El Futuro Nos Alcanzó.

Día desagradable para mí y, seguramente, también para otros; el calor estaba declinando, pero la multitud en la vía pública aumentó cuando el tórrido sol se aprestaba a descansar.
Dieron luz verde para los peatones y atravesé hacia uno de los conocidos malls de la capital. Me molestó mucho que un individuo de mi edad, de unos 40 años, iba como “volado”; “este tipo o va drogado o va bebido”, pues se detenía a mirar el mar de gente, los edificios.
Tanta fue mi molestia, ya había chocado dos veces con él y no me dejaba pasar, que me quedé a observarlo; se aproximó a una vitrina que exhibía televisores de alta definición y quedó fascinado. No, no creo que venga del campo, pues hasta los huasos conocen estos aparatos, definitivamente este gallo estaba mal.
Me disponía a continuar mi camino, cuando el tipo se volvió a mí y se dio cuenta que lo observaba con curiosidad.
—Perdone usted, estoy un poco perdido —me miró con una sonrisa—. Hace años que no andaba por estos rumbos y lo encuentro todo cambiado.
Con sorpresa su voz bien modulada y de un bajo profundo trajo a mi memoria a un compañero de estudios del Liceo. ¡No, no podía ser él! Supe que cuando estudiábamos desapareció en las selvas de Colombia junto a otros amigos que turisteaban por allí. Lo examiné con detención; no, no podía ser él.
El hombre me miró atentamente. Pareció enfermarse, pues se pasó su mano por el rostro y sus ojos un poco agrandados, me miraban estupefacto.
—¡Flaco! ¿Eres tú?
Bueno, ese era mi apodo, ahora yo estaba un poquito grueso. Traté de recordarlo, pues evidentemente me conocía, no hubo caso; definitivamente no recordaba al individuo.
Me sentí más molesto aún cuando me abrazó con efusión.
—¡Epa, epa, señor, usted me está confundiendo con otra persona! —traté de apartarlo, la gente continuaba su trayecto y no nos prestaba atención.
—¡Flaco, soy Juan Carlos Rosende, tu compañero de banco del Liceo! —sentí que mi cerebro se negaba a funcionar.
Claro que recordaba a Rosende, pero éste no se parecía en nada a mi antiguo condiscípulo. Sí, me entró la duda al examinar sus ojos claros, con una mirada de niño, como la de aquel compañero de antaño.
—Perdón, señor, pero … mi amigo Juan Carlos murió en otro país y no entiendo qué pretende en hacerse pasar por él.
—Flaco —su mano me tenía sujeto un brazo—, no morí en las selvas de Colombia … estuve prisionero 21 años …
Sentí que el suelo se me movía, mi corazón dio un vuelco.
—No, no puede ser … Juan Carlos tú fuiste asesinado junto a un grupo de turistas …
—Compadrito …, hace unos días fui dejado en libertad con varios amigos más.
Vi sus ojos llorosos y sentí que los míos se nublaron con las lágrimas. Nos abrazamos fuertemente, mientras de nuestras gargantas salían sollozos; algunos peatones nos miraron para luego continuar indiferentes.



Sentados en un pequeño restaurante, bebiendo cerveza, lo contemplaba como si fuera un fantasma.
—Flaco, te vi la cara de preocupación cuando nos miramos … ja ja ja já, ¡Creíste que estabas en presencia de un loquito!
—Pero, viejo, cómo iba a pensar que estabas vivo. Y ¿ cuándo llegaste a Chile?
—Arribé ayer, no quise ser entrevistado allá en Colombia. Estuve visitando a mis familiares y hoy decidí escaparme para ver las novedades que hay después de 21 años. No pude librarme de los periodistas chilenos, esta noche mostrarán la entrevista que me hicieron en un programa.
Sus ojos brillaban más.
—Francamente llegamos a la ciencia ficción, ¿recuerdas cuando leíamos y discutíamos sobre cómo sería el futuro? Como ves le acertamos y … quedamos cortos en nuestra imaginación.
—Pero … ¿tanto fue el aislamiento en que los tuvieron?
—Sólo veíamos monos, perros, serpientes. Cuando lográbamos tomar un pedazo de un diario, lo peleábamos para saber qué ocurría en el mundo exterior —calló por un momento, ordenando sus ideas—. Comprenderás por qué tropezaba con la gente, ¡Hasta sus ropas me parecen extrañas! ¡Y la tecnología para qué decirte! Hay artefactos que no entiendo para qué sirven y los automóviles son una maravilla.
Hablamos tanto que la noche nos pilló. Juan Carlos se puso de pie, me dijo que iba a llamar por teléfono a su familia para que no se preocupara; cuando le pasé mi celular su cara de interrogación me divirtió y emocionó al mismo tiempo. Lo miró y examinó cuidadosamente y me preguntó:
—¿Qué diablos es esto?
—Un teléfono móvil.
—¿Un teléfono… sin cables …?
Le marqué el número y habló con los de su casa.
Mientras íbamos en mi automóvil, que fue examinado cuidadosamente como lo haría Tarzán, recién llegado a la civilización, no pude dejar de pensar los años que perdió mi querido compañero y recordé sus palabras: que estamos ya, ahora, en la ciencia ficción, en el futuro.

Un texto muy bien llevado para poner de manifiesto los adelantos tecnológicos actuales, Jaime. ¡Qué verdad es que si. en 20 ó 30 años, volviéramos de pronto a la actualidad nos quedaríamos asombrados! YO misma (aunque sé que soy bastante antigua...) me admiro muchas veces al recordar como trabajábamos y vivíamos en mi juventud, sin televisión..., aprendí a escribir a máquina cuando ya era una jovencita en una Underwood pequeñita en la que había que aporrear las teclas... y tantas otras cosas...
Gracias Jaime por traer esos recuerdos, has creado una bonita historia para recordarlos y hacernos conscientes de tantos adelantos. Un beso fuerte, amigo.

Muy buen cuento compañero, no creo que el futuro nos haya alcanzado, pues aun hay mas por delante, , habra que adaptarse, y ver lo bueno que tambien tiene este tiempo.
Un gusto leerte

Un relato estupendo como todo lo que tu escribes Jaime, y que en este caso me pone los pelos de punta saber que nuestro protagonista Juan Carlos perdió 21 años de su vida.
Créeme que me gustaría que esta historia sea ficticia,
Un abrazo y nos leemos amigo, Josan