Un Maestro del Siglo XIX
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Por Alejandra Correas Vázquez
La pérdida de los Jesuitas a finales del siglo XVIII y la partida del Marqués de Sobremonte en los comienzos del siglo XIX, dejaron sin maestros, sin profesores, sin arquitectos, sin ingenieros, sin juristas, llegados allende los mares a la que antaño fuera la erudita Córdoba del Tucumán y su pujante provincia.
El siglo entrante, ese mismo siglo de cambios (Siglo de las Luces y Siglo del Progreso) propuso nuevos nombres. Pero esta vez de extracción propia, cordobesa. Gente nacida en nuestras tierras de la Pachamama... Córdoba la Docta, había madurado.
Presentaremos a uno de ellos.
Nació nuestro personaje Don Andrónico Gómez Vázquez cuando comenzaba ese siglo, en Laguna Larga (zona de Río Segundo). Vio la luz sobre tierras de propiedad familiar, que antaño fueran Mercedes Reales. Como fieles descendientes de los Encomenderos del Rey -—aislados en este “finisterre” del continente sudamericano desde hacía varios siglos— estos nuevos hombres nacidos ya en un país que habíase vuelto diferente e independiente, comenzaban la cruzada de lograr una identidad propia. Con tanta garra de lucha dentro del aislado continental austral, como sus antepasados.
Ya no tenían más a Madrid, una metrópolis europea a la cabeza para sentar pautas, como cuando eran colonia española. Lo que en este sur de Sudamérica tan solitario, sería de un brusco contraste. Y había que sortearlo con éxito.
Todas las ex-colonias incluso las actuales, sufren un período de prueba muy duro. Como el niño que se encuentra de pronto en libertad corriendo por un camino nuevo… y comprende de improviso que está solo. Es ahora autónomo y hállase frente a un mundo dentro del cual debe aprender a vivir. A coexistir con gente nueva. Y como gente nueva.
Esta fue la reelaboración que debieron hacer dentro de ellos mismos, los Encomenderos (llamados ahora Estancieros) en las antiguas tierras que fueran del gran Tucumán. Como productores agropecuarios tenían antes asegurado, por lo pronto, un mercado eficiente como el Mercado de Charcas en el Alto Perú. Y además el puerto de Arica sobre el Pacífico que les aseguró el comercio con Oriente durante tres siglos.
No sabían en estas tierras aisladas y mediterráneas del Cono Sur, bajo qué reglamentos hallábase ubicado ahora su existir. O devenir… Y no conociendo todavía el presente, que no tenía precedente, optaron por una solución válida y bíblica: transformarse en amos feudales. Así nació el Patriarcado Criollo.
Vernáculo. Tradicional. Autónomo.
Con iras y pasiones propias, defectos y valores, arrogancias y afectos, modismos, crearon una integridad común entre ellos y construyeron un personaje para la leyenda. Fue la forma de sobrevivir y enfrentar el reto del futuro, entre gente ya muy establecida, con lazos europeos rotos, sin retorno posible. O con retorno imposible.
Entre ellos encontramos a Don Andrónico viviendo en Río Segundo, zona agropecuaria, próxima a la ciudad del Córdoba.
Sus antepasados habían trabajado para un exitoso Imperio Español donde “no se ponía el sol”. Y que en esa época de oro cuando se funda Córdoba en 1573 entrelazaba políticamente a Europa, Asia, África, América, Oceanía y Australia. Son los tiempos de oro, que se graban en la memoria cordobesa, siempre recurrente en tal evocación.
Sus descendientes, estos “patriarcas criollos” sintiendo hondamente la separación con su origen, tanto como la incomunicación naciente ya entre la capital argentina (Buenos Aires) y el conjunto provincial, perdidos uno a uno los caminos comerciales hacia Arica, Charcas y Filipinas... iban a vivir de allí en más para su patria chica. Su “Yajsta“, en palabra quichua, que no tiene traducción en nuestra lengua castellana pero que la define con precisa exactitud.
La Yajsta no es una propiedad privada, recordemos que el Incaísmo no tenía propiedad privada y éste es un término que deviene de él. Es la “landa” céltica (o “land”) transformada con el tiempo en distintas acepciones en castellano, francés, inglés, holandés. Son conceptos semejantes, y en Bolivia se usa “yajsta” corrientemente. Se pertenece a ella pero ella no nos pertenece. Somos nosotros quienes pertenecemos a ella.
