ACEPTAR Y QUERER A CADA UNO COMO ES
Hay una cosa que falla dentro de casi todos nosotros, y es ese interés por querer cambiar a todo el mundo, por convencerles de que dejen de ser ellos mismos y que pasen a ser quienes y como nosotros queremos que sean, o como creemos que tienen que ser. (“Por su propio bien”, llegamos a pensar. ¡Qué osados!).
¡Cuánto nos cuesta aceptar a cada uno tal y como es!, ¿Verdad?
Preferimos que a nosotros no se nos modifique, porque somos prácticamente perfectos -aunque sólo en nuestra opinión-, pero tenemos una habilidad especial para descubrir “los defectos” de los otros; para detectar “lo que hacen mal”; para adivinar cómo tendrían que comportarse “para hacerlo bien”; para arreglar sus vidas “como tienen que ser” y organizárselas perfectamente.
Muchas veces llegamos a poner a los otros condicionantes del estilo de: “te querría si fueras más de este modo… o menos de esa manera…”, “si no cambias, no te voy a querer”, “quiero más a tu hermano porque es mejor que tú”. Y que tengan mucho cuidado con esto las madres, los padres, tíos/tías, abuelos/abuelas… porque es algo que se hace demasiado a menudo.
Luego están todos los consejos bienintencionados que no nos han pedido: “deja a ese/a chico/a, porque no te conviene”, “cambia tu estilo de ropa, que este no te favorece”, “tienes que cortarte el pelo porque ese peinado no te sienta nada bien…”, “no leas esos libros…”, “no escuches esa música…”
En mi opinión, a las personas hay que aceptarlas como son, porque sólo siendo “como son” son ellas mismas, y pretender que sean como a nosotros nos interesa, es tratar de modificar su personalidad, es decirles: “tú no me vales o no me interesas como eres ahora, pero si dejas de ser tú mismo y te conviertes en el personaje que a mí me interesa que seas, entonces te empezaré a querer”.
¿Tremendo, verdad?
Visto así, asusta.
Pues esto, más o menos, lo hacemos casi todos los días.
Y casi siempre sin darnos cuenta.
La base de una relación sana es aceptar al otro en su integridad y tal como es.
El error es otorgarnos la sabiduría que creemos le falta al otro; la capacidad de razonar que el otro no demuestra -en nuestra opinión-; la habilidad para resolver los problemas del otro como él no es capaz de hacer.
Recuerda esto: si tú fueras el otro, si estuvieras en el lugar y las circunstancias del otro, si tuvieras la educación y los conflictos del otro, padecieras sus inseguridades y luchas, y si te atacaran las mismas dudas y los mismos miedos…Te garantizo que ACTUARÍAS EXACTAMENTE IGUAL QUE LO HACE ÉL.
Así que será mejor que no juzgues ninguno de sus actos, que más bien le comprendas, y sólo le ofrezcas tus ideas como sugerencias –no tratando de imponérselas, sino simplemente proponiéndolas-, y tu empatía y solidaridad en cualquier decisión que tome, porque ésta, sea la que sea, formará parte de su experiencia vital.
Y es que las sugerencias, las opiniones, los pensamientos, y las insinuaciones de uno, cuando no tratan de convertirse en órdenes ni imposiciones para el otro, pueden ser tenidas en cuenta y agradecidas.
Hay que recordar que nuestro instinto animal se pone a la defensiva –y muchas veces con las garras preparadas- cuando alguien de fuera nos quiere imponer sus ideas, y más si no las hemos pedido previamente.
Uno tiene derecho a gobernar su vida del modo que considere adecuado. Y es su obligación hacerlo así.
Por eso en muchas ocasiones, y aunque nos duela, aunque veamos que parte de su presente y su futuro va mal encaminados, y nuestra mejor voluntad trate de querer evitárselo, tenemos que dejar que el otro aprenda a vivir por sus propias experiencias, y que se equivoque. Sí. Aunque parezca duro.
Lo que pasa es que nuestro instinto maternal o paternal, el amor, el deseo de que el otro no sufra, y la voluntad de evitarle malos ratos y caídas –y una parte de nuestro ego que es un sabiondo y le encanta demostrarlo…-, se alían para meterse en la vida del otro, cargados de “razones”, para que las cosas “le vayan bien”.
Es un dilema cómo actuar ante una situación en la que vemos al otro –a nuestro entender- a punto de cometer una equivocación o metido ya en un lío del que parece no encontrar la salida.
Que sea el corazón de cada uno quien le dicte cómo actuar, pero mejor si no olvida esto: mejor que sean sugerencias o que se presenten como ideas, pero no como imposiciones.
Mejor enseñarle a pescar que darle el pez.
Explicarle los razonamientos, los detalles que se le han podido escapar, otro punto de vista distinto del que esté usando, pero que, al final, le parezca que la decisión ha sido suya y, sobre todo: que haya aprendido algo para la próxima vez.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales. Fundador de la web www.buscandome.es, para personas interesadas en la psicología, la espiritualidad, la vida mejorable, el Autoconocimiento y el Crecimiento Personal.