romántico. También tuvimos una cena romántica en casa, me sorprendió una noche que me citó en su apartamento. Ignoraba que sabía cocinar, me preparó mi cocida favorita. Con unas velas y algo de ingenio logró convertir su comedor en una escena romántica. Me sorprendió varias veces recogiéndome en el trabajo, llevándome flores. Pronto me convertí en la envidia de mis amigas en el hospital, excepto de Soledad, ella aún seguía algo insegura de mi relación, pero así es ella. Pero no fue el único que hizo cosas románticas. Después de michos años, realmente de muchos años, planee algo para sorprender a alguien. Faltaba una semana para cumplir un mes, él me dijo que había hecho una reserva en un bello hotel y en un hermoso restaurante donde iríamos, yo decidí sorprenderlo con algo. Sabía que le gustaban los relojes, y que tenía una bonita colección, así que me las ingenié para comprarle uno muy bonito, con la diferencia de que le mandé a grabar nuestros nombres. Se lo entregué aquel día, cuando fue a recogerme a mi apartamento para ir a celebrar nuestro primer mes. Se emocionó muchísimo, estaba muy feliz, le encantó. Poco más y brinca de la alegría. El me dio mi regaló también. Me compró un collar y unos pendientes de oro, muy bellos en realidad. Me encantaron. Nos fuimos a la reservación utilizando nuestros regalos. Fue lindo. Pasamos una hermosa velada, y una muy romántica noche en aquel hotel. Habíamos pasado un mes juntos y casi sin problemas. Tuvimos una pequeña discusión por un tema de unos cambios de horario que quería hacer yo, para poder ayudar a Soledad que rotó a las madrugadas. Le consulté y me dijo que con el horario que tenía estaba muy bien, que no tendría que cambiarme. Argumentando que nos veíamos poco de por sí, y que si cambiaba nos veríamos menos. Le dije que era mi amiga y que quería estar con ella y ayudarla. Se resintió, pero finalmente me dijo que no intervendría en mis decisiones. Así que decidí cambiar de horario, pero Soledad me dijo que no lo hiciera, pues no quería causarme problemas con Kevin. Finalmente, no lo hice. Pero fue por ella, no por Kevin. Había prometido nunca más dejar de hacer lo que yo deseara o consideraba correcto por una pareja. Y menos mal Kevin no era de los que manipulaba, me entendió, aunque sé que en el fondo se alegró más porque no cambie mi horario. La idea de mudarnos juntos había surgido cerca del primer mes. Realmente era un poco triste tener que verlo irse en las noches, o a veces despedirnos en la mañana, cuando se iba muy temprano. Algunas veces me quedaba yo hasta cuatro días en su apartamento, me quedaba más cerca de mi trabajo de todas maneras. Me dijo que podría conseguir un piso más grande y que podríamos estar juntos. podríamos pagarlo a la mitad, seria divertido, me dijo, y muy emocionante. Compartir gastos, convivir. Algo que yo ya había vivido. Lo he estado pensando mucho, pues la verdad creo que sería lindo vivir con él. Finalmente acepté. Soledad y Fernando aquí coincidieron. Ambos pensaban que era algo apresurado. Temían que tal vez estábamos yendo muy rápido, pero yo lo veía de forma diferente. Kevin es muy aduro, y yo había aprendido mucho en estos últimos meses, ya no era la misma y estaba muy segura de lo que comenzaba a sentir y en que culminaría. Sabía que era cuestión de tiempo para poder decir que amaba a Kevin. Por qué enamorada ya lo estaba. Y aquí es donde Fernando y Soledad difieren, pues él me dijo finalmente que si era mi decisión que lo intentara y que siempre mantenga los pies en la tierra. Soledad por otro lado me dijo que en esta ocasión no podía decir que tenía su apoyo, porque le parecía un paso