Cuando hablamos de una población cordobesa llamada “Pampayasta” estamos sin saber diciendo “pampa mía”, tema muy folklórico si lo hay, el cual en el uso perdió la “j”. La Yajsta es mucho más que la propiedad privada y mucho menos en extensión, que la provincia o la nación donde ella se ubica. Pero por y dentro de la yajsta se vive y se conduce la vida. Vivimos dentro de ella y tenemos responsabilidades con ella.
Así se condujeron los patriarcas criollos, los viejos estancieros, heredando una tradición antiquísima y anterior a la colonia. Esa fue su conducta que hoy día nos extraña, pues no tenían en realidad cargos públicos oficiales, siendo la autoridad que emanaba de ellos en un acuerdo tácito, casi solemne. Las autoridades llamadas legítimas, recurrían ciertamente a ellos.
Tuvo otro nombre también: El Paternalismo Criollo.
Nacidos en un mundo, criados en otro, tendrían en lo sucesivo que inventar uno tercero. Crecieron en el escenario desgastante de las guerras civiles que se sucedieron a la ruptura colonial y convirtiéronse por ello mismo, en defensores de su Yajsta...
Ya que como dijo Napoleón “el ejército camina sobre su estómago”, las yajstas productoras, agricultoras y ganaderas eran saqueadas en ese período bélico en alimentos y cobijas, por uno y otro ejército (sea organizado o como montoneras).
Allí tomó fuerza el estanciero como patriarca de paz. No se limitó a su propio predio o a su propia casa, sino al conjunto que conformaba la Yajsta actuando en su protección.
Fueron años duros, décadas salvajes, de una guerra civil sanguinaria, donde el gauchaje trabajador veía en el “patroncito”, como a su mentor y protector. Muchas veces no trabajaba para él, no era su peón, era independiente, pero recurría a él.
El drama de Martín Fierro, un paisano trabajador, fue precisamente que vivía en una zona de frontera donde no había estancieros organizados. Saqueáronle el rancho y lo alistaron para la guerra sin pedirle consentimiento. Además dispersaron a su familia entera, sin piedad, sin contemplaciones. Esto que se cuenta con acento lírico en el gran poema, fue cierto, lamentablemente.
Creyóse él siempre, Don Andrónico Gómez Vázquez dentro de ese ámbito patriarcal, como el mentado “Tata Viejo” (Tata es abuelo en lengua quichua) y como tal le llamaban, pues era el Tata de todos, tanto de sus nietos como de los nietos de sus gauchos. Sus años fueron largos y muy bien llevados, activos, constantes. Y la enseñanza pública (gratuita) en aquellas soledades pampeanas de Río Segundo tomó forma de obsesión en su espíritu.
La Docta Córdoba lo recibió en su juventud, abrigó sus sueños estudiantiles y su fascinación por los libros. Tanto por leerlos como de coleccionarlos. En aquellos tiempos donde comenzaban a surgir en nuestro país, las bibliotecas particulares, la suya fue de las primeras. Era rico y podía adquirir libros. Se convirtió de esa forma en consejero de muchos, llegando en la madurez, a la posesión de una brillante cultura.
La cual en esa obligada atención de su hacienda (pues bien sabemos que el “ojo del amo engorda al ganado”) junto a sus peones, sus gauchos arrieros, sus capataces criollos, sus aparceros —todos ellos analfabetos en aquel tiempo— sultaba algo muy contrastante. Pero él se daba el gusto de leerles, y ellos la obligación de escuchar sus lecturas. No sabemos si las gozaban…pero… “El Tata sabía de todo”.
Pero él, obligado a residir en aquel entorno luego de dejar las aulas humanistas cordobesas, dábase sus propios gustos que iban a derivar en la fundación de una escuela zonal. Desde joven gustaba leerles y traducirles aquellos libros que hicieran la delicia de los cordobeses de antaño : Del griego al latín. Del latín al castellano.....Y por ende, del castellano al criollo. Para adaptar los temas a los gauchitos y changuitos —que fueran sus amiguitos de juegos antes de ser él un estudiante cordobés— y así hacerles comprender, que en el fondo la “bucólica” no es tan diferente de la “gauchesca”.
