“No hay que renunciar al pasado porque sea malo, sino porque está muerto”
(Tony de Mello)
Efectivamente, no hay que renunciar al pasado porque sea malo, ni hay que engancharse a él porque fue bueno: hay que dejarle seguir en el recuerdo, más o menos vivo, pero como invitado silente al que se acude cuando uno quiere, pero, mientras, no entorpece y estorba.
El pasado es la forma en que llamamos a todo lo que pasó justo antes de este momento.
Está compuesto por todas las vivencias que tuvimos, por los bellos mensajes que nos dejaron las cosas cuando sucedieron, o por las heridas que nos causaron; por las personas que tratamos, por los sueños que tuvimos, por las alegrías y las decepciones, por los besos y las heridas, por lo que hicimos y por lo que no hicimos.
Se alimenta, casi siempre, de nostalgia o de arrepentimiento.
No tiene entidad. No se puede tocar, ni se puede ver: sólo unas fotos o unos documentos escritos dejan constancia de que una vez fue presente.
Pero el pasado no es lo que archivamos en la mente, porque ésta siempre se encarga de dar su versión particular y de añadir o quitar, según los intereses de cada uno de esos recuerdos; además, olvida, o deja que el tiempo redondee las aristas como hacen los ríos con las piedras. También permite que, desde que se crearon los malos recuerdos, engorden desaforadamente hasta salirse de su realidad.
Nuestro pasado, en muchísimas ocasiones, no es la realidad de lo que pasó, sino una opinión de lo que sucedió.
Al pasado acudimos mediante el recuerdo, y por supuesto que tenemos que recordar el pasado, pero con el fin de sentirlo como un fundamento de nuestro ser, como una fuente de experiencias y aprendizaje; eso sí, recordando siempre de forma instantánea que no está ocurriendo “ahora”, que no es nuestro “ahora”.
La mayoría de las veces caemos en la trampa que nos tiende: los momentos del pasado afloran a la mente consciente (parece que esto lo impulsa el deseo de evolución) y tendemos a creer que estamos reviviéndolo.
Esto trae el pasado al “ahora” con tal intensidad que lo remplaza. Si es así, entonces perdemos contacto con la correcta prioridad del tiempo, porque la persona tiende a responder a las mismas situaciones o las mismas respuestas, hasta que es consciente de su “ahora” y de su deseo de actuar como “ahora”.
Es muy importante comprender claramente este último aspecto de su utilización, porque, en muchas ocasiones, tenemos tendencia a acudir al pasado e instalarnos en él, que no es lo mismo que traerlo a nosotros para recordarlo, disfrutarlo, o aprender.
Lo explico:
Esta es una representación imaginaria de nuestro paso por los años: partimos de cero y vamos hasta el último. No es correcta porque no vamos por los años, sino que siempre estamos en el presente, en hoy.
Pero, para quien siga utilizando esta forma y hasta que se dé cuenta de que no es así, le cuento dónde está el error de la utilización del pasado.
Yo estoy en un punto de mi vida hoy (por ejemplo, 40 años) y voy hacia el final (por ejemplo, 80 años), si me ocupo en volver al pasado, hacia los 20 años, hacia los 30 años, no avanzo, sino que me detengo, e incluso retrocedo.
La actitud correcta es traer esa etapa o situación pasada al día de hoy, que venga ella, que me acompañe durante un momento en mi actualidad o mi caminar, y, después, ella misma regrese al sitio donde debe estar.
La diferencia entre las dos posturas es evidente: si yo voy a mi pasado y me instalo en él, sintiendo como sentía en el pasado, aferrado a lo que ha pasado, pensando y actuando como en el pasado, no estoy viviendo en mi presente, no sigo creciendo, no conozco nuevas tierras ni más amplios horizontes.
En cambio, si traigo con el recuerdo, serenamente, algo que ya ha pasado hasta el día presente, sin dejar ni un solo instante de estar aquí, en mi actualidad, yo sigo en mi Camino y él me acompaña durante un rato.
El pasado está lleno de enseñanzas, no hay duda, de las cuales hemos visto algunas y otras quedan escondidas, porque entonces no las vimos o no las quisimos ver.
Suele pasar mucho con las situaciones pesarosas del pasado, que sólo hemos extraído de ellas el sufrimiento y nos hemos quedado sin aprehender la lección, con lo cual corremos el riesgo más que probable de que se vuelva a repetir.
Por supuesto que es bueno volver a traer esas situaciones al presente, pero para examinarlas a la luz serena del presente, sacar el jugo que llevan, y sacar la advertencia o el consejo.
No ha de doler hurgar un poco más allá de donde está el sufrimiento, porque justo inmediatamente detrás aparece en toda su magnitud la lección de esa experiencia.
Y es importante revisar las actitudes del pasado, porque en muchas ocasiones, y sin ser conscientes de ello, estamos actuando de acuerdo a ellas.
La constante repetición de fobias, experiencias y traumas del pasado siguen manteniéndonos anclados dolorosamente en el pasado.
