Despues de un tiempo vuelvo por estos lados para dejar algún que otro texto, hacia rato ya que no me pasaba así que supongo que es un buen momento.
El relato que va a continuación pertenecía en realidad a un pequeño proyecto de varias personas entre las cuales yo me encontraba, pero el mismo fue abandonado por lo que pondre uno de los fragmentos que me ha tocado escribir. Lean y opinen.
Saludos.
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Truco o Trato.
Siempre habían dicho que los senderos de los bosques eran lo
más engañoso que podía existir. Meinrad no tardó en comprobar tal afirmación al
equivocar su camino en uno de los tantos caminos que recorrían un profundo
bosque en el que la única señal de humanidad provenía de confusas huellas que
se dividían a todos lados. Le tomo varios minutos conseguir orientarse y seguir
un camino fijo hacia una aldea que se internaba aún más en el espeso
territorio. A medida que iba caminando noto como las raíces y rocas mas
pequeñas comenzaban a desaparecer en una bruma que flotaba a ras del suelo.
- (Que extraño…) – pensaba mientras avanzaba por el camino.
Las botas producían un sonido bastante fuerte en las piedras
del camino debido al inexplicable silencio del lugar. Parecía casi abandonado y
las únicas personas que pudo divisar parecían más bien ánimas a punto de
desvanecerse y fundirse con la niebla que cubría el pueblo. Pasó frente a una
casona que era la única que despedía cierto fulgor de las ventanas. En una de las
ventanas pudo ver los grises cabellos de una anciana que al parecer iba hacia
la puerta, a los pocos segundos esta se abrió y en el umbral se colocó la
anciana cuyos ojos quedaron fijos en la figura del guerrero. Desde adentro de
la taberna comenzó a verse una leve neblina descendiente.
- Debe estar agotado del viaje. –dijo con rasposa voz la
anciana.
-No realmente… iba de camino a un pueblo cercano pero
termine perdiéndome entre los árboles del bosque y aquí estoy.
La mujer observo con una expresión de extrañeza al viajero y
descendió unos podridos escalones antes de tocar el suelo del camino y
acercarse a Meinrad con paso seguro. Al estar más próxima a los ojos del
soldado, este pudo apreciar más detalles tanto en el rostro como en los ropajes
de la mujer. Las arrugas de expresión fuertemente marcadas, su boca
entreabierta dejando mostrar unos pocos dientes amarillentos, la forma
cadavérica de su cabeza y una mirada penetrante a pesar de la amabilidad que
quería mostrar, pero que sin embargo eran blancos dando a entender que era
ciega. La anciana tomo con sus rugosas manos el brazo de Meinrad y tiro
suavemente de él mientras lo invitaba a pasar a la taberna.
- Aquí podrás descansar todo el tiempo que quieras. No te
molestes en buscar otro sitio, aquí nadie te atenderá, son todos como entes
fantasmagóricos que solo viven para sus propios asuntos.
- ¿Y por qué debería, entonces, confiar en la única persona
que se muestra servicial sin razón aparente?
- Oh, ¿así es como agradece las atenciones de una mujer que
esta en sus últimos años?
El hombre no pudo contestar ya que antes de que pudiese
siquiera tomar aire para decir las palabras la anciana lo había hecho sentarse y
se dirigió a la barra del lugar donde un hombre de mirada apagada y rostro
alargado se encargaba de mantener limpias unas jarras de cerveza que nadie
usaba. Las vigas de madera se encontraban hinchadas y los grandes clavos
oxidados, y no eran solo las vigas, podía decirse lo mismo de todo el
establecimiento. Cada elemento parecía haber sido atacado cruelmente por el
paso del tiempo, incluso las lámparas que daban una luz amarillenta y que
parecía estar a punto de extinguirse en cualquier segundo. En toda la
habitación había una neblina que cubría el suelo. La anciana volvió con dos grandes
jarras cargadas de cerveza y tomo asiento frente al guerrero, extendió su
huesuda mano y dejo la jarra del lado de él.
- Bien… -observa a Meinrad- Que… ¿nunca viste a una anciana
beber cerveza?
Sonrió dejando nuevamente a la vista aquellos restos de lo que
otrora fue una dentadura. Cierto revoltijo se formó en el estomago de Meinrad
pero supo disimularlo tomando la jarra y bebiendo a grandes tragos. Luego se
quedo observando a la anciana que parecía observar un punto fijo, aquello le
incomodo un poco y se corrió muy levemente hacia un costado, ante aquello la
anciana no reacciono, pero cuando movió sus piernas agitando aquella neblina
entonces volvió a fijar su vista en el guerrero.