demasiado grande y que por más que había tratado, algo en Kevin nunca le termina de convencer. No pensé que ella se alejaría de mí, solo por no coincidir con ella. No me habla desde ese día. Le dije a Kevin que había estado pensando en que era hora de que conociera a mamá, a papá y a mi hermana. Hablé con mamá, le había contado que estaba con Kevin y aunque tampoco estuvo muy de acuerdo, al verme feliz y estable terminó por verlo con buenos ojos. Le dije a mamá que en una semana podría venir a cenar y así presentarlo. Kervin estuvo muy feliz de conocerlos, me dijo que le llevaría un regalo a mis padres y a mi hermana. Yo le dije que no era necesario, pero insistió, conociéndolo no habría forma de convencerlo. Del mismo modo me dijo que a fin de mes iríamos a Catalina del Mar, donde vivían sus padres, para presentarme. Me pareció maravilloso. Era un sábado por la tarde. Había salido al medio día del hospital y había decidido ir a comprar algunas cosas al centro comercial. Necesitaba algunas cremas y algo de ropa, así que aproveché para dar una vuelta por las galerías. Buscaba algo lindo, necesitaba algunas blusas y algunos zapatos tal vez. Me entretuve observando un hermoso vestido largo en uno de los aparadores y cuando volví la vista al corredor, sin querer, empuje a una persona. Hice que tirara la bolsa con sus compras, las que cayeron. Por inercia me agaché a recoger las cosas. —Perdón, señor —dije cogiendo las cosas. Me tomó unos segundos reconocer esa voz. Levanté la mirada, me costó reconocerlo, pero era el sin dida. Quedé fría. Un instante quedé paralizada, no sabía cómo reaccionar. Me puse de pie, soltando las cosas. Él se quedó ahí recogiéndolas. —Tranquila —me dijo—. No se ha roto nada. Menos mal. Yo no sabía qué hacer. Solo lo vi recoger sus compras. Pasaron tantas cosas por mi mente, tantas dudas, tantos recuerdos, el vació en el pecho, el calor en el rostro. La colera, la vergüenza. Maldije por un instante mi mala suerte de cruzarme con él ahí. El terminó de recoger sus cosas y se puso de pie. Me miró y sonrió. Yo seguía con sorpresa en el rostro. Sin saber que hacer ene se instante. ¿Me daba media vuelta y me iba? ¿Le daba una bofetada? ¿Le escupía en el rostro? ¿Seguía de largo como si no existiera? No pude hacer nada de eso. —¿Cómo estás, Adriana? —me preguntó Andrés. Capítulo 24: Toda la verdad —Pero dime algo… —me dijo acercándose un poco a mí, escudriñando mi rostro. Era muy notoria mi sorpresa. La gente seguía pasando por nuestro alrededor. Parpadeé unas veces. —No tengo nada que decirte, Andrés —respondí y me di media vuelta, dispuesta a irme. —No. Espera —me dijo. Me detuve, no estoy segura por qué. Solo me detuve, no volví la mirada. Él se acercó, escuché sus pasos. —Solo escúchame un momento —me dijo—. No Te vayas. Ha pasado ya mucho tiempo. ¿No crees que deberíamos hablar? ¿No crees que sería lo mejor? Respiré profundo. Tenía una mezcla se emociones en mi interior. —Tu y yo no tenemos nada de qué hablar. —Volví la mirada sobre mi hombro—. Perdóname por tirar tus cosas. No te vi. Continué caminando. Unos cinco o seis pasos, escuché su voz nuevamente. —Adriana. Por favor. Solo dame unos minutos, por favor —insistió. Yo trataba de ignorar sus palabras y buscar la salida. Por la sorpresa incluso olvide momentáneamente donde estaba. Estaba en el segundo piso del centro comercial. Vi las escaleras y me dirigí a ellas. No volví la vista en ningún momento. El seguía llamándome detrás de mí. Llegué al primer piso y me dirigí por el pasillo, en dirección a la salida, esquivando personas, con la tonta idea de perderlo. NO quería verlo, no quería oírlo, me hacía sentir