Siendo siempre fiel a una larga y noble tradición de despiste crónico, quisiera, ahora que concluyó el concurso sobre ecología, subir este cuentito que había escrito para participar en el mismo originalmente. Unico problema: Excede en más de tres veces el límite de palabras que estaba claramente especificado en las bases, y que, por supuesto, no vi de antemano...***
Los dos empleados del Censo Nacional se sacudían de lo lindo dentro de la cabina de aquel viejo rastrojero diesel. Sus riñones, estaban empezando a acusar el rigor de tanto salto sobre el apelmazado asiento de cuerina descolorida y ajada. Afortunadamente, ya casi terminaban de recorrer aquellos caminos de tierra dura y despareja que unían las escasas y distantes viviendas rurales, los que venían transitando desde bien temprano por la mañana.
En aquellos distantes parajes, por los pagos de General Villegas, en la Provincia de Buenos Aires, ser censista era toda una aventura de un día, en donde se debían recorrer grandes distancias para escrutar no más de una veintena de viviendas, habitadas por un puñado de criollos toscos y cortos de palabra, a quienes había que sonsacar la información requerida con gran paciencia y tacto.
El dato de que aquella morada existía, lo habían obtenido en la pulpería donde hicieron una breve parada para tomar algo fresco y descansar un poco. Fue el encargado, quien entre tanta cháchara estéril, mencionó como al pasar la curiosa vivienda de don Ecologinio Poconsumo, a unas cinco leguas de allí, la cual no figuraba en la lista de sus registros.
Hacia allí se dirigieron entonces los funcionarios, con el consuelo de saber que ésta iba a ser su última entrevista. Luego de un buen rato de arduo manejo y después de atravesar un vasto monte de eucaliptus, divisaron un burdo cartel que indicaba que habían arribado, por fin, a la estancia “La Reciclada”.
Tomaron el camino señalado, apenas visible entre el pasto, que estaba aún en peor estado que el que habían venido transitando, y al cabo de medio kilómetro de penoso avance, pudieron avistar un rancho desvencijado pero muy colorido, al que el apelativo de estancia le quedaba por demás holgado y pretencioso.
Cuando el vehículo se detuvo convulsivamente frente a aquella extraña morada, desde su oscuro interior se asomó un gaucho magro, enjuto y peludo, cuyo cuerpo parecía sostener la raída vestimenta como si fuese un perchero, pués todo aparentaba quedarle grande, flojo y le colgaba sin gracia desde los hombros y las caderas huesudas. El criollo se tocó con dos dedos el ala del chambergo a modo de saludo, mientras se acercaba a los visitantes.
- Guenas y santas, aparceros..., que se les ofrece, po’... - dijo con voz atípicamente grave para ese cuerpo tan flaco.
- Buenas tardes, somos empleados del Cen...
- Ah..., si. Los estaba esperando, paisanos. Vengan por acá - Interrumpió el gaucho, mientras les señalaba un lugar a la sombra, bajo el alero multicolor. Tan pronto como los dos visitantes estuvieron bajo la superficie techada, el dueño de casa prosiguió.
- Estos que ven acá, son durmientes ‘e quebracho reciclaos dende cuando fueron levantadas las vías ‘el ferrocarril - dijo señalando las columnas de madera del alero - Los largeros ‘el techo, son postes ‘e ñandubay rescataos ‘e viejos alambraos ‘e campo y vueltos a usar aquí mesmo, quien sabe por cuantos años más...
- Pero nosotros solo queríamos preguntarle...
- Si, si... Ya sé..., pero empecemos por el principio, canejo. Todo a su debido tiempo, mozo - Lo cortó tajante don Ecologinio - Como les iba diciendo, la cubierta propiamente dicha ‘el alero, está hecha con envases ‘e huevos superpuestos, juntaos con mucha pacencia ‘e la basura ‘e las casas vecinas y en el pueblo. Guen aislante, ese telgopor. Un poco colorinche, eso sí, pero la china me dice que le añade vida a la estancia.
- Si ahora nos permite don, tendríamos que...
- ¡Ahijuna...! Ustedes los ‘e la ciudá, sí que son atolondraos, digo yo... Tuito hay de ser apurao y a los trancazos. Denme tiempo, que les estoy esplicando, po’. Esto es más complicao ‘e lo que creen - les dijo terminante el gaucho, ahora bastante ofuscado.
