DICHO.

Cada vez más, se detecta, las personas actuamos incluso en contra de nuestros propios instintos, de nuestras convicciones e incluso sentimientos; cada vez somos más hipócritas y cobardes y sólo nos refugiamos, algunos ni eso, en la vaga esperanza de querer ser o lograr y alcanzar algo en lo que ya ni creemos.

No hay acto más cobarde en el Ser humano que el de actuar en contra de sus pensamientos, de sus propias ideas, de traicionarse en definitiva con tal de no querer mostrar ese lado de su persona o personalidad que precisamente oculta. Cada vez más cuesta ser espontáneo, abierto y sobretodo claro; nos hemos llenado de miedos y complejos que ya hemos dejado de ser nosotros mismos para ser nadie; he ahí donde comienza la tristeza, los verdaderos miedos, la incapacidad no ya para ser feliz, sino simplemente para estar contento.

A veces uno encuentra el verdadero valor de las palabras ( y de las personas ) en lo vacío de éstas - sus palabras -; en la nada que se siente que recibe de ellas.

Dicho.

Teknarit, África.

Se aprecia tu comentario, compañero...

Ya, y antes de nacer, los que con el tiempo nos vamos a convertir en persona sentimos que no se nos aprecian como tales, pero ocurre que ésto lo descubrimos tarde. Esta sociedad casi se diría que decide por nosotros, y esto también lo descubrimos tarde. Antes de que nos demos cuenta ya nos tienen asignados qué vamos a ser de mayores, o casi: tú vas a ser médico; tú mecánico; tú enfermera y tú chófer: y así empezamos a andar por esta vida.

De todo esto empecé a pensar un día, no hace mucho,- menos de un año -, cuando sentado en la cima de una colina observaba al mar en su inmensa grandeza como enter de la naturaleza; me convencí de oirle lo que me decía, el mar. Le escuché decir cómo era que había olvidado las sensaciones que sentía de niño cuando me acercaba a aquellos parajes aún desiertos en aquel instante de la conversación, y recordé: recordé que por aquellos caminos siempre desiertos, polvorientos y donde la lava del volcán cercano a donde había nacido había llegado al mar como queriendo ensanchar caminos y llegar allá de donde la vista se perdía en el horizonte, y fue ahí cuando descubrí que el mar, nuestro mar que nos rodea, no nos separa de nada ni de nadie sino que, al revés, nos une a todo.

Descubrí también, aquel día, de lo mucho, todo, que perdemos cuando dejamos de pisar la tierra y los caminos por la que andamos desde niño; quiero decir: cuando dejamos que nuestra piel deje de tocar a la Madre Tierra, ahí es cuando empezamos a perder el contacto con nosotros mismos. Ahí es cuando empezamos a perder el saber qué somos y cómo somos y pensamos; ahí es cuando otros, muchos otros, piensan y deciden por nosotros porque ya no sabemos quiénes somos.

Deberíamos probar un día ( yo lo hice ) intentar volver a caminar por los caminos y andurriales de nuestra niñez pero haciéndolo descalzos, sin calzado que nos proteja la piel; veríamos y comprobaríamos que el dolor que recibimos al contacto con ésta no es sino comparado con el dolor que le hemos producido a la Madre Tierra después de nuestro abandono; ahí hemos dejado de ser nosotros. Ahí es cuando sin saberlo otros deciden por nosotros y ante esa realidad ocurre que no sabemos reaccionar, nos volvemos fríos, hipócritas e inhumanos; el resto es lo que dije arriba, al principio.

Teknarit, África.