Sin duda allí nació su deseo de hacer en aquellas pampas, una escuela estatal, oficial, laica, gratuita.
La Docta Córdoba le dio los elementos de ensueño necesarios para enraizarse con la magia evocativa del tiempo. Toda esa alta literatura tan propia de los humanistas, transportábalo in mente, haciéndolo vivir en dos mundos (ya que el suyo real y verdadero era la rutinaria vida de estanciero). Y permitiéndole con ello penetrar en el climax erudito y pastoril de la Hélade, más que un cordobés citadino.
Pero también adquirió allí, en esa afamada casa de estudios creada por los Jesuitas de antaño la Universitas-Cordubensis-Tucumanae conocimientos técnicos profesionales, muy amplios, como hombre perteneciente a la Era del Progreso, cual él fuera.
De esa forma ingresó en las escuelas de ingeniería que iban abriéndose, como preludio a la gran Facultad de Ingeniería que más tarde programaríase en esta ciudad.
Aquello le permitió dedicarse a numerosas obras de construcción (escuela, iglesia, banco, casas) en lugares pampeanos donde todo esto era inédito. Incluso en la propia y progresista Córdoba finesecular, donde terminaba entonces el límite urbano (hoy calle Trejo al 800) en la actual Nueva Córdoba, cuyos terrenos adquirió y llenó de espléndidas casas. Claro es, tuvo numerosos hijos.
Sin duda, dada su personalidad, cuando inició estos estudios pensaría —de acuerdo con él mismo— en edificar un Partenón. O una Acrópolis. O un templo de Olimpia. Pero ello no iba a ser posible. La realidad habría de traerlo a la realidad misma. Pero soñó y propuso posibilidades nuevas, a pesar de ello. Era el suyo, ese mágico Siglo de las Luces, aún en Córdoba, aún en el distante Cono Sur... se crecía inevitablemente.
Hombre de fin de siglo, sus inquietudes “laicas” fueron en él una consigna y una meta irrevocable. Incluso dentro de la propia familia y de sus allegados más íntimos. Por ello mismo, su ahínco y perseverancia de una vida entera, habría de ser la escuela oficial y fiscal —laica—de la ciudad de Río Segundo (su patria chica, su Yajsta). Allí donde tendrían acceso los hijos de sus peones.
De la cual fue su propulsor, inversor, constructor, maestro y director... En aquellas épocas pioneras del siglo XIX, cuando la enseñanza comenzaba por fin, a independizarse de la conducción religiosa.
Ya no se conformaba con hacer una rueda de gauchos y changuitos a la hora de la Oración, y en vez de dirigir el rosario tradicional de todo patriarca criollo, leerles a Homero. Y viajar hacia Itaca junto con Ulises, enamorarse de Calipso o atontarse con Circe ...¡Esas hechiceras helénicas que tanto parecíanse a las “gualicheras” locales y vernáculas del mundo gauchesco!...
Ahora podía tañar la campana de clase y enseñarles a deletrear. Con el tiempo el gobierno finalmente reaccionó, con su ejemplo, y envió allí maestros rentados que pudieron reemplazarlo.
Este hombre laico, anticlerical, cívico, con el humanismo y el liberalismo de su generación, preocupóse de que a pesar de sus consignas, no se lo marcara como: “ateo”.
Para él había un paso muy grande —que algunos confundían— entre liberalismo, laicismo.....y ateísmo. No podía ser “ateo” nunca un hombre enamorado del paganismo de la Hélade. De Zeus, de Palas Atenea y todo su dorado Olimpo. En todo caso era “deísta” por demás.
Estos principios que le preocupaban tanto a aquellos hombres del fin de siglo XIX, eran muy especiales. Solía decirse entonces, que sólo una “familia muy católica podía producir liberales”. Pero más que feligresa en sí, su familia poseía miembros destacados de la misma Iglesia. Lo cual encierra un compromiso social como tal, antes mismo que religioso. Don Andrónico asumía aquello casi con frialdad, y con buena voluntad llegado el caso.
Durante una estadía suya de paseo en la población de Villa del Rosario —zona de Río Segundo— mientras se construía la iglesia del lugar bajo la responsabilidad de su sobrino, un joven cura párroco muy entusiasta y lleno de proyectos llamado Lindor Ferreira Gómez (quien sería más adelante el muy popular “Cura Ferreira”) este tío Andrónico se puso a observar la obra. Con su experiencia y sus buenos conocimientos, díjole desde abajo al muchacho togado subido a los andamios :
—¡Lindor!.....se te va a caer el campanario.
