REFLEXIONAR – DECIDIR – ACTUAR
En mi opinión, la mayoría de las personas no somos conscientes de que el hecho de no reflexionar nuestros asuntos lo suficiente y del modo adecuado es la razón de que las cosas después no se produzcan del modo que hubiéramos deseado.
Es una actitud entre infantil e insensata. Actuamos de un modo absurdo y a cambio pedimos que el resultado sea el correspondiente a un acto reflexivo y atinado.
REFLEXIONAR
Cuando se trata de tener que tomar una decisión, el primer paso es el de encontrarse en una actitud serena –y un poco desapegada- para poder ver con objetividad y conciencia el asunto que se va a observar.
El segundo paso es ser absolutamente sincero con lo que se va a revisar, no autoengañarse, y no esconderse información ni obviar algo que pueda tener un peso decisivo e importante.
El tercer paso es reflexionar. Reflexionar va mucho más allá de pensar. Es asistir objetivamente, pero dirigiéndolo, a ese proceso mental que se convierte en descontrolado si uno no está pendiente de los derroteros que va tomando la mente y si uno deja el gobierno del proceso en enemigos habituales como son la desidia, los complejos, los miedos, los traumas que arrastramos, y las opiniones nefastas que sobre nosotros mismos tenemos. Es saber ordenar los resultados y ser ecuánime con ellos.
Cuando se descubre una idea que puede ser apropiada como respuesta para lo que se trata, se anota en un papel y se la deja reposar. Se despeja la mente de esa idea para que no se obsesione con ella pensando que ya es la adecuada –que puede serlo- y de ese modo queda espacio para que aparezca otra que también puede ser buena o puede ser mejor.
Uno puede ser perezoso -por naturaleza o costumbre- para estos asuntos de reflexionar y puede conformarse con la primera idea que aparezca sin darse cuenta de quién es el creador de esa idea y sin comprobar qué intereses ocultos se esconden detrás.
Uno puede ser una de esas personas a las que les cuesta ponerse a pensar y, además, no confía mucho en sus propias decisiones, así que le resultará más fácil quedarse con esta primera y si luego demuestra no ser la adecuada ya se recurrirá a culpabilizar a los motivos habituales: la mala suerte, el destino, la propia ineptitud, o hasta el propio Dios que le dio poca cabeza a uno.
Conviene ser conscientes para evitar algo que utilizan algunas personas habitualmente, y es que cuando creen haber encontrado la respuesta –y para no seguir dándole vueltas al asunto que es algo que les resulta muy incómodo- se quedan aferrados a ella y no permiten que se acerque otra. En realidad lo que hacen es seguir buscando justificaciones o excusas que les sirvan para reafirmarse en esa idea. Y si la idea es la adecuada eso está bien, pero… ¿Y si no es la adecuada? En ese caso se está reafirmando lo incorrecto y eso llevará a optar por la decisión incorrecta.
Si uno ha tomado la precaución que propongo de anotar las ideas que aparezcan para que no se olvide ninguna, y lo propongo porque si no se hace así, la mente no va a estar despejada para actuar libremente, sino que una parte suya se va a quedar pendiente de que no se olvide la opción primera y de ese modo no puede trabajar con plena dedicación y libertad.
Para quien aún no lo tenga claro, conviene que sepa que la mente no es un ente autónomo que ha de funcionar por su propia voluntad y cuyas propuestas se han de acatar sin discusión desde la suposición equivocada de que los pensamientos de nuestra mente son nuestros propios pensamientos.
La mente divaga.
La mente –siempre- está condicionada, nunca es libre.
La mente tiene tendencia a ser repetitiva y a actuar mecánicamente aportando la misma respuesta para situaciones similares.
Y la mente es un instrumento que, siempre que sea manejada conscientemente por nosotros mismos, sirve para comparar u organizar pensamientos, para analizar ideas, para desarrollarlas y llegar a suposiciones, para cotejar imaginaciones y valorarlas consecuentemente, para desarrollar nuevas opiniones, pero es conveniente que sea bajo nuestra supervisión consciente. Y no creerse que lo que piensa la mente es lo que piensa uno.
Otra cosa es que uno no insista en las reflexiones porque es una persona con una inteligencia casi sobrenatural –y esté demostrada su fiabilidad a lo largo de los años- o porque tiene una intuición infalible en la que confía ya que ha demostrado su capacidad.
DECIDIR
Con la información que ha proporcionado la reflexión, una vez ordenada y dada por buena, el siguiente paso es el de tomar una decisión. La que sea.
Las cosas no se tienen que producir por omisión de decisiones sino porque uno es consciente de lo que quiere hacer y lo hace.
Para algunas personas tomar decisiones es un asunto complicado. Bien por su falta de confianza y autoestima, o porque se recuerda constantemente que ya se ha equivocado muchas veces y con resultados nefastos y ese autoconcepto se convierte en un enemigo inmovilizador, o porque ante dos alternativas similares no sabe por cuál decidirse, el caso es que sabe que tiene que hacer, hasta es posible que sepa lo que tiene que hacer y cómo, pero… sigue sin decidir.
Y decidir es necesario. Sin miedo. O con miedo, pero haciéndolo en cualquier caso. Asumiendo el riesgo y la responsabilidad.
Viviendo, ya que vivir implica tomar continuas decisiones.
ACTUAR
Si se ha hecho el proceso del modo adecuado ya se tiene una decisión que ahora necesita realizarse. Llega el momento de actuar. Ahora es cuando hay que desembarazarse de las excusas, desmontar los inconvenientes, salirse de la noria que da vueltas continuamente a lo mismo, ser maduro, comprometerse firmemente con uno y con su presente y su destino… y hacer… dejar de pensar en “tendría que hacer” y hacer.
Es muy conveniente que la vida de cada uno sea lo que uno quiere que sea –dentro de las posibilidades- y no conformarse con excusas.
Vivir implica reflexionar, decidir y actuar.
Y eso es una responsabilidad que no se debe traspasar a los otros, ni al destino, ni a la suerte, ni a la pereza.
Te dejo con tus reflexiones…
(Si te ha gustado, compártelo y ayúdame a difundirlo. Gracias)
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