Salgo al patio de atrás y en cuanto el sol me da en la cara pienso en ti y en lo mucho que te amo y cuánto me gustaría que estuvieras aquí ahora a mi lado. Cogidos de la mano. Con los ojos cerrados. Y te llamo. Ven. Ven. Ven. Y desde dentro de la casa se escucha para qué. Porque hace sol, mi amor, te digo. ¿Escuchas?, te digo. Te digo: ¿qué, hay más importante que este sol?, y tú, me dices arqueando las cejas, encogiendo los hombros, hipermegaretóricamente, que si ¿llegar tarde al trabajo? ¿Poner en remojo los garbanzos? ¿La reunión de padres de alumnos? Sí. Otra vez. Dice que esa maestra le tiene manía. Y la maestra dice que se queda prendada en la ventana, que no atiende, que a veces, ni siquiera contesta por su nombre. Que de mayor quiere ser, feliz.
La escucho y eso. Bla bla bla. Como una marioneta que asoma por la ventana de la cocina. Bla bla bla. Una vez que empieza nunca se cansa. Aunque me vaya a por tabaco, cuando vuelvo sigue hablando como si no me hubiera movido de allí.
Ya sé que la vida es dura monstruo. Que todo es jungla. Que hay que separar la ropa de color.
¿Y qué? Ven, coño.
Con los ojos cerrados todo es naranja, te digo, amor, y me contestas, que si no estuviera loco, para qué me querrías...