Columna Dominical

Hay sonidos penetrantes corrompiendo la calle, ironías mas, ironías menos como el asfalto, todas las esquinas absolutamente todas se ha graduado de dobladas, de historias insurrectas.
Empecé a escribir, parece que fue como ayer o algo como antes, la verdad a veces el tiempo deja de tener horas o segundos, solo es eso, instantes, nunca lo sé con certeza de acta sellada; llevo la cabeza en los hombros, se acaba de dar cuenta mientras caminaba viéndome en el ventanal, aunque realmente no estoy seguro de que haya sido un yo, tendré que volver a pasar por ahí.
Un miedo trémulo a media luz se gestaba como una independencia plagada de acuerdos en minutas diminutas, como una vieja canción en acetato rayado, un personaje había contestado a las suplicas de un escritor con los dedos traviesos, calavereando palabras difusas, abriéndose a la burla del anonimato de un ser imaginado.
A tantas y tantas cosas que se me están atiborrando yo no sé donde, si digo que en la cabeza, si digo que en mi pecho, tal vez este en una nalga, en un codo, en algún lugar tristemente mío, debe haber un deposito de cosas infinitamente irresueltas, mías, se que son mías, sino no, no las hubiese recordado, imaginado, suspendido, aflojado, nuevamente atornillado y seguramente arrumado en eso que digo que debo tener dentro, un parapeto animado de mis insufribles delirios de travesaño.
Posesión de infiernos literales, infiernillos e infiérnales, impares locuciones y todo dentro de un yo o un mi, eso que supongo haber visto en el ventanal pulcramente limpio, eso estaba en venta, como una espera terminal a que alguien tenga a bien pagar un precio, por un defecto de fábrica, un invento a revolcarse con cualquier crítica, para tener un montón de puteríos analizables ¿puede alguien comprar sacos de cosas infinitamente irresueltas?.
Y seguro le pondré algún precio, uno que sea accesible, uno que alguien pudiera pagar sin necesidad de privarse de un chicle, si, el chicle es barato y dura bastante.
Debería deshojarse un rato, al menos desde este rincón, parece una inmensa biblioteca comida por polillas y da pena, confirmaría de nuevo, porque si se mueve demasiado las hojas se vuelven polvo, un polvo de levedad; sin letras, sin recuerdos sin nada, un terrible polvo volantuzo, pero hace tiempo que sigue invernando, en un estacional contrito lleno de quinqués fríos, sin muda de cuerpo, un estadio de crisálida cristalizada, sin alguna cosa que le asegure que de verdad estaba cambiando, pero sigue de piel, una piel vulnerable y prácticamente penetrable, razguñable, sumido en el repaso de las carnicerías y sus ganchos, cortes de vacas sangrando, tripas vueltas a rellenar, vísceras a mitad de precio, sintiéndose apetecible, de todo se puede hacer sopa, me supongo que eso debería pretender, ser una sopa, no creo que sepa mal.
Ha vuelto a pasar por el ventanal y esta vez me aseguré de que el reflejo ese, sea de verdad un personaje creíble, maleable, aventurable, y entonces se jale una oreja disimuladamente, se tope la nariz, parpadee para enfocar los ojos, creo que tuvo tiempo, un gran tiempo para jugar a payasear frente a su reflejo, y me decepcioné de verle así, sin que al menos el pendejo que se reflejaba le quede algún rastro de dignidad, algo que le diga que no se vende, por venderse y cubrir una plaza de alimento y se publica en el portal dominguero del periódico local, algo que no sea pura política electoral entre los demás hambrientos haciendo columnas y columnas de tinta impresa, encabezados por la foto instantánea de presidiario fichado, procesado y con la condena pendiente.
Y he lanzado un sinfín de improperios colonizando el techo, estos personajes míos que nunca aprenden hablar, que nunca les da la gana de montar diálogos y ser algo como novelas, algo que lleve una conversación , de uno a uno, de uno a dos, que se mezclen que se interrelaciones, que se apareen al fin y al cabo.
Puras cosas irresueltas y mequetrefes apareciendo en ventanales a hacerme muecas.