rabia, rencor, angustia. Venían a mí recuerdos horribles. —Por favor, Adriana. Solo un monito. —Escuchaba detrás de mí, por momentos lejos, por otros cercano. Finalmente me detuve y me volví hacia él. —¡Vuelve a acercarte a mí y gritare y llamare a seguridad! —le dice amenazante, apuntándole a la cara con mi dedo, muy enfurecida. —¡¿No te vasta con lo que me hiciste?! —Adriana. Por favor —me dijo con tristeza en la mirada—, no hagas eso. Solo te pido unos minutos. Ya ha pasado tiempo. No quiero… No quiero esto. Hablemos solo un instante. Luego de eso… —¡¿Luego de eso que?! —espeté. La gente que pasaba a nuestro alrededor comenzaba a mirarnos extrañados. —Luego ya no te molestaré… Dios mío, solo unos minutos. ¿Sí? —insistió. Miré a mi alrededor. La gente nos miraba. Yo estaba muy enfadada, tenía el calor en el cuello, en el pecho. Quería mandarlo al demonio, golpearlo. Quería escupirle en la cara y hacerlo pasar vergüenza, humillarlo… Pero no. No podía hacer eso. Era una oportunidad, pensé. Podría por fin saber de su boca todo lo que sucedió. Estaba en una nueva etapa de mi vida, estaba feliz, estaba comenzando a enamorarme, posiblemente lo estaba ya. No podría estar enteramente feliz si no cerraba este ciclo de mi vida con Andrés. Respiré profundo y traté de calmarme. Por un segundo me trague toda la rabia. El me miraba, no se había movido. Mantenía esa mitrada expectante en el rostro. —Solo unos minutos. No te molestaré más. —Solo unos minutos, Andrés. Solo unos minutos. —Así será. Vamos al jardín de atrás. Ahí es menos ruidoso. Nos dirigimos a la parte trasera del centro comercial, ahí había una pileta y algunas bancas de madera donde nos pudimos sentar. El camino hasta ahí la pasamos en silencio. Yo pensaba en que iba a decirle. Luchaba por controlar mis emociones, no quería estallar, no quería llorar, no quería parecer nerviosa. Estaba preparada para decirle su vida entera si era posible. Pero quería hacerlo sin derramar una maldita lagrima. Este hijo de puta, con el perdón de su madre, no lo merece. Tomamos asiento, el dejó su bolsa a un lado, yo coloque la mía entre ambos en la banca. Pude verlo bien ahora que había pasado varios minutos. Estaba cambiado, estaba un poco más subido de peso, siempre había sido delgado; se había dejado una barba que no le quedaba muy bien, siempre lo recordé afeitado al ras. Seguía vistiéndose igual, con esas camisas de cuadros y pantalones de drill, zapatos formales a donde vaya. Quizá era idea mía, pero lo veía más frentón. No podía ver a aquel hombre con el que casi me voy al altar. No se le veía mal, pero no podía reconocerlo. De todas maneras, había dejado de conocerlo hacía mucho. El me miraba y miraba de reojo mientras nos dirigíamos a la banca. No me dijo nada. Estoy seguro que le sorprendía verme también, pero es un fresco, no como yo. No sentamos y siguió mirándome, me pareció que sonreía por momentos. —¡Bien! —le dije—. Habla… Asintió y aclaró su garganta. —¿Cómo has estado? —preguntó. —¿Eso quería saber? —respondí rauda—. He estado muy bien, Andrés. Muy bien. —Me alegro. Me alegro mucho, de verdad. Es bueno. Ha pasado ya mucho tiempo desde que… —Desde que te fuiste del apartamento —intervine— como una rata. Escapando de mí. —No fue así, Adriana. Es que no quería que hablemos en ese momento. Te pusiste como una loca. Intentaste lanzarte de la ventana. ¿Qué querías que penara? No era sano que nos viéramos. Se que te herí, no soy un idiota. —Eres un idiota. Suspiró. —Merezco eso, merezco todo lo que me quieras decir. Pero pienso que mereces una explicación también. Creo que es justo. —¿Justo? Hubiera sido justo en aquel momento, Andrés. No