Lo vio venir, con una ficticia decisión y pensó: “A éste lo mato”.
Instintivamente se tanteó el bolsillo, donde guardaba la sevillana de hoja retráctil. Dentro de su mundo cotidiano, ésta era una prolongación del brazo. Nació y se crió en un ambiente violento. De padre desconocido y madre semi ausente, fue la calle, en toda su crudeza que lo formó. Sus amigos y “socios”, más o menos con la misma historia. Desde siempre entendieron, o creyeron entender, que la manera de resolver sus contradicciones y diferencias era por intermedio de la ley del más fuerte o del más rápido.
Con algún grado de sorpresa, se daba cuenta que la forma de vida adoptada, no podía seguir mucho tiempo más.
En algún momento se planteó seriamente cambiar algunas cosas. No es solo la certeza de que pronto será padre. Otras cosas. Se acuerda la charla con su compañera, cuando salió de la cárcel. Tres meses se trago, solo por una confusión. Como no encontraron a quien culpar por el robo, no tuvieron mejor idea que llevarse a un borracho – él -. Tres meses, hasta que le consiguieron un abogado, que le cobro un dineral ¡ni siquiera recuerda donde estaba esa noche!
Fue hace semanas, esa charla la tiene grabada, por primera vez en muchos días, pudieron charlar tranquilos, en voz baja, casi en susurros.
“A éste lo mato, se lo merece, por boludo”, se repitió.
En esa charla, Luisa le sacó la promesa, de por lo menos beber menos y buscar trabajo.
No es por la compañera, tampoco el hijo por nacer, no sabe muy bien por qué, ni siquiera lo piensa mucho, sabe – intuye – que algo en el, en su comportamiento, debe cambiar.
Ese día, salió temprano, diario bajo el brazo, en bicicleta, sin resaca, ya que la noche anterior no tomó nada. En la esquina de siempre, a sus amigos les inventó la excusa que se sentía mal y por lo tanto esa noche no tomaría. “El comienzo del cambio, no es tan terrible”, se dijo.
Fue una mañana desastrosa, en todos los lugares que se presentó, no tenían vacantes. En el último lo hicieron esperar horas para decirle que el puesto ya estaba ocupado. Luego en el camino de vuelta, el tarado ése, que no ve el charco y lo empapa.
Muy enojado y distraído, manejaba el pequeño auto. Que le fallara a la cita el cliente, que le hiciera ir hasta el suburbio y luego no apareciera, lo sacaba de quicio.
Ya hacía un tiempo, a lo mejor por las sesiones con el psicólogo – pensó – se daba cuenta de su falta de personalidad o de carácter.
De chico, siempre fue el arquero, gordito, luego sencillamente gordo, toda su vida fue el vapuleado. En el colegio, el blanco de todas las bromas, en el barrio, el último en ser elegido para integrar el equipo de fútbol, en la oficina, el que carga con las peores tareas.
Vivió con su madre viuda, hasta que ésta, luego de una penosa enfermedad, murió. Hijo único, soltero. Se decía a sí mismo que lo era por ocuparse de su madre. Era consciente que se mentía, lo era por su permanente falta de carácter.
Debía reconocerse que no solo con las mujeres, en el trabajo, en la relación con los clientes....en general con todo el mundo.
“Tengo que cambiar algunas cosas”; “Si no me impongo mas, nunca podré nada”.
Ese día, un cliente lo citó en un barrio muy alejado de la oficina. Cuando llegó, no estaba, pero dejo dicho que lo esperara, pues estaba bastante retrasado. Hora y media lo espero, y luego le avisaron que no vendría.
“Un tipo no puede ser tan desconsiderado”.
En el camino de vuelta, equivocó la ruta y bastante perdido, hubo de preguntar varias veces cómo legar a la avenida que buscaba.
En una esquina, se cruzó con un ciclista, no vio un gran charco de agua en el pavimento que lo empapó. Bastante molesto consigo mismo, paró el auto, saco la cabeza por la ventanilla y trato de disculparse.
Cuando el ciclista, lo trato de gordo idiota, se dijo:
“Es mi momento, ahora es cuando comienzo a ser, me lo debo”.
Se bajo del auto, decidido a todo:
- ¡“no te permito, negro de mierda”! -
“Encima me insulta, a este lo mato”
En ese momento, justo antes de sacar el arma del bolsillo, algo muy profundo lo paralizó.
El del auto, lo vio bastante más grande y fornido que él, pero al ver que se detenía, equivocadamente creyó que su actitud, acobardó al ciclista. Esto le dio nueva seguridad, y ya con tranquilidad, como perdonándolo, lo amenazó con golpearlo si lo seguía insultando.
Le pareció casi cómico. Se acordó de algo que leyó hacía mucho tiempo: “Todo cambio es doloroso”. Luego se arreglo un poco la ropa, tomo la bicicleta y sin decir nada se fue.
Esa noche, dos hombres, en dos lugares distintos, por la misma causa, creyeron que podían empezar de nuevo.