KEMAL ATATÜRK
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Por Jorge Blanco Villalta
(Embajador Plenipotenciario de Argentina)
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Cuando el pueblo turco vencido en tres guerras sucesivas, expulsado de Europa, oprimido en su hogar asiático, traicionado por el débil Sultán y los hombres de su corte, inclinaba ya su frente ante el destino, surge el hombre que cambiaría en Oriente el curso de la historia: Kemal Atatürk.
A este hombre se debe la salvación de la tierra turca, que se transformase el caduco Imperio en una floreciente República y la redención de su pueblo. En mis largos años vividos en Turquía pude comprobar el éxito de las batallas entabladas por él contra todo aquello que significara un impedimento para que su pueblo entrase en el camino de la civilización.
Kemal Atatürk me interesó poderosamente desde que llegué a Turquía. Allí encontré su voluntad, animadora de toda actividad y aliento de toda esperanza; una partícula de su espíritu se encuentra, como él mismo lo dijera, en el espíritu de cada turco.
Kemal Atatürk pasa cerca de nosotros con paso rápido; hemos percibido el destello celeste de sus ojos penetrantes, cuya expresión de voluntad acentúan las cejas espesas. Ese hombre es uno de los grandes fundadores, de la talla de aquéllos cuyos nombres destaca la historia y cuyo recuerdo veneran los pueblos. Su nombre, grito de guerra que substituyó al de Aláh en las márgenes ensangrentadas del Sakaria, es página de leyenda; himno al trabajo, que en fábricas y campos entona el obrero con altiva frente sudorosa, canción de cuna con que la dulce madre gusta mecer al hijo, que ha nacido feliz en la vieja tierra turca redimida.
Atatürk —el padre de los turcos— nombre acordado por la Gran Asamblea, a pesar de sus convicciones democráticas fue un dictador. Las circunstancias, la rémora de fanatismo y atraso adherida al espíritu del pueblo, le obligaron a serlo. Sin el régimen de fuerza implantado hubiera sido imposible realizar la transformación de su patria; la reacción habría echado por tierra las reformas y hecho retroceder al progreso.
No era posible pasar, sin transición alguna, del régimen de la feroz autocracia otomana a la democracia más avanzada. Era preciso un período educativo y de aclimatación. Kemal, maestro en democracia, no cesó de preparar a su pueblo para que comprendiera esos ideales.
Kemal, acaso el más notable gobernante, acaso el hombre de espíritu más puro de los mandatarios de posguerra, si se toman como medio de comparación los beneficios espirituales que ha producido al pueblo, es, por desgracia, poco y erróneamente conocido en los países de habla española. He sentido, pues, como un deber, la necesidad de presentar a esos pueblos la verdadera personalidad del gran hombre. Con ello cumplo también con una deuda, al agradecer de este modo la generosa hospitalidad con que me honraron mis amigos de Turquía.
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