LA PALOMA
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Los siete años le penetraron como un anuncio, como a todos los niños, como a todos los que transponen aquel umbral. Por la ventana del dormitorio se escuchaban los cantos de las aves, la brisa de la sierra recorría la habitación y las voces de quienes preparaban el festejo de cumpleaños, inundaban las puertas que daban hacia la galería.
La hermana mayor dormía. Repetidos llamados la hicieron volverse sobre la cama y ante el rayo de luz, se cubrió con la almohada.
El cielo sonreía y amenazaba. El cielo advertía a la niña cumpleañera, su comienzo y sus deberes. La responsabilidad de su ser al entrar en aquellos siete años. Las voces de los pájaros la llamaban desde la ventana. La brisa de agosto convirtióse en viento y la cercanía de la primavera arrojó su anuncio, con un soplo de tierra.
Ella quiso cerrar esa ventana y arrimando una silla tomó el pestillo, pero se detuvo al enfrentarse cara a cara con una paloma.
—“Vengo de lejos”— le dijo el ave —“Recorro las distancias y obsequio mis atributos a los niños de siete años.”
Y extendió sus alas cubriéndole la cara. Celeste se apartó con asombro y temor. La paloma sonriente salió volando.
Ella sentía que las alas seguíanla cubriendo y la paloma volaba sin ellas. Junto al árbol de inmensos brazos aún desnudos, vecino a la ventana, posóse aquella ave un instante y remontó vuelo con alas nuevas. Celeste contemplaba asombrada la escena, mientras la hermana perezosa, a su lado bostezaba.
—“¿La viste?”
Alicia bostezaba. Las trenzas adornaban su rostro somnoliento.
—“¿La viste?”
Alicia cerró la ventana y con un nuevo bostezo dio comienzo al día. Celeste salió del dormitorio en un impulso por arrimarse al árbol, donde se asentara la extraña paloma, pero los saludos del cumpleaños la detuvieron en la sala.
Los confites adornaban las mesas y los obsequios cubrieron sus brazos. La hermana mayor llegaba detrás suyo, mientras el cielo se cargaba con la opacidad de las ventiscas de tierra. Las voces de los niños se extendieron por las baldosas del patio. La tarde se tiñó de más viento y el abuelo lució su presente : Una cajita de música con una palomita que bailaba.
Celeste la tomó con cariño entre sus manos y la contempló largo tiempo.
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La siguió contemplando en la extensión de su niñez y la juventud se abrió bajo su símbolo. El dulce son fue a partir de allí, su compañía y su recuerdo constante.
—“¡Abandónala!”— indicóle tiempo después la voz enérgica del hombre enamorado colocado a su lado
Celeste lo contempló ahora a él, sin emitir palabra, ni hacer movimiento alguno. Su mirada calma vibraba con intensidad, pero la voz de aquel hombre joven, era imperiosa. La palomita de juguete continuaba en su ritmo, pues la voz masculina nunca le penetraría.
—“¡Abandónala por mí!”— reclamó él insistente
Celeste volvió a tomar la cajita de música con esa palomita que bailaba, la cobijó entre sus manos con su permanente cariño y se apartó de aquella senda del hombre. El la siguió con la mirada y hubiera deseado arrebatarle el juguete. En su partida, ella dejaba un aroma de soledad.
La hermana mayor se ubicó al lado del amante frustrado y el brazo viril, infundióle un nuevo sentimiento de reposo.
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Pero Celeste volvería.
Los niños de la hermana la esperaban en cada regreso y la mirada del antiguo enamorado, la recibía en su casa con ojos ahora calmos.
—“¡No puedo destruirla!”— gritaba al retornar
Alicia tomó un día la cajita de música y la deshizo contra el suelo. Celeste la miró con sorpresa.
—“¿Podrías destruir también la paloma de mi frente?”
Alicia bostezó una vez más y antes de retornar al dormitorio, divisó una paloma que acercándose a su hermana, recogía unas alas cubiertas de tierra y partía en vuelo.
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Alejandra Correas Vázquez