—¡Pero qué sabes Andrónico!-— fue la respuesta rápida del sobrino sacerdote, pleno entonces de esa euforia juvenil
A la vuelta de un mes escasamente, el telégrafo habría de entregarle el siguiente cable :
—“ Se cayó el campanario”— Lindor ”
El accidente costó la vida, entre otros, al ingeniero de la obra. La advertencia cumplida hizo que el muchacho progresista, miembro de la Iglesia y quien más tarde sería un muy mentado personaje, viera con más respeto a aquel tío liberal y laico, sospechado de “ateísmo”.
Los propios mandos de la Iglesia confiaron en él, como profesional, y aunque no esperaban verlo los domingos en misa, le encargaron al discutido Don Andrónico Gómez Vázquez la construcción de la iglesia de Río segundo. Un liberal auténtico no es un anarquista. Ni un iconoclasta. No quema iglesias, puede construirlas también.
Don Andrónico quedó muy satisfecho de ello. Quizás porque suavizaba anteriores fricciones debido a su pensamiento libre y helénico...
Y la iglesia se construyó, felizmente. Inaugurada. Usada. Festejada. Permitió a las familias estancieras de la zona (quienes se recluían desde hacía tres siglos en sus capillas privadas) una suerte de reunión social comulgante, que hacía tiempo les faltaba. Además, reconociéronle, con esta iglesia economizaban en la manutención anterior de un “cura privado”. Todos sabemos que la gente vinculada a la producción agropecuaria, necesita apoyarse en la economía. Quedaron agradecidas de esta manera con Don Andrónico por ambas cosas.
¡Entonces sucedió lo increíble!
La campana de la iglesia nueva en Río segundo, desapareció de improviso …inesperadamente...
Y una campana de campanario no se guarda en un bolsillo como un cirio o una estampita. Campana bien fundida y de buen tamaño, toda la población había contribuido con sus zarcillos, sus pulseras, sus cadenillas, sus brazaletes y sus camafeos de oro y plata, para que ella tañera al aire como un “Campanile”. Su tantán melodioso se extendía a lo largo de toda la pampa cordobesa de Río Segundo.
Padre intelectual de la obra, este insólito hombre laico y liberal, se abocó a la tarea de descubrir su paradero. El escándalo tenía ocupada a toda la prensa del momento y las familias donantes de sus tesoros, estaban más que indignadas.
No podía la campana salir por los caminos donde él apostó sus peones. Pero en cambio, la Estación del Ferrocarril, era una propiedad inglesa. Casi un país extranjero dentro de otro. Un feudo inglés en medio de la pampa argentina. Inviolable. Autónomo. El cual además de no ser un reino católico (al que nada interesábale los intereses de la Iglesia Católica en cualquier lugar del mundo) cobraba, comerciaba y lucraba en ganancia, por cualquier envío depositado en sus vagones. Sin importarle el contenido de la carga.
Don Andrónico no podía colocar allí ni sus gauchos, ni pedir ayuda al “Comesario”, ni apostar a su caballo...Entonces él se apostó personalmente.
En todas las horas cuando la Estación estaba abierta, esperando la locomotora inglesa con su horario perfecto y exacto, él hallábase allí presente, como un pasajero más aguardando en el andén. Pero no subía a ningún tren.
Pasaron los días. Hombre de paz, de lecturas, abría su Ilíada en griego o su Farsalia en latín, las anotaba y las acotaba. Siempre con gran parsimonia. Sólo una persona así, podría haber vigilado tanto tiempo, personalmente, un andén de Estación sentado e imperturbable.
Hasta que ¡por fin! advirtió un embalaje grande que aprestaba a ser emitido por el Ferrocarril y del cual partía un ruido sospechoso. Tintineante. Como un gemido agudo y metálico ...Y... Por supuesto, inquirióle sobre su contenido a la elegante dama encargada de la custodia del mismo, a quien él conocía en los salones :
—Son cristales finos— le contestó Doña Eustaurófila
Don Andrónico no aceptó la explicación. Con la autoridad ejecutiva de su personalidad, en medio de una polémica con los nerviosos empelados ingleses (quienes discutíanle en su lengua mientras él contestábales en griego) obviando el latín que podían entender entre ambos… Y todos haciendo lo posible para hacer un diálogo de sordos ...el caballero sacó entonces su silbato de ingeniero y comenzó a pitar. La estación de trenes de Río Segundo se conmovió entera.