ahora. ¿De qué vale ya? No tiene sentido. —Me puse de pie. —Espera —me dijo cogiéndome de la mano. Yo de un rápido movimiento me solté de él—. No te vayas. Hablemos un poco más. Por favor. Solo unos minutos más. Lo pensé un instante y finalmente me senté nuevamente, casi tan rápido como me levanté. —Habla de una vez. No tengo ánimos, ni energías para perderlo contigo. —De acuerdo. Solo tenme algo de paciencia. —Habla… —Muy bien. Primero que nada, creo que mereces una disculpa. Aunque es un poco estúpido, lo sé. —“Disculpas”, eso se pide, tengo entendido, cuando toras una copa y manchas un mantel bonito; pero cuando te acuestas con tu compañera de trabajo, como que no aplica. Estúpido. Andrés asintió, resignado. Continuó hablando. —Por eso digo, es estúpido. Pero tenía que decírtelo. Tenía qué. Adriana, yo te amé muchísimo. Muchísimo en realidad. Tú lo sabes. No puedes negar que fuimos muy felices durante muchos años. Íbamos a casarnos, eso no era mentira, yo de verdad quería casarme contigo. —Hizo una pausa respiró profundo—. Pero al pasar los años, cada vez más las cosas se fueron enfriando, quizá para mí, yo nunca he sido un hombre detallista, un hombre de recordar fechas, de planear viajes, sorpresas. Tú me conoces, soy más de hacer las cosas sin planearlas. —Eso lo sé. Sin pensar… —Por favor, déjame… Déjame explicarme. —Continua… —Yo disfrutaba mucho estar contigo y esos detalles que tenías conmigo. Pero me estresaba saber que cada vez que llegaba el mes, debía planear algo, hacer algo, o te sentías mal. No me lo decías, pero lo veía en tu cara. Y cada vez que tú me sorprendías con algo me sentía tonto. Tu eres una mujer muy dulce, muy especial, pero necesitabas atención, mimos, tiempo… Yo no podía, con el trabajo, las deudas, todo… Me era difícil pensar en eso. Al comienzo era fácil, pero luego se volvió rutinario. Y tú, parecía que siempre estabas esperando de mi algo más, como si no hiciera suficiente, como si darte un beso, estar contigo, salir de vez en cuando, quedarme en casa para acompañarte los fines de semana no eran suficientes. Te consta que cuando estábamos juntos jamás salí con amigos. No me iba a beber con ellos, me quedaba en casa contigo. Tu leyendo tus libros o estudiando, yo avanzando algunos proyectos en la computadora o viendo la televisión, pero a tu lado. —¿Y en qué momento dejaste de amarme, Andrés? —Yo no dejé de amarte cuando conocí a otra mujer, Adriana. Yo dejé de amarte cuando comenzaste a querer que yo fuera alguien que no soy. —¿Qué? —¿Ya no te acuerdas? ¿Ya no te acuerdas de verdad? —me preguntó. —¿De qué hablas? —Aquellas discusiones… Cuando me decías que querías que cambie, que sea más cariñoso contigo, que pasemos más tiempo, que salgamos. Que no sea tan frio, esa era la palabra: frio. Que la pareja de tu amiga esto, que el esposo de tu amiga lo otro, que tus padres a sus más de 18 años de matrimonio eran así y asa… ¿Cómo crees que se siente eso? Yo trataba de ser cariñoso, darte mi atención mi tiempo, todo el que podía. Pero también debía trabajar. Si, ese trabajo en que era un conformista. Me decías cada vez que podías que debía aspirar a más en la empresa, que estaba desperdiciando mi potencial. Que debía aprovechar las oportunidades. Me sacabas en cara que fue un doctor, amigo tuyo, quien me recomendó para que me dieran aquella oportunidad. Perfecto… Pero fue mi esfuerzo el que me hizo quedarme ahí. Y te recuerdo que me gustaba mucho mi anterior trabajo. Era feliz ahí. Intenté mucho para ascender, pero insististe que lo que me ofrecía tu amigo era mejor y me cambié, como me pediste. Y sabes que fue difícil mantenerme ahí y avanzar hasta