La poesía no muere, no se puede silenciar, ella surge airosa, revoltosa, encendida, revolucionaria, se alza por encima del ruido que nos aturde, del ambiente que nos limita, de la rutina que nos asfixia, de la contaminación que nos aniquila, de la indiferencia del materialista, de la burla del ser vacío, de la mirada desdeñosa con que a veces nos observan los que no nos comprenden. La poesía es un grito que desgarra y se convierte en aullido o sinfonía, que juega con el sol o se abriga con el manto de la noche.
No, la poesía no puede morir si hay en cada rincón de nuestra patria, personas que luchen por incentivarla, rescatarla, cultivarla, mientras existan seres con calidad humana tratando de despertar inquietudes, prestos, sin ningún egoísmo, a dar a conocer el inmenso caudal de valores éticos, espirituales y morales con que cuenta nuestro país. Y hay tantos valores replegados en su propia coraza, que habían permanecido en el anonimato por la indiferencia de los gobiernos, presentadores de escasos presupuestos para motivar la cultura, el arte, la literatura. Sin embargo, estos obstáculos no coartaron la creatividad. Los poetas seguiremos firmes, como soldados, luchando porque no muera esa chispa que se convierte en llama, que quema y abraza.
Sigamos con los reencuentros poéticos, placenteros, intercambiemos ideas, cultivemos amistades, dejemos que la poesía se escape en el silencio de la noche, en la cabina de la radio, en la televisión, en los teatros, en las escuelas, en los módulos de las comunidades, en las plazas, dentro de las casas y que en cada suspiro, sollozo o vibración, la musa tras la rima o la prosa, nos permita disfrutar plenamente, de esa sensación dulce, tierna y hermosa, que nos expande y llena.
TRINA LEÈ DE HIDALGO
ARTÌCULO PERIODÌSTICO DIARIO EL REGIONAL
2.010.