Fíjate en esto: no hay “hábitos” en el “ahora”, porque el “ahora” está naciendo constantemente; el “ahora” es siempre una nueva experiencia a través de la cual existe un sentimiento de novedad en todas partes. El “ahora” es virgen, y en el “ahora” está todo por hacer y se puede hacer del modo que uno decida libremente hacer.
Traer el pasado al presente, con ánimo de aprendizaje, es una buena decisión, porque es a través de eso donde podemos encontrar lo que se llama la mente programada.
Consiste en darse cuenta de que la educación, las vivencias, y los modos de actuar del pasado. Si no los actualizamos, siguen mandando en nosotros, haciéndonos funcionar de una manera mecánica y con los datos que nos inculcaron entonces o que arrastramos desde entonces.
Podemos estudiar muchas cosas y darnos cuenta de muchas otras, pero si no vamos al origen donde nacieron las tomas de decisiones y las formas de acción, el sitio donde esta el control de mando, y si no comprobamos si funciona de forma autónoma e inconsciente, o si no somos capaces de actuar de forma fresca y distinta en cada una de las situaciones, nunca sabremos cuánto hay de libertad y de voluntad propia en cada uno de los pensamientos que nos nacen; nunca sabremos quién nos ha dicho lo que tenemos que hacer, por qué y cómo; nunca sabremos cuánto de miedos infantiles o de educación equivocada seguimos arrastrando; nunca sabremos si estamos siendo lo que podríamos ser o si seguimos regidos por una mente programada que no sabe salirse de la repetición constante de la misma respuesta al mismo estimulo.
Sería bueno preguntarse, ¿Realmente estoy siendo YO?...
¿O me manda esta mente que me habita, convertida en dictadora?...
¿Seguro que se distinguir entre yo y mi mente?...
Es muy importante desde el presente ver el pasado y tomar consciencia y posesión del presente, para inaugurarlo todo: desde una forma distinta de pensar (en el caso de lo que sea necesario modificar, ya que no hay que modificar todo y porque sí) hasta una nueva concepción de la manera de sentir o de vivir.
Es bueno revisar si en el presente sigues creyendo y arrastrando cosas del ayer.
Por ejemplo, si tienes un complejo de que eres mal dibujante porque en el colegio sacabas malas notas en dibujo…
¿Qué te importa ahora?
¿Por qué sigues sintiendo dentro de ti una incapacidad que no te sirve para nada, pero que en cambio tiñe una parte de ti de un color sobrio?
¿Qué importa que en el colegio fueras un mal portero y te metieran muchos goles y el resto de compañeros se burlasen de ti?
Ya no estás en el colegio…
Ser mal portero corresponde al pasado…
¿No podrías perdonarte por aquello –o borrarlo completamente con todas sus secuelas- y comenzar de nuevo?
¿Qué importa que tu madre dijera que eras una mala cocinera porque te costó trabajo aprender?
¿Acaso no sabes cocinar ahora?
¿Qué importa que fueras el patito feo del baile, si ahora has descubierto que hay otros tipos de belleza?
Ya sabes que no se ha de ser el mejor de todo, ni el que más de nada, sino que se ha de ser quien se es; ser uno mismo, hasta donde se llegue, hasta donde se pueda.
El pasado puede convertirse en una atadura implacable que lucha con fiereza para mantenernos a su lado.
El pasado no nos suelta, como si fuéramos su más codiciada presa; nos engaña diciéndonos que él es la experiencia que ya hemos pasado y que ahí podemos estar tranquilos; el pasado engatusa, nos miente diciendo que nosotros somos el pasado; el pasado desmiente al futuro y proclama que solo él es cierto, y nos embauca recitándonos el refrán que dice que “vale más malo conocido que bueno por conocer”; el pasado nos ata, y nos estanca; nos corta las alas, y nos intenta convencer de que no podemos escapar de él, porque contiene y mantiene cosas de la que tenemos que arrepentirnos y por las cuales aún hemos de sufrir un poco más.
Y no es cierto.
El pasado no existe.
El pasado es algo que murió hace tiempo.
Lo único que aún queda es el fantasma de su paso, pero hemos de tener la seguridad y la paz de saber que no puede seguirnos, ni puede atraparnos, ni puede enviarnos sus demonios… si no estamos abiertos a aceptarlos.
Tomar conciencia del presente, sabiendo que es en el presente donde estamos todo el tiempo –y que podemos tomar libremente las decisiones que queramos por propia voluntad-, y tomar la firme y sensata decisión de escapar de las malas influencias del pasado –poniendo al mismo tiempo a buen recaudo todas las buenas-, es una labor ardua y gratificante que sería bueno que ocupara todo el tiempo que está por venir.
Será estupendo escapar de las malas influencias de esa parte cruel del pasado que nos recrimina y nos fuerza negativamente, y empeñarse en la noble tarea de construir un presente descondicionado, libre, grato y gratificante.
Te dejo con tus reflexiones…
(Francisco de Sales, es el creador de la web www.buscandome.es, para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)