donde estoy ¿Y qué pasó después? Me pedias más tiempo para ti, sabiendo que hacía lo que podía. Todo era tiempo, atención contigo. ¿Por qué? ¿No era más importante la calidad que la cantidad? Yo te amaba. Hice muchas cosas por ti. Pero tu solo veías las cosas malas en mí. Esa mala manía de comparar siempre… Si tu amiga y su esposo el cirujano iban a un restaurante bonito celebrando un mes más, tu esperabas que yo te llevara también; si tu amigo el ingeniero llevaba a su esposa de viaje a costa del mar, tenía yo que llevarte costa del sur… Dios… No era así. Así no Adriana. —Ahora esperar que tú pareja sea un poco mejor es un pecado. —dije con ironía. —No. Pero no puedes esperar que uno deje de ser quien es. Amando lo que puede ser, mas no lo que es. Llegue a pensar que tu solo veías las cosas malas. Negativas. Poco a poco dejé de interesarme en demostrarte algo. Total. —Y entonces… ¡¿Por qué no me dejaste y te largaste?! —dice enfática—. ¡¿Por qué herirme de esa manera?! —Porque siempre que lo pensaba, siempre que quería irme y dejarte… Pensaba en todo lo que habíamos formado, eran varios años, Adriana. Varios años juntos y me decía a mí mismo: esto mejorará, debo adaptarme, tratar de mejorar la relación. Entonces trataba de llevarte unos chocolates, o de estar en el apartamento a tu lado, salir a dar una vuelta, ir a cenar. Pero siempre volvíamos a lo mismo. Nunca era suficiente. —Pues debiste dejarme si ya no me amabas. Me estuviste mintiendo entonces. —No. No es así. Yo solo tenía la esperanza. —¿Entonces por qué me propusiste matrimonio? —pregunté— Si no me amabas ¿para qué hacerlo? —Cuando te lo propuse estaba convencido de que era lo que quería hacer. Estábamos llegando a los cinco años de relación. Y a pesar de todo, de mis dudas, de mis miedos, de todo, yo aun quería estar a tu lado. Pensé que asé te demostraría que lo que quería en realidad era estar a tu lado. Pensaba en que así tal vez apreciarías más lo que teníamos. Además, era lo único que repetías, matrimonio, casarnos, boda, iglesia, recepción. ¿Qué más podía hacer yo? Era obvio que era lo que más querías. Yo no quería romper tu ilusión. —Entonces no querías hacerlo. —Si quería. Tenía la esperanza que así maduraríamos. Tomarías en serio lo que teníamos. Verías que estábamos bien así. Lo tomarías con más calma. Seríamos tu y yo. Quería que nos casáramos e irnos lejos tu y yo. Lejos de tus antipáticas amigas. De sus aburridas reuniones, de los idiotas de sus esposos, novios, que se yo. Todos me parecían tan insoportables. Hablando de frivolidades, de sus viajes de donde habían comido, viajado. ¿Qué no tenían más en la cabeza? Quería casarme contigo para alejarnos de todo, ser tu y yo. NO te dije, y quizá no me creas, pero incluso había buscado una casa en el centro. Una casa, porque quería tener hijos, criar un perro. Pero lejos de tanta gente idiota. Ignoraba algunas de esas cosas que él me contaba. No sabía si tomarlas en serio, pero pensaba que a estas alturas no tendría sentido que el intentara convencerme de algo, por lo que estaba casi segura de que hablaba en serio, al menos como forma de desahogo. Siempre me pareció que no le caían mis amigos, que siendo sincera no eran los más maduros de todos. Andrés nunca fue de los que se tomaba fotos y compartía lo que hacíamos, o de los que le gustaba exhibirse con grandes gestos. No puedo decir que no hicimos muchas cosas juntos y fuimos a muchos lugares, pero siempre entre los dos. Y pues si era verdad que siempre le exigí más. Eso no puedo refutarlo. Era más fácil ver las cosas que no me gustaban de él. —En ese tiempo, cuando me lo propusiste, ya conocías a esa… Mujer. —Es