De inmediato cayeron al lugar sus peones en un grupo nutrido, quienes habíanse colocado en las inmediaciones, y ante la presión de la mayoría, se abrió el envoltorio.
¡Y la campana de Río Segundo apareció allí, en lugar de los “cristales finos”!
Todo dio buenos frutos y los ingleses del Ferrocarril tuvieron que quedar mudos de asombro y pedirle disculpas. Aún cuando el caballero no lo había exigido.
Extranjeros como eran, y además sabiéndose poco queridos en las poblaciones de pasado español con tradicionalismo criollo, y no deseando sentar malos precedentes por compromisos poco claros... Optaron por entregar allí mismo la discutida campana a Don Andrónico.
Con esa propiedad del gran liberalismo que nos ofrendó el Siglo de las Luces, y que iba a permitir a tantos hombres de talento, coexistir y contribuir en su conjunto a la formación de una nueva sociedad (con antagonismo pero cooperación mutua en un ideal humano) ... Don Andrónico, lucía con honor el hecho de ser amigo personal de Marcos Juárez y “antijuarista”, políticamente hablando. Su contrincante ideológico, pero no personal. Aceptando con su espíritu liberal, colaborar con él en numerosos emprendimientos para el progreso de Córdoba.
Hombre de su época, de su siglo, con sus virtudes y contradicciones. Dentro de ese esquema común que ofreciera en su conjunto el acontecer de aquel tiempo. Con ese estilo terminante, tenaz y principista de un patriarca criollo. Rodeado de gauchos y leyendo a Homero. Viviendo por y para el siglo XIX de nuestra era y sus avances, pero amando con pureza al siglo VI anterior a esta era.
Hombre cívico “tipo” de aquel tiempo en todo el globo terrestre. Amó al Olimpo con todos sus dioses, llamó a una hija mujer “Jesús” y fue a la vez anticlerical en una familia con miembros destacados de la Iglesia.
Jesús. Una mujer. Nombre insólito en las tradiciones argentinas para una dama. No lo llevaron en estas tierras por esos tiempos criollos, ni siquiera los varones. Por sagrado o por mítico. Y debemos tomarlo de esa manera cuando eligió este nombre para su hija menor. Nos dice ello una vez más el carácter intelectual y liberal a ultranza, de Don Andrónico Gómez Vázquez.
Como liberal leía los Evangelios en el original griego y se encantó con su filosofía, en ese escenario del tiempo clásico situado dentro del imperio romano, que los hijos de Córdoba, antaño tanto admiraban.
Don Andrónico con una hija menor llamada Jesús, trabajó por y para la enseñanza laica. Y por y para el esfuerzo progresista del Siglo de las Luces, despertando la conciencia de las antiguas familias patriarcales y coloniales del departamento de Río Segundo, sin traicionarlas.
Respetaba la sociedad cultural que ellas representaban. El haber de civilización que estas familias aisladas en el Cono Sur Sadamericano habían cultivado durante varios siglos, sobre tierras anteriormente improductivas y asoladas de Malones. Poblando la pampa virginal de Río Segundo por orden de la Real Audiencia de Charcas en el siglo XVI.
Ayudó a esta parte pampeana de la provincia cordobesa, y a sus numerosos miembros, a incorporarse a la Universidad. Y contribuyó a trasladar familias de hacendados, interesándolos en la vida moderna de su tiempo, para quien construyó numerosas casas citadinas.
Supo incorporarse a la nueva historia del progreso, sin desechar la antigua. Fue testigo de dos tiempos. Fusionó dos épocas.
Liberal y laico. Poco simpatizante de las misas. De las imágenes religiosas. Anticlerical. Contradictorio como todo hombre culto del siglo XIX. Sus restos descansan hoy en el atrio de la iglesia de Río Segundo que él diagramó y cuya construcción dirigió, haciéndose eco con ello de la mejor frase del liberalismo :
“ Laisser faire. Laisser passer”