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 EÓLICA SEÑAL

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Adanhiel
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MensajeTema: EÓLICA SEÑAL   EÓLICA SEÑAL Icon_minitimeLun Feb 04, 2013 9:03 am

Meditaba el viento sobre sí mismo, aprovechando la calma que de él hacía suave brisa, pensando en la angostidad de los límites que cielo y tierra circunscribían, cuando topose con el fuego, absorto por consumir, insaciablemente, todo objeto combustible que se interpusiera en su creciente avance. Al viento le gustaba observar el espectáculo ofrecido por su hermano antes de unirse a él para juguetear con su crepitosa melena ignea; pero, en esta oportunidad tan abstraído estaba en el filosofeo que ningún ademán presagiaba el más mínimo indicio de furtiva atención. El fuego, sintiendo la ausencia del ventoso ímpetu, que solía hacer las veces de brioso corcél, detuvo su abrasiva marcha alzándose en luminosa llamarada.

- ¿Aguardas el momento en el que, presa de mi agonía, decida cursarte una rogatoria para que te dignes, conmovido por tan arrastrada súplica, a darte una dirección y un énfasis determinado a tan exigua pero magnífica representación.

Tan absorto estaba el viento en sus trascendentales cavilaciones que no encontró ocasión para la atinada respuesta, cuanto menos para una justificación convincente que acallase la enojada recriminación de tan fogoso conminante.

- Si crees que un triste airecillo me contentará será mejor que acabe aquí la función, ahora que aún conservo la dignidad intacta, atrincherada tras mi justa indignación - propelió el fuego concluyentemente.

- Perdona si te he ofendido - contestó el viento, despertando súbitamente de su ensimismamiento -, últimamente me encuentro algo meditabundo y desangelado; verás, siempre he creído ser libre para vagar de aquí para allá, sin mayores justificaciones, pero la experiencia milenaria que, fuera de los amplios lindes, nada soy, y eso no me gusta.

Viniendo a colación de tan sinceras y realistas manifestaciones la tierra y el agua se sumaron a la extraña conversación, impresionados por la repentina erudición metafísica, atentamente escuchada en su cercana presencia. El agua fue el primero en alzar la voz - Vamos, es cierto que tu forma de ser es alocada, y que tus cambios de carácter son archiconocidos y, en casos, ciertamente censurables, pero nunca te habíamos visto tan extraño y enigmático; si tan baja está tu estima, ¿no sería mejor que fueras fiel a tu renombre y volvieras por tus fueros? Está fuera de nuestras competencias el filosofar y, francamente, no me parece muy aconsejable incidir reiterada y tozudamente en las evidentes repercusiones que afectan nuestra interrelación.

Sin dejar que el aludido tuviera opción a la réplica, la tierra, intermedió en el conato de diálogo con oportuna y reposada sapiencia, enjugando proverbialmente un probable conflicto de pareceres.

- Escuchadme todos, por si acaso habéis cometido la torpeza de olvidar, aunque fuera pasajeramente, nuestra naturaleza; habré de ser yo, entonces, quien os recuerde que somos Elementos y, como tales, partes integrantes de un todo, simbolizaciones metafóricas, si se quiere mitológicas, de la extrabiadora razón y, por encima de tan precisas acepciones, una simbiosis perfecta de la sincronia universal.

El origen de tu abulia, querido viento, no está en la verdad que estimula el noble y encomiable razonamiento sino en el temor generado por la inseguridad. Al parecer no eres muy muy consciente del vínculo que nos entrelaza; el irritable fuego es quejumbroso, pero lo conoce; el agua, siendo mayor que nosotros en cuantiosa presencia, no se deja llevar por el orgullo y comprende el sentido de la dinámica; y yo, golpeada por tu huracanada cólera, deformada por lenguas de mar y punzantes chispas de lluvias torrenciales, abrasada por el candente contacto de las llamas, he de ser la más indicada para darte a entender que dos son los tipos de dependencias surgidas de la única: la respetuosa y la reactante; en la primera el saber germina sin destruir lo innecesario, en la segunda es la ignorancia quien desazona y pervierte. Así pues, elige bien y despierta de tu ceguera con un principio de cuyo fin todos somos, más que copartícipes, responsables.

El fuego "congeló" su trémula avidez, el agua estancó su rompiente oleaje, y el viento, prolongando el impás de expectante silencio, en un último alarde reconsiderativo, sesgó la pausa mantenida por no incurrir en el pecado de la indebida desatención que infravalora la lúcida reflexión, sopesando el contenido de las palabras proferidas por la sabia tierra.- Lógicamente he sido víctima de mi propia torpeza al creerme ilimitado, que no del choque frontal que conlleva ponerla fin con la cordura entresacada de los tres presentes.

- ¡A mi no me menciones! - gritó el fuego - que otras tareas son las que me ocupan aparte de escucharte, de mayor interés, yo sólo quería desperezarte para mi propio bien; si te dedicases a actuar más y a pensar menos esta tonta conversación nunca hubiera tenido lugar.

- Sí, estás en lo cierto, mi impulsivo a la par de sincero amigo - asintió el el viento modelando uno de sus ciclones - y mi cambio de perspectiva tampoco; desde este momento sé que un talante advenedizo y veleidoso se sobreestima, así como uno pusilánime se subestima y, a fe mía, que en ninguno de los dos habré nunca de asentarme.., gracias, hermanos, y hasta la próxima. Ya sabéis que no me gusta permanecer mucho tiempo en parte o reunión alguna y, como el agua sugirió: he de hacer honor a mi fama.

En cuestión de segundos el viento se alejó a fuertes ráfagas, aunque decididamente, por los cuatro confines, sin dar oportunidad para que algunos de los improvisados contertulios tuviera la más somera opción de coloquial apostillamiento, por lo que el fuego (nunca mejor dicho) acabó acalorándose: - Pues él dirá lo que quiera, pero a mi me ha dejado compo estaba, así pues, es preferible extinguirse y esperar mejores providencias -. Dicho esto se esfumó rápidamente, pero tierra y agua no necesitaron palabras para paliar su sensación de abandono y prosiguieron con la mayestática grandilocuencia de su ancestral danza.



Adanhiel.
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