La mañana era estupenda. La temperatura ideal. Buena cosa, porque estando en cueros cualquier brisa fresca hace sentir su rigor en la piel. El olor, en la ondulante superficie arbolada era una fragante mezcla de hierbas, flores, frutas, aire increíblemente puro y rocío perfumado que aún no había llegado a evaporarse.
Adán y Eva se hallaban tendidos de espaldas en un mullido colchón de hierbas verdes y tiernas, mirando el cielo infinito, indescriptiblemente azul, por el que cruzaban, perezosas, algunas nubecillas de blancos bucles alargados, casi desmenuzados por el suave aliento que las impulsaba en su avance indolente.
El trino de los pájaros era terso y cadencioso a los oídos. Su brillante colorido, fugaz en sus raudos vuelos de rama en rama, un cromático obsequio para la vista. Varios animalitos, con inocente curiosidad, se aventuraban husmeando inquietos en derredor de la pareja. El bucólico paisaje, virgen de toda intrusión humana, era una obra maestra de equilibrio natural. No en vano lo llamaban paraíso.
Poco había por hacer allí, salvo deambular por los prados, descansar, e inundar los sentidos con placenteras sensaciones. Tenían abundancia de agua, comida, abrigo y refugio. Las prístinas corrientes de los arroyos, albergaban grandes cantidades de plateados peces saltarines, que briosamente agitaban la mansedumbre de sus aguas cristalinas. La convivencia entre las especies era ideal. Se daba y se tomaba lo necesario para que así fuese.
Nada ni nadie podía pertubar esa idílica existencia terrenal. No había porque mentir, o a quien imponer opiniones, sacar ventajas u oprimir. O al menos eso era lo que Adán con gran candor suponía.
Mientras él, con ambos brazos cruzados bajo la cabeza, contaba ociosamente las nubes pasajeras, casi adormilado en ese ambiente de suprema paz, ella, ahora sentada a su lado, no dejaba de mirarse con insistencia el vientre. Con ceño adusto y tono de seria preocupación, giró hacia su compañero y le preguntó:
- Querido, ¿Vos creés que estoy gorda...?
- ¿Qu, queeé...? - Respondió él, volviendo desde un lugar muy lejano a las realidades físicas.
- Que si pensás que estoy gorda, Adán. Dale..., contestame, pero decíme la verdad, ¿Eh?
- Ehhh..., no sé..., que se yo... No.
- Pero, ¿Vos viste este rollito que tengo acá en la panza? - Eva replicó, tomándose un pliegue de la piel que era más notorio porque estaba sentada.
- Si... Ahora lo veo... Pero eso no es nada... Mirá, yo tambien tengo...
- ¡Ay, Adán! No te vayas por las ramas, que esto es serio. De veras, miráme... - Y movió un poco el torso para ofrecer un mejor panorama - ¿Creés que me veo gorda?
- Ehhh... - Y se tildó unos instantes ante la triste comprensión de que no habría una posible respuesta satisfactoria - No..., no..., yo te veo igual que siempre...
- ¡Ah..., entonces ya veo que siempre pensaste que estaba gorda! - Dijo ella, rompiendo en un desconsolado y lastímero sollozo.
Y así, contra toda creencia popular; sin manzana, o serpiente, pecado original, ni pinga, comenzaron las infinitas tribulaciones de este mundo...