- Hay algo que debo decirte… ¿Cómo te llamas?
- Meinrad –contestó.
- Meinrad. Como decía… hay un pequeño asunto que debes
saber, es sobre este sitio… -sonríe.
- Pues el hecho de que este en medio de un bosque ya es un
asunto –dijo el guerrero mientras bebía otro trago.
- No te creerás tan listo cuando no puedas abandonar este
sitio.
- ¿Qué?
- Si, ese es el asunto. Nadie puede abandonar este sitio
–dijo la anciana con una sonrisa en sus labios-. A menos claro… que estés
dispuesto a pagar algo a cambio.
Meinrad observo a la anciana durante unos momentos, dentro
de la mente del guerrero solo se oía una ruidosa carcajada producida por él
mismo. ¿Quién se creía aquella mujer para ir diciendo que nadie podría
abandonar aquel sitio? Pues al parecer tenía tanta seguridad tanto en sus
palabras como en sus posibles acciones.
- No se quien sea usted, pero me iré en este instante.
- ¡Hazlo y te condenas a ti mismo a una eternidad en estos
bosques!
Meinrad se levantó de su asiento y con pocos, pero largos,
pasos llego hasta la puerta, cuando volvió su mirada vio a la anciana de pie y
con unos ojos centelleantes mientras se aproximaba a pasos lentos. El guerrero
abrió la puerta y se precipitó hacia el exterior sintiendo, por pocos
instantes, como unas uñas largas rozaban su cinturón y arrancaban algo. Corrió a toda prisa emitiendo una sonora
batería de ruidos producida por las articulaciones y las placas de toda su
armadura, corrió a lo largo de lo que parecía ser el camino principal del
poblado y fue a dar a una plaza de aspecto descuidado. Alrededor caminaban
algunas personas que iban a paso lento, casi sin vida, y no parecían ir a un
sitio en concreto. Podía sentir detrás suyo un jadeo casi constante y unos
pasos arrastrados pero cortos e insistentes, entonces giró hacia la izquierda y
se introdujo entre dos casonas de un aspecto tan descuidado como el del resto
del poblado y allí aguardo.
Pasados unos pocos
segundos el guerrero sintió la gélida presencia de aquella anciana. Se asomó y
pudo observarla de pie en medio de aquel pequeño parque, la neblina que se
encontraba a ras del suelo se agitaba a su alrededor y unos segundos después
esta observó directamente al callejón. En ese momento Meinrad se dio cuenta de
dos verdades fundamentales en aquella aldea; que aquella neblina, cual tela de
araña, servía de ojos para aquella mujer, y que no podría abandonar ese sitio
en mucho tiempo.
- Agh… ¡al diablo con esto!
El guerrero se puso de pie y vio como la anciana comenzaba a
dirigirse hacia él, la neblina a su alrededor se arremolinaba como si hubiese
un viento que solo corría a ras del suelo. Meinrad tomo su martillo y cuando
aquella mujer estuvo lo bastante cerca su arma describió un arco antes de
golpear con dureza la cabeza de su perseguidora produciendo un crujido y luego
dejando ver como una sangre negruzca surgía del cráneo partido. Luego se lanzó
en una carrera sin pausa a través de la plaza, luego hacia el camino central y
subiendo hasta llegar a la entrada de la aldea. Detrás de él veía como las
personas lo observaban con una expresión vacía en el rostro y pudo ver, ahora
que les prestaba atención, que eran todos ciegos. Suponía que aquel
descubrimiento no era nada bueno así que corrió hacia el bosque donde estaría
un buen tiempo buscando la salida.
La puerta de
la taberna se abrió y, arrastrándose, una figura se aproximó hacia un lugar
cerca de la puerta. Una huesuda mano ensangrentada tanteó el suelo y luego
sintió que tocaba algo frío, aferró sus dedos a aquellos pequeños elementos que
estaban dispersos y los levanto para luego soltarlos y dejarlos caer, al
golpear produjeron el atractivo sonido de unas monedas. A un lado había una
bolsa de cuero con su cordón cortado y la anciana sonreía mientras mordía con
los pocos dientes que le quedaban aquellas monedas que tan amablemente había
dejado aquel visitante.