UN PINTOR EN SU ATELIER
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Por Alejandra Correas Vázquez
“La pintura debe edificar un mundo” Joan Miró
Akhenatón nos dará siempre sorpresas. Será el poeta revolucionario. El amante apasionado de su bella esposa Nefertiti. El dulcísimo padre de seis nenas. El notable pedagogo que educa a sus mensajeros. El ideólogo que arrastra multitudes... Y también el artista pintor que decora con preciosismo la casa donde él vive con su familia. La cual no es un palacio, sino una casa semejante a la de sus vecinos. En este muchacho faraón, casi sin vida privada, no iba a ser difícil hallar nuevas facetas que nos sorprendan de él.
Su atelier de pintura hallábase al final de un largo patio, junto a los dormitorios en su casa particular de la ciudad nueva que él fundó: Akhet-Atón (Horizonte del Círculo Solar). Al lado de donde dormían sus seis niñas, hijas de Nefertiti, o sea junto a la algarabía de la infancia. El era una rey poeta que pintaba y un pintor que amaba la poesía.
En aquella encantadora casa, modesta para ser la de un faraón, que construyó para él y su familia sin ostentar lujos, todo estaba preparado para la creatividad. En su atelier, su sitio de estudios, Akhenatón poseía una suerte variada se materiales para artistas plásticos, que allí fueron hallados. Pinceles de fibras de palmeras, y plumas de dibujos hechas con espinas de pescado. Los frescos de esa casa donde representa a sus nenas, fueron hechos por él.
Las risas infantiles que lo enmarcaban aún se perciben en los bellísimos frescos de su vivienda, que reproducen escenas familiares y diarias. Algo ajeno al anterior protocolo real egipcio. No deja de encantar, que en aquella residencia notablemente familiar —que contrastaba con los palacios de los otros Faraones— en donde Akhenatón tenía su estudio de pintura, haya sido encontrada una fiebre de color. Obra suya.
En el “Salón Verde” ( como se llama hoy día a esa sala principal) las pinturas se extienden sobre todas las paredes haciendo caso omiso de los rincones, lo que conforma una sola unidad, dentro de dicho mural. Se destacan allí escenas de la naturaleza donde no existe discontinuidad. Vemos allí el pensamiento “atoniano” (de Atón y los atonistas) expuesto como una unidad. Uno. Un todo.
El techo describe el cielo, el suelo un estanque. Es la reconstrucción a escala de la Creación ofrecida al hombre por Atón, como padre-naturaleza. El himno al sol del propio Akhenatón, escrito y firmado por él, se convierte aquí en el salón verde, en la Capilla Sixtina Atoniana, donde el grupo de “íntimos” como él los llamaba, debía tener sus reuniones dejando entrever tertulias amenas. Y quizás reuniones místicas solares donde la decoración preciosista, hacía que el Atón el Círculo, continuara brillando. Una obra maestra del propio dirigente.
Aquel verdadero museo de arte que fue su casa privada, si lujo, donde importó más el buen gusto que la grandiosidad, fue concebida para una vida de hogar y no de corte. Tenía las dimensiones suficientes para una familia. Con un concepto muy actual, casi moderno, pues esta familia llevaba también una amplia vida externa, al sol, en la gran pileta pública, y en el parque de Atón.
La Sala Verde fue realizada al fresco, y este mural es el que ostenta por su tratamiento un avance conceptual en el terreno pictórico. En él asoma por primera vez un desarrollo plástico desprendido de la línea, donde el volumen y el espacio están dados por juegos colorísticos (como más adelante harían los renacentistas). Allí vemos que Nefertiti se halla recostada sobre un almohadón sosteniendo a la más pequeña. Las niñas se hallan desnudas, pues en todo el período de Atón se cultivó el nudismo. Akhenatón está sentado en una silla frente a su amada y en medio de ambos la hijita mayor abraza a dos de sus hermanitas. La otras dos, más pequeñas, se reparten cariños.
Es una obra tierna, viva y lograda con genio. Ha brotado como una vertiente en una mañana de color. Y la naturaleza creada por el Sol, este Demiurgo Solar atoniano, responde afirmativamente al sentirse allí interpretada. Son ellos como familia que están vivos en el marco de su amor. Son ellos en conjunto recibiendo allí en esa Sala Verde a sus amigos, visitantes, adeptos, compañeros de ruta en esa vida plena. Todo color.
La línea al desaparecer ha dejado que el color exprese las imágenes. Tal como fue posteriormente la propuesta “impresionista” del siglo XIX. Las figuras se separan en transiciones cromáticas, proporcionándoles profundidad y volumen e integrándolas al espacio que las circunda. La colorística se ha transformado en un elemento modelador. Porque el Color en sí mismo, está formado por la luz del sol, por los colores del espectro solar. Significando con ello, que los atonianos ordenaban sus ideas en un todo de realizaciones conjuntas.
El encanto de tales escenas que aparecen en dicho mural, describe momentos eternizados para el tiempo. Y nosotros los modernos, al comentarlas, somos espectadores de un escenario estilístico intemporal, abierto a través de los siglos con una frescura viviente.
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