verdad. Éramos solo amigos. Hablábamos mucho, yo te contaba de ella, inclusive. —Lo que te convenía. Solo me contabas eso. No que comenzaron a acostarse. —Eso fue después. Para entonces yo ya había pensado en dejarte. Pero las cosas se dieron de formas diferentes. Me di cuenta que ni con el tema de la boda los problemas acababan. Tu no me valorabas por quien era, lo dijiste bien claro. Querías que tu esposo fuera un hombre que todos admiraran, que debía aspirar a un puesto más alto en la empresa. Que no me conformara, que podía más. Pero eso exigía más tiempo trabajando y tampoco estabas dispuesta a apoyarme entendiendo eso. Para ti yo tenía que darte todo mi tiempo, pero también al trabajo. Debía dividirme o te sentías dejada de lado. ¿Quién te entiende? ¿Qué querías? —Solo quería a un hombre que demostrara que podía con todo. Con el trabajo, conmigo. Con sus sueños. No uno que se conformara. Uno que… fuera… —Exacto. Uno que fuera como… No lograba ser yo. Di lo que quieras, Adriana. Los dos cometimos muchos errores. El mío fue el más grande. Y no me refiero a engañarte con ella. Sino no haberme ido a tes de hacerlo. —Bajó la mirada. Me quedé en silencio unos segundos, analizando lo que me había dicho. Tampoco podría, a estas alturas pensar como hace unos años, él tenía razón en varias cosas que decía. Pero nada excusaba, como bien sabe, lo que hizo. —Solo quería motivarte —le dije—. Quería que seas mejor, en todo. Yo era feliz con cada pequeño logro, avance o cambio tuyo. Pero te duraba muy poco. —No tenía sentido Solo apreciabas lo que no era yo. Poco a poco dejó de parecerme bueno eso. Tendría que ser otro para que seas feliz. En aquel tiempo Estefanía y yo comenzamos a ser más cercanos. Salimos unas veces, conversábamos mucho. Poco a poco me di cuenta que me valoraba por quien era, no por lo que esperaba de mí. Ella no esperaba nada. Solo que fuera yo y que estuviera a su lado. Eso me hacía querer hacer más por ella. Pero aun así me costaba pensar en dejarte. No quería hacerte sufrir, estabas muy ilusionada con la boda y todo. —Debiste dejarme en ese momento. Cuando ya no sentías nada por mí. —Nunca dejé de sentir cosas por ti. —Cuando te acostabas con ella también… ¡Ha! Seguro ahí sentías mucho por mí. —reí con fuego en la mirada. —Cuando pasó eso… —Cuando te la tiraste. Guardó silencio y presionó los labios. no le gustó escucharlo. Asintió y continuó. —Cuando sucedió, lo decidí. Decidí que se acabó. Tú puedes pensar que fueron muchas noches con ella, escapándome a escondidas para hacerle el amor. Pero no fue así. Solo lo hicimos dos veces, antes de que tú me escucharas hablando con ella esa vez. —Menos mal, ¿no? Ahora me puedo sentir mejor, mira tú. —No utilices el sarcasmo, escúchame. Ene se momento, decidimos que aquello que nos orilló a eso, fue algo especial. Y que no podíamos continuar así. Primero decidimos dejarlo ahí. Pensé que con eso que pasó podría decidirme a dejarte, no para estar con ella; si no a decidir que ya no tenía más amor por ti. Te había traicionado. Pero esa semana, luego de que nos distanciamos ella y yo me di cuenta que la extrañaba y ella a mí. Había nacido algo ahí. Fue la señal. Volvimos a hablar. Decidimos que era hora de cambiar nuestras vidas. Ella… No estaba bien con su pareja, ese sujeto era un demente. Celoso, obsesivo, depresivo, una total desgracia. —¡¿Qué dices?! —No pude evitar sobresaltarme, estaba hablando de Kevin. Traté de mantener compostura—. Seguro ella te dijo esas cosas. —No. Claro que no. El, Kevin, me escribió muchas veces, cuando tan solo éramos amigos ella y yo. Me decía que era un desgraciado, que me aleje de ella. Que