¡QUÉ DIFÍCIL ES SER SINCERO!
En mi opinión, ser sincero es una de la actitudes más difíciles de mantener, de respetarla siempre, de manejarla bien, porque estamos acostumbrados a querer escuchar sólo lo que nos interesa escuchar y, por otra parte, usamos la “diplomacia” con tanta asiduidad y tan profusamente que cuando llegar el momento de decir o de recibir una verdad ingrata no sabemos hacerlo bien.
Desde hace unos meses mantengo conversaciones escritas diarias con una chica noruega de 19 años. Desde que comenzamos siempre ha sido muy directa a la hora de decir las cosas, sin tapujos ni rodeos, sin recurrir a las mentiras piadosas ni preocuparse por quedar bien. No acepta las medias verdades ni acepta que se maquillen las cosas poco agradables que haya que decir. Debido a su tipo de educación actúa de ese modo y le es del todo natural.
Sigo pensando que hay que ser sinceros al actuar y al decir, pero hay formas y formas de decir las cosas; todo se puede decir pero se ha de tener cuidado a la hora de hablar con sinceridad, porque a la verdad no hay que maquillarla, ni restarle ni añadirle, ni usar medias tintas, ni permitir que se confundan las cosas y acaben interpretándose mal.
“Al pan, pan y al vino, vino”. Así dice en el refranero español. Hay que llamar a las cosas por su nombre, se dice. Pero… a veces, para no herir, o porque da apuro decir la verdad, la sinceridad se ve sustituida por la hipocresía social. No siempre queremos la verdad: preferimos escuchar lo que nos apetece escuchar.
Cuando cierta persona te pregunta “¿qué tal me queda el vestido nuevo que me he comprado?” ya te da la respuesta implícita en la pregunta: la respuesta es “bien”, aunque admite de mejor grado un “muy bien”. “¿Te gusta entonces?” y no te queda más remedio que insistir en mentir y decir “sí, mucho”. Otras personas, muy escasas, sí prefieren la verdad, pero son minoría.
No estamos preparados para ser sinceros en todas las ocasiones y aún menos preparados para recibir -sin sentirnos mal- la sinceridad de los otros.
Las relaciones que se basan en la absoluta sinceridad, porque ésta se convierte en la base sólida sobre la que la relación se mantiene, son las más profundas, las más auténticas.
Es muy difícil y muy duro ser siempre sincero. Todavía hay que tener cuidado con lo que se dice, porque se puede acabar volviendo contra uno mismo. “Sólo los niños y los borrachos dicen la verdad”, y se les “perdona” porque son niños –y no tienen conciencia de lo peligroso que es decir siempre la verdad- o porque están borrachos –y no tienen conciencia de que hay que mantener la falsedad y la innoble doblez activas en ciertos momentos-.
¿Qué estoy dispuesto a hacer/arriesgar/perder/sufrir por ser sincero?
¿Compensa más ser un poco impostor “por el bien de las relaciones”?
¿Es éticamente lícito entrar en el juego de las “mentiras piadosas”?
Cuando uno es totalmente sincero… ¿lo es sólo por mantenerse fiel a sus principios o porque cree que su opinión real puede beneficiar al otro? (Porque si la intención claramente es perjudicar al otro entonces no se llama sinceridad)
Conviene recordar que el hecho de ser sincero al decir algo no quiere decir que ese algo sea la verdad o esté acertado. Las opiniones no son afirmaciones indiscutibles, sino el sentir o la estimación propios.
Ser sincero es una decisión arriesgada, porque cuando uno es sincero, cuando no finge, se arriesga a conseguir alguna enemistad, alguna incomprensión de quien no entra en su proceder veraz.
Uno tiene que entenderse bien con sus principios y saber que salirse alguna vez de ellos con permiso propio, porque la circunstancia lo respalda, no es ser infiel, no es ser indigno. Uno puede seguir siendo sincero aún cuando haga una excepción que sea justificada.
Este es un asunto que requiere atención y una decisión propia.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales