PECADO MORTAL
Anoche nos juntamos en el bar de Alonso.
Motivo especial de la reunión, chinchinear con Luisito que cumplía 56.
No fuimos muchos, se supone que los que no vinieron deben estar enfermos.
Son los últimos estertores de un invierno que quiere vender cara su renuncia disfrazándose de catarro, angina, tembleque, en fin…trajes de un carnaval de agosto.
Ni bien llegamos, Juancito el mozo, nos puso en vivo de lo ocurrido. Por la tarde habían internado al gallego Alonso, tenía el distribuidor del cuore fuera de punto y no regulaba bien pero, seguía metiéndole a las chuletas, los huevos fritos, la panceta. Tal como si regresara de la guerra civil.
Digamos que la noticia no le daba brillo a la sesión ni poniéndole betún y franela.
Tras eso el cumpleañero, que además de su crónica ronquera conseguida muchos años atrás por haber gritado con orgullo y desaforadamente el gol del campeonato de su equipo del alma, anoche padecía una aguda acidez, según él causada por las masitas del festejo de la tarde en la oficina.
Siento como fuego en el estómago decía, con su cara de luna parecía Louis Armstrong desteñido, cantando y tocando el soplete con sordina.
A su lado, con mala cara estaba Rubén, muchacho de metro noventa de altura que acusaba dolor de ciática. Al pobre en su habitual trabajo de plomero le había tocado lo que más odia, enredar su prolongado chasis en un bajo mesada de cocina para soldar un caño. No existe faja de seguridad que le permita ganarle un round al fanatismo de ese nervio despiadado y además pasa rezando para que el viejo japonés que lo cura no deje la acupuntura.
También estaba Eduardo, que mostraba su mano derecha como un racimo de toronjas, fue el regalito que le dio una pesada máquina en el taller donde trabaja. Con la mano señalando al piso no podía estar, los pinchazos que sentía eran como dagas mortales y con el ramillete hacia el cielo parecía la estatua de la libertad que hicieron los franchutes para los yanquis, al tiempo que chorreaba café tomándolo con la izquierda o se asemejaba a una señorita cuando trataba de pitar su cigarro. ¡Esa zurda es delatora!, siempre atento para la ponzoña deslizó el veterano lavacopas cuando se hizo silencio.
En instantes se sumó Fernando con los ojos llorosos y empavonados,
mucho más capacitado para llenar baldes con su resfrío que para estar de festejo.
A Fer como siempre lo acompaña Cachafaz, un categórico perro labrador de quince años. Desde cachorro que va al boliche, por eso
Alonso le concedió el derecho de permanencia haciendo caso omiso a las leyes. Un día golpeando los nudillos sobre el mostrador con tono inglés dijo- aquí se queda e se pajarán las boletas necesarias Coño!!!!
Con ojos como apenados, Cachafaz miraba al amo cuando con insistencia trataba de contener los múltiples estornudos en no se cuántos pañuelos.
Esperando bajo la lluvia a un sindicalista para hacerle una nota periodística fue cuando pudo elegir butaca para el concierto de nariz.
¿Quién cerraba el círculo de tamaño congreso? El que suscribe, totalmente pendiente de no impactar la rodilla contra la mesa, el menisco venía de sufrir una aplastante derrota y debería ser extraído en pocos días, eso me hacía caminar arrastrando la pierna, si no fuera por el gesto adusto, los que miraban podían creer que me hacía el canchero. Así me desplazaba, como baterista deslizando con suavidad el cepillo pero, de suela y contra el piso.
El hijo del gallego llorisqueaba por el padre, Fer por el resfrío, Luisito con cara de bombero quemado revolvía bicarbonato, Eduardo ponía hielo sobre el racimo, Rubén se tomaba la cintura mientras fruncía el ceño, yo la rodilla apretando los dientes y Cachafaz como único espectador de la saludable escena, sentado a un costado de la mesa esperaba una galletita.
Aconsejados por el mozo diferimos el festejo.
Brindar con té y aspirinas hubiera sido pecado mortal.
reche