no se la iba a quitar. Incluso me buscó alguna vez en el trabajo intentando atacarme. La trató muy mal a ella en mi delante. Y te hablo cuando ella y yo os conocíamos solo dos o tres semanas. Eso no es muy normal. —¿Por qué debería creerte eso? —pregunté nerviosa. —¿Por qué debería mentirte sobre ese tipo? Tenía razón en eso. No lo había pensado así. Sentí un frio recorrer mi espalda y recorrer mis hombros. Kevin me había contado aquello de una manera completamente diferente. —Puede que tengas razón, Andrés. Pero eso no tiene nada que ver, con que me hayas engañado. —Se que tampoco tiene importancia ahorita; pero si escuchaste bien aquella conversación entre ella y yo, ese día que volviste al apartamento, pues puedes sacar tus conclusiones. —Escuché que le decías cosas muy bellas. Que la amabas, que esperabas poder verla esta tarde. Que cada vez era más difícil despertar en esta cama, sin ella. Que pronto estarían juntos y que podrían amarse sin esconderse. Eso es lo que escuché. Se te escuchó enamorado, escuche cosas que a mí ya no me decías. —Piensa bien en lo que te voy a decir, no tiene sentido pensar que, si me crees, hoy, haga alguna diferencia. Yo iba a terminar contigo ese día. Iba a verla en la tarde, porque le iba a dar mis cosas, para que la llevara a su edificio. Y esa tarde iba a ir a buscarte al hospital, a tu salida. Iba a hablar contigo. ¿recuerdas que así te dije la noche anterior? Te dije que te iría a buscar a las ocho, que teníamos algo que hablar. Tú me dijiste que estaba bien. Pero de seguro nunca imaginaste que era eso. Es muy probable que no te lo hayas imaginado. La verdad a veces no sé cómo veías tú la relación. Lo que a mí me decían es que se me veía infeliz, cansado, frustrado. Pero esas eran las personas que me conocían a mí, que me veían día a día. Estoy seguro que para tus amigas e incluso para ti, yo era el malo, el gritón, aburrido, frio. Y está bien, no importa. Todos ven la relación desde sus tribunas, lo que importaba era como nos sentíamos tu y yo. Y yo ya no me sentía feliz. Y estoy seguro que tampoco lo eras tu. Ambos nos quedamos en silencio. —Yo no quise hacerlo—dijo—. No quise que terminara así lo nuestro. Hiriéndote. Se que ya no importa, pero te pido disculpas. Pero quiero que sepas que pensé mucho en ti después. Quise acercarme a conversar a explicarte; pero estabas como loca. Contactando con la familia de ella, acosándola por teléfono, en su casa, en su trabajo. Llamabas a mi madre llorando, exigiendo que le dijera la verdad. Dios mío. Te desconocí. No solo tu estabas pasando un mal momento. Pero claro, no entenderías en ese momento. —¿Qué te hace pensar que te entiendo ahora? —Que al menos llevamos algunos minutos hablando como personas civilizadas. Asentí. No le dije nada. Quería escucharlo simplemente. Continuó. —Quiero que sepas que encontrarte fue como una bendición. —¿Por qué? Así podrías expiar tus culpas… ¿Crees que voy a decirte que te perdono y ser amigos, intercambiar números y reunirnos los fines de mes en tu casa a comer salchichas? —Deja la ironía. Voy a ser papá en algunos meses, Adriana. —me dijo. No pude fingir sorpresa. Supongo que interpretó mi falta de emoción y reacción como una respuesta a tal noticia. —Voy a tener —continuó— un hijo con Estefanía. Tiene casi cinco meses. Va a ser un niño. —Sonrío y palmeó la bolsa que había dejado en el suelo, cerca de el—. Estoy comprando algunas cosas para él y para ella, necesita algunas cosas. —¿Ella? —dije sorprendida. —Estamos viviendo juntos. Necesita algunas cremas, lociones, cosas así. —Me miró extrañado—. Entiendo. Seguro algunos amigos te dijeron estas cosas, es