Así, les fue explicando que las paredes de la vivienda contaban con una excelente aislación, pués estaban hechas con botellas de vino apiladas, ahora sólo llenas de aire, recubiertas por una mezcla preparada con barro, bosta y paja seca. El techo, era de cueros de reses viejas, curados y tensados sobre bastidores de caña, impermeabilizados con abundante grasa de oveja, cubiertos por arriba con las gruesas chapas enderezadas de tambores de doscientos litros, naranja y blanco, descartados hacía tiempo como marcadores de camino por Vialidad Nacional, y con el agregado de una gruesa capa de diarios viejos, a modo de material aislante, en el medio.
El agua para bañarse, venía de un viejo tambor de lavarropa colocado en el techo, pulido manualmente a espejo en su interior y forrado por fuera con varias capas de corchos de botellas y damajuanas, para su conservación térmica, y que era calentado por el resplandor del sol. La iluminación nocturna, era suplida por velones de sebo casero y llama de fogón, donde se quemaba únicamente bosta seca y leña proveniente de ramas y troncos caídos durante las tormentas, o producto de las podas anuales. La tierra de la huerta, detrás de la casa, era abonada con restos de café, cáscaras de papa, zapallo o frutas y yerba mate usada, que además se beneficiaba con la presencia de una buena colonia de sapos, habitantes de una lagunita artificial cercana, para el control efectivo de los insectos.
Todo el devenir de la diaria rutina en la estancia “La Reciclada”, decía con inmensa satisfacción Ecologinio, era llevado a cabo con consciencia y respeto por el medio ambiente. No había allí utilización alguna de combustibles fósiles. El transporte, la siembra y la cosecha, se hacían con caballos, mulas y bueyes. No existía el consumo eléctrico. No se generaban desperdicios tóxicos. Y todas las necesidades básicas de bestias y cristianos, eran auto abastecidas. Llegaron a ser, en medio de aquella inmensa vastedad pampeana, un modelo de eficiencia y compromiso en la correcta utilización de los recursos naturales.
Cuando hubo terminado, un poco acalorado por la pasión puesta en su larga exposición, el gaucho recién notó la mirada inquieta y desesperada de los dos visitantes que, sin osar interrumpirlo otra vez, habían escuchado en sumiso silencio, tomado por atención, la extensa perorata del orgulloso criollo ecológico, quien, a su vez un poco confundido por esa atormentada expresión , les preguntó:
- Bueno, ahura sí, diganmé, ¿tienen alguna pregunta?
- Ssssi... - Dijo tímidamente uno de ellos - Querríamos saber cuantas personas viven aquí, y de qué edad y sexo son. Los datos de la vivienda ya los tenemos..., de sobra.
- ¿Y eso qué diantre tiene que ver con el estudio del Centro EcológicoVerde Esperanza? – preguntó don Poconsumo, turbado y desconfiando inmediatamente de sus visitantes.
- ¿Cen..., Centro Verde Esperanza? - Preguntó uno de los funcionarios totalmente desconcertado - Nosotros sólo somos empleados del Censo Nacional, señor. Somos censistas...
- ¿¡Censistas!? ¿Y por qué caracho no me lo dijeron antes? - Tronó Ecologinio, sintiendo su confianza y hospitalidad gravemente burladas.
- Bueno..., porque cuando quisimos...
- Miren que hacerme malgastar tanta saliva al cuete, paisanos... ¿No podían haber avisao antes...?
- Pero le juro que nosotros tratamos...
- Y yo que me tenía tan preparao el discurso. ¡Qué ganas de hacerle perder el tiempo a la gente ocupada...!
- Señor, le aseguro que...
- Si hasta me había empilchao pa’ la foto, canejo... ¡Sólo bastaba con decir: No, don Poconsumo, nosotros no venimos del Centro Ecológico Verde Esperanza. No machaque el garguero al divino botón...!
Cuando ambos muchachos miraron brevemente hacia atrás por última vez, a traves de los espejos retrovisores del rastrojero, mientras se alejaban presurosos del lugar, don Ecologinio Poconsumo aún seguía de pie, solo, frente al alero de vivos colores, despotricando con gestos exagerados. A la distancia, daba la impresión de ser un espantapájaros a punto de desarmarse.