normal. Tampoco quise sorprenderte. Seguro supiste lo de la boda. —Algo escuché. —Se que te hablas con mi hermana. No me molesta. Y si, es verdad. La boda se canceló. La canceló ella cuando se enteró de que íbamos a ser padres. Pero no le dijimos a nadie. Algunos pensaron que había sido por una pelea, otros porque yo la había engañado, un montón de cojudeces que la gente inventa. No fue por eso. Ella se enteró que estábamos esperando y me dijo que sería mejor cancelar la ceremonia y todo. Pedir reembolsos de lo que podamos, invertir lo que podamos en el bebé, cancelar la luna de miel, e invertir el gasto en cosas para el bebé. Tú sabes que no la pensé dos veces. —Me imagino. Me imagino, Andrés. ¿Pero por qué no dijeron nada? —pregunté. Sonrió y se encogió de hombros. —Ya sabes cómo son las mujeres. No quería decir nada hasta estar segura que todo estaba bien. pasados los tres meses. Y pues ya va para los cinco. Solo le hemos dicho a un círculo muy cercano. Ni mi madre ni hermana lo saben. Siguen pensando que estamos peleados y tratando de solucionar —sonrió. —Dios mío —susurré. ¿Kevin me había mentido entonces? ¿Acaso todo lo que me dijo era falso? No, no podría ser verdad. Debía de haber una explicación lógica. Estos meses… No. No era verdad. ¿Por qué creerle a Andrés? Pero por otro lado él no sabía que yo estaba con Kevin. Estaba ablando simplemente. —¿Te pasa algo? —me dijo Andrés al verme ensimismada. —¿Qué hay del ex de ella? —pregunté con fuego en los ojos. —Pues… Ese demente de mierda siguió jodiendo hasta hace unas cuantas semanas, un mes y algo aproximadamente. La llamaba, la hostigaba, el hijo de puta incluso la intentó buscarla y hablar con ella. Ni sabiendo que estaba embarazada y que ya no lo amaba se quedó tranquilo. —¿Se han visto? —Claro que no. No permitiría eso. Ese sujeto es un enfermo mental. Obsesionado. ¿Sabes que hace mucho tiempo me buscó? ¿Y sabes que me dijo? —Dios mío. Dios mío… me daba una idea de lo que le dijo—. Me dijo que se había acostado contigo. Me buscó especialmente para decirme eso, e intentó mostrarme fotos de ti en su cama, por supuesto no le di crédito a tamaña locura. Ese tipo no es de fiar. Ese día le di tamaña golpiza que tuvieron que detenerme varios guardias del edificio. —De verdad esto me estaba comenzando a dar mucho miedo, no recordaba haberme sentido así de angustiada—. No lo volví a ver desde entonces, le dije que si lo volví a ver lo mataría. Hasta que Estefanía me dijo que había vuelto no sé de dónde. Se enteró que no nos casamos e intentó contactarla. El muy enfermo pensó que podía recuperarla, pero ella le dijo toda la verdad. Aun así, insistió. Yo escuché toda la conversación. Iba a coger el celular, pero ella me dijo que no, sabía que no iba a ser nada amigable. Le dijo que no le volviera a hablar o me diría a mí. Y desde ese día no hemos sabido nada. Pero te juro que si ese enfermito se vuelve a acercar… ¿Adriana? ¿Estas llorando? —me dijo. Me levanté y me fui corriendo. No quería que me viera llorar. —¡¡Adriana!! ¡¡Tus compras!! —escuché que me gritó a lo lejos. Corrí y corrí sin detenerme hasta la calle. Paré un auto y me subí. Le dije al taxista que condujera, no le dije destino. Solo le dije que conduzca. Que conduzca no importa a donde. Lloré como una desgraciada. Grité, me desesperé, el taxista me hizo bajar a las pocas calles. Caminé por ahí, llorando entre calles y parques. La gente miraba. Yo solo recuerdo caminar y caminar hasta sentarme en una banca de un parque que desconocía. Ahí con la cabeza entre las rodillas seguí llorando hasta simplemente no poder más. | |
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